Capítulo 16 当局者迷,旁观者清

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El corro que se había formado alrededor de los animales estaba demasiado protegido para tratarse de una simple pelea entre aves domésticas. Dos vallas metálicas concéntricas rodeaban el anillo a más de dos metros de altura, como un ring de lucha libre. Uno de los gallos revoloteó nervioso y lanzó unos cuantos golpes contra el alambre que lo separaba de los espectadores.

Había reunidos no menos de cincuenta personas, todas trajeadas y sedientas de sangre. Un segundo gallo entró en escena, un ejemplar negro de gran cresta y porte magnífico. La lucha no se demoró y los espolones metálicos de los animales se cruzaron como en un duelo de navajas. Tras acometer varias embestidas, ambas aves miraron alrededor, desorientadas, hasta que el golpe de un palo en la arena les devolvió a la pelea.

El primer gallo tomó la iniciativa y acosó al ejemplar negro hasta arrinconarlo contra los alambres, pero en un inesperado giro, éste saltó y lanzó una certera cuchillada en el cuello de su oponente, que corrió sin rumbo hasta que la pérdida de sangre lo hizo caer sobre la arena teñida de rojo. La multitud estalló en gritos de sorpresa e indignación.

Ahogué un grito, horrorizada por lo que acababa de ver, pero no podía llamar la atención de esa manera, debía mantenerme recta y no mostrar ninguna emoción. A mi izquierda se había sentado Huo y a mi derecha, el Gallo. Las presentaciones habían sido escuetas y formales, el Gallo me había dado la mano y acompañado hasta el asiento desde el que veríamos el supuesto espectáculo.

—Solo había que fijarse en la actitud del negro, no podía perder —aseguró el Gallo sonriente, tomando de las manos del hombre bajito que nos había acompañado unos billetes de cien yuanes—. Espera, mete todo esto otra vez.

El hombre bajito corrió hacia el tipo que estaba llevando las apuestas en la caseta, un anciano de edad avanzada que conservaba la agilidad de un veinteañero para moverse entre asientos y personas. Le entregó el dinero mientras el anciano daba paso a la siguiente pelea:

—¡A continuación, cinco aves, cortesía de nuestro anfitrión, pelearán a muerte hasta que solo una quede en pie!

Los mismos gallos que nos habían acompañado en las jaulas de camino hasta aquel lugar se debían batir en duelo para entretenimiento de los que estábamos presentes. Huo mantuvo la calma y compartió cigarrillos con el Gallo, quien parecía sentir una gran emoción por todo lo que sucedía en la lucha.

Cuando la nueva masacre se dio por finalizada y ninguno de los gallos había sobrevivido, dieron paso a una pelea entre cerdos. Las medidas de seguridad comenzaban a tener sentido, el tamaño de los animales era impresionante. Uno de ellos defecó por los nervios antes de que se lanzaran los primeros mordiscos. Con cada gemido de dolor, notaba cómo se me erizaba la piel, no iba a ser capaz de aguantar por mucho tiempo. El Gallo pareció percatarse.

—¿Te da pena ver cómo se mueren los animales?

—Me da lo mismo —contesté en un intento por aparentar una frialdad que no poseía.

—Parecía que no.

—Ni me gusta, ni me disgusta. He venido por otro motivo.

—Lo que quiere decir, es que esperaremos a que el espectáculo acabe para hablar contigo —aclaró Huo.

Uno de los cerdos lanzó un grito de dolor que retumbó en las paredes, las babas y los mocos se habían impregnado de polvo. Había sido herido de muerte.

—No hay problema, ya solo quedan los perros.

Tragué saliva. Nunca había tenido un animal de compañía, pero la noticia me hizo esperar lo peor de mí. No tardaron en retirar al cerdo vivo y al cerdo agonizante, y traer a dos perros de presa sujetos a palos y collares metálicos. Ambos tenían los ojos muy abiertos y babeaban alterados. Es probable que llevaran días sin comer y sin dormir, o que hubiesen sido drogados para pelear mejor, no había manera de saberlo.

BEIJING 888Donde viven las historias. Descúbrelo ahora