Capítulo 3 美名胜过美貌

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El pitido me ensordeció durante unos segundos, como si procediera del cerebro para ser escupido por mis orejas. Me mareé, perdí el sentido del equilibrio mientras me esforzaba por comprender qué ocurría fuera de la furgoneta.

El cañón de la pistola humeaba frente a mi cara.

«¡BUM!»

Otra vez.

«¡BUM, BUM!»

El arma pareció descargarse ante mí, empuñada al final de un brazo lleno de dragones. ¿En qué momento me la había quitado de las manos?

El coche gris que nos seguía en paralelo perdió la dirección en cuanto su rueda posterior reventó con uno de los disparos. Acabó detenido junto al guardaraíles. Nosotras nos desviamos por la primera salida que apareció a nuestra derecha.

—Espabila, cariño. Quizá no tengamos tanta suerte la próxima vez —dijo ella al meter la pistola  de vuelta en la guantera.

—Lo... Lo siento —intenté disculparme, pero las palabras perdían su sentido antes de ser pronunciadas. Tampoco estaba acostumbrada a hablar en mandarín más que con mi padre, y ya habían pasado cuatro años sin escuchar su voz.

—No te disculpes, no vale para nada. —Me miró con detenimiento una vez más, su gesto había cambiado—. Déjame ver, gira la cara.

Giré el rostro, pareció darse cuenta de que mi lado derecho estaba cubierto de sangre. Los pedacitos de cristal me habían cortado en varios puntos.

El cigarro se había humedecido entre sus labios, pero la colilla estaba gastada. Tal y como había hecho antes, la escupió por la ventanilla. La furgoneta se detuvo bajo una cruce alto de carreteras en su paso por el río Tonghui, donde tan solo una pequeña caseta levantada a base de chapas y tela de plástico nos acompañaba. Ella me sacó de la furgoneta, guardó mis gafas en su bolsillo trasero y me acompañó hasta la orilla del río. Exploró con cuidado mi cara en busca de los trozos de cristal y con sumo cuidado los retiró con una pinza de depilar que encontró en la guantera.

Sus ojos se cruzaban a menudo con los míos, no supe interpretar la tensión que eso me provocaba.

—Relájate —dijo agarrándome la mano, estaba agarrotada en un puño—, tienes un trocito muy cerca del ojo, es mejor que te calmes.


La oscuridad posterior al crepúsculo llegó de súbito. Cuando acabó la cura, me lavó la sangre de la cara con el contenido de una lata de cerveza caliente que tenía en la furgoneta y me dio una camiseta que guardaba en algún otro rincón de esta. Tenía estampado el dibujo de un gato muerto. Con vergüenza, le pedí que me dejara un minuto a solas para cambiarme. Lo hice en la parte trasera del vehículo, pisando papeles de periódico, telas sucias y paquetes de tabaco arrugados. La falda también se me había manchado, por lo que le di la vuelta y le hice varios pliegues. Pasó de llegarme a los tobillos a cubrirme apenas las rodillas.

Cuando salí y ella me vio, retiró de su pelo una horquilla con la que mantenía la parte rapada libre de cabello y la colocó en los pliegues de mi improvisada prenda para mantenerla fijada en su sitio.

—Mírate, ¿quién eres? —preguntó al acabar, alejándose unos pasos y señalando la ventanilla trasera de la furgoneta.

—Soy Verónica Yang —respondí al verme reflejada en el cristal, sin tener muy claro lo que eso significaba. Casi todo el maquillaje se había ido después de lavarme y no había luz, salvo la difusa presencia de las farolas de la carretera más cercana.

—Ya sé cómo te llamas, es una manera de hablar—. Lanzó una risa burlona, sonriente. —Yo soy Huo, escrito con el caracter de fuego.

—¿Fuego?

—Sí, fuego. Ya sabes, es mejor un buen nombre que una buena cara.


