Segundo Capítulo

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Lunes, otro inicio de semana deprimente y duro como de costumbre. Odiaba tener que despertar a las 6:00 a.m. para ir a un lugar en el cual no era aceptado y no tenía ningún amigo, la maldita escuela era por poco un infierno en el que cada uno de los demonios se preocupaba por derrocar al diablo mayor e incluso serían capaces de venderle su alma a este mismo solo por popularidad, excepto Ayleah, era chica es lo que se puede definir como un ángel (si es que estos existen), incluso una vez le había regalado un dulce y de vez en cuando se sentaba a su lado para hacerle compañía en silencio.

Mientras caminaba por los pasillos observaba con la cabeza baja como a su lado había grupos de chicos de todas las edades concentrados en ponerse al día con todos los acontecimientos del fin de semana y uno que otro curioso murmuraba sobre él cuando lo miraba pasar. Varias cosas se escuchaban sobre él, que era drogadicto, que era un antisocial o un ser extraño indigno de tener amigos o amor, lo cierto es que Jean era un pequeño chico de tez pálida y rostro dulce; el cual se escondía bajo una capucha cono si esto aislara su pobre existencia de toda la crueldad con la que el mundo le amenazaba.

Su vida no había sido para nada fácil, perdió a sus padres a los tres años en un accidente automovilístico mientras regresaban a casa luego de una carrera de autos; la cual su padre había ganado, desde esa edad Jean había estado bajo la tutela del estado en incontables hogares temporales, en los que nunca había conocido al amor, por el contrario, se le trataba con rigor y nunca nadie se mostró interesado en el estado mental del perturbado niño. Jean creció sabiendo que su lugar en el mundo no estaba claro, que no tenía a nadie por quien luchar, todo estaba relativamente bajo control hasta que cumplió 18 y tuvo que buscar los medios para sobrevivir por si solo sin tener que dejar la escuela, por eso siempre se le miraba agotado, además de sus autolesiones que trataba de esconder bajo sus enormes y descuidadas sudaderas, misma razón por la cual era rechazado por todos sus compañeros al no cumplir con su “estándar de moda”.

Jean entró al salón con la cabeza baja y las manos escondidas en los bolsillos de los jeans mientras buscaba a aquella chica de ojos vivos que siempre le daba una sonrisa aunque esta no fuese correspondida por el contrario, pero hoy algo pasaba, ella siempre era la primera en llegar y ahora no estaba. Se sentó en su lugar habitual al fondo de la clase mientras se limitaba a escuchar al profesor que impartía la aburrida clase de historia de la cual se suponía que este debía tomar nota, pero Jean en lugar de eso, hacía dibujos relativos a la clase en su cuaderno, esta era  una cualidad que había desarrollado desde pequeño y que nunca habían logrado arrebatarle.

Su atención se despega de su cuaderno y deja su lápiz caer la piso cuando la puerta suena causando un estallido que atrae la atención de todo el salón cuando deja ser a través de ella una chica agitada, sudorosa y aparentemente muy nerviosa a juzgar por el temblor de sus manos.

-Buenos días-. Pronuncia una agitada Ayleah y muestra en alto un papel al profesor, lo que indicaba que seguramente tenía una buena explicación para su llegada tardía.

La vista de Jean vuelve hacia la puerta cuando esta se abrió nuevamente de una manera más suave y deja ver a Cristiano, el chico más popular y deseado de la clase, de quien no era una novedad su llegada tarde y su conocida paciencia y aires de superioridad. Pero esta vez era diferente, se acercó a Ayleah y estos parecieron hablar en susurros por unos segundos, él nunca se había acercado a ella antes, pero ella es encantadora y tarde o temprano cualquier chico con algo de sentido común notaría eso. A pesar de la atención de Cristiano, Ayleah se alejó de él y avanzó hacia el fondo del salón, hasta sentarse al lado de Jean. 

Sin prestar mucha atención a la escena, Jean se agachó para tomar el lápiz que antes había dejado caer al piso debido al asombro y desde su posición aprovechó para ver a Ayleah con detenimiento. Ella llevaba los ojos apagados, no dulces como de costumbre, sudaba y su cabello estaba desordenado como si hubiese corrido mientras trataba de escapar de algo, esta vez no le había sonreído y no parecía amable a pesar de ser solitaria, más lucía aterrada y él sentía la necesidad de protegerla.                 
         


Te doy mis alasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora