Capítulo 8 难得糊涂

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Una ruidosa ovación dio la bienvenida al DJ cuando entró en la sala, era el reclamo de aquella noche y la discoteca estaba atiborrada de fans. Vestía con una gorra de béisbol rosa y una camiseta de tirantes estampada con lo que desde donde yo estaba parecían ser los Teletubbies. El juego de rayos láser color verde y humo de vapor de agua dio comienzo a la vez que el primer tema.

—Dos paquetes de Nanjing —respondió Huo cuando el camarero nos preguntó si necesitábamos algo más.

Se retiró con una reverencia y nos dejó a solas en el reservado. Estábamos situadas en una segunda altura respecto al resto del local, con una vista de trescientos sesenta grados que nos permitía saber qué sucedía alrededor. Algunas chicas de compañía se acercaron a preguntar si necesitábamos a alguien más, como si estuviésemos esperando a alguno de sus clientes. Huo aprovechaba para bromear con ellas con un tono juguetón que las descolocaba y acababa por ahuyentarlas. Nos sirvieron vasos junto a una botella de vino con burbujas y una de Vodka importado. 

—¿Sigues enfadada? —me preguntó mientras metía un par de hielos en la copa.

—Llámalo como quieras.

—¿Decepcionada?

—Puede ser —respondí al tomar el vaso, estaba caliente.

—Tienes que pensar que no soy tu amiga, ni tu hermana, estoy trabajando. No puedo arriesgar mi situación por un berrinche puntual. Debía traerte hasta aquí, ahora que ya sabes lo que hay, puedes decidir lo que hacer con tu futuro. El problema ha dejado de ser mío, al menos una gran parte.

—Si he accedido a ponernos a beber como si no pasara nada, ha sido precisamente para no decidir ahora.

—Me parece una sabia decisión, no hay nada como una buena resaca para encontrar prioridades en la vida. ¿Te has emborrachado alguna vez?

—Pocas —reconocí—, no tengo una vida que me permita salir y gastar más de la cuenta.

—Una chica como tú podría beber tanto cuanto quisiese sin gastar un solo mao... Quizá eso sea lo que te ayude a elegir. El cambio.

Huo encendió el primer cigarro de los paquetes que trajo el camarero. El filtro dorado brillaba según el ángulo desde el que lo veía.

—¿Por qué?

—Es cuestión de comparar las dos vidas que se despliegan ante ti. Puedes volver a tu país a seguir fregando lavabos o quedarte aquí y cumplir la promesa que le hiciste a tu madre.

—Puedo volver a mi país y empezar de nuevo con el dinero que me ha dejado mi padre.

—No te confundas —dijo exhalando el humo—, esos billetes tienen otra función. No son ocho fajos por casualidad, cada uno tiene como destinatario una persona de la lista.

—¿Como si fuese una ofrenda? —pregunté extrañada.

—Sí, como una ofrenda funeraria. Si alguno de los terratenientes acaba con la bala en la sien, los billetes deben servir como mecha para su incineración.

Noté cómo se me desencajaba el rostro, era incomprensible la frialdad con la que me acababa de decir aquello.

—¿Todos van a hacer eso con un revólver?

—No me mires así, cariño, yo no me invento las tradiciones de cada uno —dijo al devolverme la mirada—. Pero puedes estar tranquila, esa locura no la repetirá ningún otro. Creo.

—Hoy estabas segura de que no pasaría nada, por eso parecías tranquila.

—Nunca se puede estar segura de algo al cien por cien, ya sabes... Pero sí que lo estaba, conozco a la Rata. 

—Casi se dispara en la cabeza.

—Ya, ya lo sé. También me ha sorprendido a mí. Tu padre sabe cómo trabajar la fidelidad, pero no imaginé ver estos extremos. En cuanto al resto de tipos de la lista, no sé quiénes son aún, solo puedo confiar en que sean igual de fieles a tu padre.

—¿Y si no lo son?