Dejamos la furgoneta escondida detrás de la caseta de chapa y plástico. Escuchamos sirenas de policía a lo lejos. El escándalo que habíamos montado en la autopista no podía haber pasado desapercibido, pero la noche nos daría cierta tregua para pensar qué hacer. Tiré la blusa al río, había costado el trabajo de una semana limpiando retretes.

Caminamos una media hora en dirección perpendicular a la autopista, hasta parar en un Easy Joy a comprar dos refrescos y una bolsa donde meter el maletín y mis pertenencias. Huo se ofreció a cargarla, pero me negué, el maletín seguía siendo mío. Tiró mi teléfono móvil al suelo y lo pisó varias veces hasta romper su carcasa. Sacó la tarjeta, la partió en dos y volcó la mitad de su Fanta sabor sandía por encima de todo ello antes de arrojarlo a la basura.

—No te lo bebas todo —dijo señalando mi botella de Xuebi—, que en todo momento se vea que falta al menos la mitad. Así siempre parecerá que lo has comprado cerca de donde estés.


Nos dimos unos segundos para comer una bolsa de patatas fritas picantes con sabor a gamba antes de continuar, con más prisa que hambre.

Avanzamos otras dos horas en silencio a través de varios barrios de urbanizaciones que parecían haber seguido el mismo plano urbanístico, daban la sensación de atravesar la puerta de una habitación para entrar a la misma habitación, y así sucesivamente. Los edificios de quince pisos se desplegaban por bloques rectangulares a lo largo de la calle, todos custodiados por una garita en la entrada y algunos restaurantes en sus plantas bajas. Según avanzábamos, la cantidad de personas con las que nos cruzábamos se fue reduciendo hasta encontrarnos con algún que otro trabajador que regresaba tarde a casa.

Los hombros me empezaron a doler por el peso de la bolsa cuando llegamos al hostal donde pasaríamos la noche. Escondido en un callejón mal alumbrado por el neón azul de la fachada, el lugar me inquietó más de lo que me había aliviado dejar de caminar. Cruzamos el umbral de la entrada como quien se cuela en una discoteca siendo menor de edad.

La habitación, de una sola cama de matrimonio, no tenía ventanas y estaba recubierta, tanto en paredes como en el suelo, de una sucia moqueta de color marrón oscuro. Lo primero que hice fue pasar al lavabo para mirarme en el espejo, la cara me escocía. Pude ver las pequeñas muescas rojizas del lado derecho donde habían estado los trocitos de la ventanilla de la furgoneta, camufladas entre excrementos de insectos que cubrían la ya sucia superficie del cristal. Me entraron unas ganas terribles de llorar.

Huo, entre tanto, tapó el detector de humos con el calcetín de su pie izquierdo y encendió un cigarro bajo la rejilla de ventilación de la habitación.

—Necesito llamar a mi madre, Huo.

—Ya tendrás tiempo mañana, ahora es mejor que intentes dormir.


Y lo intenté, pero me fue difícil conciliar el sueño. Volví a revivir los nervios y el miedo vividos durante el tiempo metida en la furgoneta. Tampoco ayudaba el programa de televisión que Huo veía recostada a mi lado. Soltaba una carcajada de vez en cuando y se levantaba a por tabaco cada diez minutos. El humo era tan denso que la pantalla quedó cubierta permanentemente por una neblina gris.

Sin embargo, el cansancio acabó por abatirme unas horas, durante las cuales recordé al padre que me cargaba sobre sus hombros cuando era pequeña. ¡Qué lejos quedaba todo aquello! ¿Cuánto tiempo llevaba sin llamar, sin escribir, sin dar ninguna señal? Ni siquiera recordaba su cara con nitidez. Y allí estaba, a miles de kilómetros de casa, después de haber temblado de miedo durante horas por alguien que no lo merecía.

Las ganas de llorar volvieron a sacudirme por dentro. Fue así es como finalmente pude cerrar los ojos. El maletín descansaba entre mis brazos.


美名胜过美貌

(Měimíng shèng guò měimào)

UN BUEN NOMBRE ES MEJOR QUE UNA BUENA CARA



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