Capítulo 2 夜长梦多

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—¿A qué narices esperas? ¡SUBE!

La voz procedente del interior de la furgoneta se impacientó, como si una cuenta atrás estuviese a punto de acabar.

Volví a lanzar la mirada hacia mi espalda, los dos hombres corrían mientras esquivaban y empujaban a todos aquellos que se cruzaban en su camino. Me paralicé, nunca me había sentido tan inútil, pero no podía moverme ni pensar qué debía hacer. Solo tenía dos opciones y ninguna parecía ser la correcta, pero tenía claro que si esos dos hombres hubiesen tenido buenas intenciones, me habrían dicho algo la primera vez que me crucé con ellos. Por el contrario, me habían estado siguiendo y ahora corrían hacia mí, mientras sostenía un maletín lleno de dinero.

Subí a la furgoneta, cerré de un portazo y el acelerón estrelló mi nuca contra el asiento. A mi lado, con un cigarro humeando entre sus labios, conducía con la vista fija en la carretera una chica joven. Vestida con una camiseta de tirantes, dejaba entrever una larga hilera de dragones negros que tatuaban la piel hasta perderse bajo la ropa. El pelo estaba rapado en el lateral derecho y se había maquillado con una fuerte máscara de ojos y con un pintalabios de un intenso color morado. Me recordó a aquella chica de las novelas suecas de crimen y misterio.

Mantuve silencio y sostuve el maletín entre mis brazos. Eché un vistazo al retrovisor en busca de los hombres que me perseguían, pero no había rastro de ellos, nos habíamos alejado varias calles.

—¿No me vas a dar las gracias? —preguntó la chica sin apartar la mirada de la carretera.

—¿Perdón? —fue lo único que logré articular.

—¿Perdón? —repitió ella con una risa burlona— ¿Y tú eres la hija de Yang Fei?

Sus palabras estaban repletas de decepción, como las de un niño que recibe un regalo que no le gusta.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

Sentí de pronto algo de esperanza.

—Podría no saberlo y haberlo descubierto ahora mismo, has tenido suerte de que haya llegado antes que esos dos.

La ceniza de su cigarro cayó sobre la camiseta, pero no le dio importancia. Bajó la ventanilla y escupió el filtro desde sus labios. Coloqué las gafas de sol a la altura del tabique de la nariz para secarme el sudor que se había acumulado en las cejas. Entonces me miró por primera vez, la caída de los párpados le concedía cierta mirada felina. Clavó esos ojos sobre los míos durante varios segundos, como si el tráfico no tuviera importancia.

—¿Son azules de verdad? —me preguntó.

—¿Cómo?

—Tus ojos, que si son azules.

—Sí, sí lo son.

—Una china con ojos azules, muy curioso.

—Mi madre no lo es, dicen que es lo único en lo que me parezco a ella.

—Está claro que a tu padre tampoco.

Volvió a prestar atención al volante, la camiseta de tirantes se le había ceñido al pecho. Un nuevo reojo me descubrió observando ese detalle. Me volvió a mirar, esta vez de arriba a abajo, prestando especial atención a mis piernas cubiertas por la falda, como ya hiciera el notario unos minutos antes.

—¿Qué hay en el maletín? —preguntó.

—Nada, solo papeles.

—¿Me estás diciendo que tu padre te ha hecho venir hasta aquí por unos papeles?

Sin duda, la chica tenía más información de la que yo podía presuponer. No importaba el cuidado que tuviese, los nervios y el miedo solo me estaban haciendo quedar como una idiota. Debía reaccionar.

—¿Quién eres y por qué conoces a mi padre?

—Ah, sí... —dijo antes de encender otro cigarro. Exhaló el humo—. Trabajo para él, me pidió que te buscara hoy en una cafetería cerca de donde te he encontrado, pero no estabas por ninguna parte. Te ví después de dar varias vueltas a la zona, no te volveré a decir la suerte que has tenido.

—Mi padre me citó con un notario, fue idea suya no ir a la cafetería y buscar un hotel para evitar problemas —expliqué.

—¿Problemas? Querrás decir que lo hizo para venderte, ¿no?

—No lo sé.

—Siendo sincera, yo tampoco lo sé, pero esta vida no deja mucho lugar a confiarse... Mira.

Hizo un gesto con la cabeza para que observara la carretera. Un coche gris de alta gama con lunas tintadas se colocó frente a nosotras. Miré hacia atrás, otro coche similar nos seguía de cerca. Pronto, otros dos coches más nos flanquearon a derecha e izquierda mientras avanzábamos por la autopista.

—Agárrate.

Sujeté el reposabrazos un instante antes de que diese un volantazo que puso la furgoneta a dos ruedas. Chocamos casi de inmediato contra el coche de mi lado. Tanto ese vehículo como el nuestro fueron desviados por una salida de la autopista en el último momento, al margen de su bifurcación. Los demás siguieron el curso inicial. El coche que nos acompañaba contraatacó con un segundo volantazo, impactó en mi puerta y el cristal de la ventanilla estalló en mil pedazos. Algunos trozos me dieron en la cara, pero las gafas evitaron que me entraran en los ojos.

Un nuevo volantazo volvió a hacernos impactar mientras esquivábamos el resto de los automóviles que circulaban por la carretera, siempre apurando el choque.

—¡Abre la guantera! —me gritó.

Palpé entonces la superficie de la misma, intenté encontrar la manera de abrirla, pero me resultó imposible. Ella se impacientó y la abrió por sí misma mientras giraba el volante una vez más. Del interior sacó una pistola y me la pusó en el vientre tras accionar algún mecanismo del lateral mediante un preciso movimiento con los dedos.

—¡En cuanto me acerque de nuevo al coche, dispara a la rueda, solo tienes que dar al gatillo! ¿¡De acuerdo?!

No respondí, tan solo comprobé el peso del arma entre mis manos, con tanto miedo que ni siquiera me atreví a empuñarla.

—No... No puedo hacer... hacer... —balbuceé, la sangre corría por mi mejilla, la blusa se teñía poco a poco de color carmesí.

La mano derecha de la chica soltó la palanca de cambios y me tomó por el cuello.

—Cariño, sé que no me conoces de nada y que estás asustada, pero si no nos deshacemos de ese coche, vas a tener razones de verdad para mearte encima. Yo no puedo conducir y apuntar  a la vez, necesito tu ayuda.

Respiré varias veces sin controlar el aire que entraba o salía de mis pulmones. Noté cómo el corazón impactaba contra mi pecho y mi cuello con un ritmo desbocado.

Otro volantazo. El coche plateado cada vez estaba más cerca, un hilillo de sangre me bajó de golpe hasta la muñeca. Subí la pistola y apunté entre temblores a la rueda delantera, estaba a un par de metros.

«¿Qué locura es esta?» pensé, anhelando despertar de nuevo en casa, lejos de todo aquello.


El sonido limpio y seco del arma de fuego retumbó en mis oídos.


夜长梦多
(Yèchángmèngduō)
LARGAS NOCHES, MUCHOS SUEÑOS



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