—Habrá que hacer lo que haya que hacer, ¿para qué darle más vueltas?

Levantó su copa y brindó con la mía, aún apoyada en la mesa. Bebió todo su contenido de un trago y apuró el cigarrillo en dos o tres caladas más.

—Vamos a bailar.

Sin previo aviso, tomó mi mano y me arrastró hasta la zona central de la sala, muy cerca de la mesa del DJ. Avanzamos a través de un amasijo de brazos, piernas y espaldas húmedas que saltaban y movían al ritmo electrónico de la música. Los destellos de luz de los flashes me cegaron un par de veces antes de llegar hasta el hueco donde nos detuvimos.  El techo se desplegaba a varios metros de altura, los pilares de la sala estaban iluminados por hileras de luces LED doradas que daban a toda la estancia una atmósfera casi navideña.

—¡Mira! —gritó para hacerse oír por encima de los altavoces.

Entonces estiró los brazos y retorció su torso hacia el suelo, en un vaivén más propio de un baile chamánico. La expresión de su cara cambió hasta no desprender ningún tipo de disfrute por lo que estaba haciendo. No tardó en volver a tomarme de la muñeca y llevarme de vuelta al privado.

—Me falta algo, no me he metido lo suficiente, ¿sabes?

Pero no respondí, no sabía a qué se refería. Sirvió copas de nuevo, brindamos juntas e intenté beber a su ritmo; no tanto por complacerla a ella, sino a mí misma. Cuando el primer paquete de tabaco se vació, el club se había llenado por completo, el ir y venir de camareros y personas en busca de los lavabos era constante.

En cierto momento, un hombre maduro, rubio casi albino y vestido con un traje a medida, nos propuso juntarnos con su mesa reservada, situada a unos pocos metros de la nuestra. Allí había otro par de hombres igual de rubios. Por su acento, parecía de Europa del Este, aunque tampoco podía distinguirlo bien mientras hablara en inglés. Huo logró que se marchara mediante una ristra de insultos en chino que ni siquiera yo entendí.

—Ahora sí —dijo sin a penas abrir los ojos.

Me llevó de la misma manera hasta la pista central, donde ejecutó sus movimientos con mucha más soltura que la vez anterior. Probablemente, eso era lo que buscaba.

—¡¿Tienes agua?! —me preguntó, a pesar de ver que no tenía nada en las manos.

Ante mi negativa, observó a la gente que bailaba a su alrededor y agarró la primera cerveza que tuvo al alcance. Un grito fue suficiente para que el dueño la diese por perdida.

Huo sacó algo del bolsillo para llevárselo a la boca y tragarlo con la cerveza.

—Aaaaa... —Dijo de manera casi inaudible, haciendo la forma apropiada con la boca para que la imitase, como una madre dando de comer a su bebé con una cuchara.

Llevó sus dedos hasta mis labios, olían fuertemente a tabaco. Algo pequeño y amargo se depositó en mi lengua.

—¡Bebe y traga, va!


Supongo que en algún momento debía llegar la primera vez que hiciera algo así, aunque debido al alcohol, no pude darme cuenta del efecto que provocó. Yo también estaba bebida y no tardé en dejarme llevar por el ritmo y el retumbar de los altavoces. Las luces se mezclaron, noté el roce de unos labios acariciar los míos. Seguimos bailando. Sudaba mucho, pero seguimos moviéndonos hasta que toda la tensión y los nervios que había acumulado quedaron empastados en el suelo, mezclados entre colillas y bebidas alcohólicas.

Seguimos bailando, la piel de los labios era suave y húmeda. Eran carnosos, pero firmes.

Nada importaba, nada quería importar. 

Quería irme, quería quedarme, quería dejar de pensar. 

Dejé de pensar.

Seguimos bailando.


难得糊涂

(Nándé hútú)

DONDE LA IGNORACIA ES FELICIDAD, SER SABIO ES UNA INSENSATEZ


BEIJING 888Donde viven las historias. Descúbrelo ahora