Sunakawa Makoto recargó la cabeza al muro detrás de él, y empuñó con fuerza el bolígrafo en su mano derecha, entonces suspiró con un poco de cansancio.
En realidad, no había pensado mucho, en serio se había enfocado en ir resolviendo lo que fuera ocurriendo, pero ahora que estaba todo más o menos bajo control, podía ver un poco más claro el panorama, y no era demasiado agradable.
Ponerse a trabajar le daría dificultades en la escuela, y el trabajo más la presión escolar seguro harían estragos en su salud. Aunque no es que tuviera de qué quejarse, Eri la estaba pasando muchísimo peor.
Makoto abrió los ojos y los clavó en el profundo azul del cielo, y apretó los dientes determinado a hacer cuanto sacrificio hiciera falta para no ahogarse en la situación en que estaba, y mucho menos en la que estarían meses después.
* *
—Me alegra mucho que todo esté bien —dijo la señora Sunakawa cuando dejaban atrás el hospital.
Eri asintió, también se sentía un poco segura ahora que un médico le había dicho que todo iba bien, y más ahora que tenía un puño de recomendaciones a seguir.
» Makoto me dijo que no habían hablado aún de nada —continuó la mujer—, pero supongo que has pensado en qué hacer para seguir adelante, ¿no?
La castaña miró a la abuela de su bebé y asintió. Ahora que su principal problema estaba resuelto, necesitaba comenzar a trabajar para poder conseguir su propio lugar.
Le estaba demasiado agradecida a Sunakawa por tenderle una mano, pero no podía ponerse demasiado cómoda, ni tampoco darle muchos problemas. Tomaría de él lo justo y necesario, sin complicarle la vida demasiado.
—Yo... —comenzó a hablar la joven, pero el sonido en su teléfono no le permitió decir absolutamente nada más—, lo siento, debo responder.
La señora Sunakawa asintió y la vio alejarse solo un poco para atender la llamada telefónica.
» Entiendo —dijo la joven tras escuchar lo que quien llamaba decía—, estaré ahí en un momento. Muchas gracias.
—¿Todo bien? —cuestionó la madre de Makoto, viendo como su nuera volvía a ser tan pálida como el papel.
Eri asintió, sin lograr que la mujer le creyera.
—Era mi tío, al parecer ocurrió algo y necesita que vaya a su casa.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, está bien. Solo iré a ver qué ocurre e iré directo a su casa.
La mujer asintió y la vio caminar, ella hizo algunas compras y fue a casa a preparar una buena cena. La expresión de la chica al hablar de su familia era para preocuparse, seguro necesitaría ser apapachada después de ese encuentro.
* *
—Buenas tardes —saludó la chica entrando a una casa donde nunca se había sentido bienvenida, a pesar de ser su casa.
Cuando sus padres murieron, su tío y esposa y dos hijos se habían mudado desde el campo a su casa para cuidarle.
—Erichi —saludó eufórico un hombre de traje que esperaba en la sala, levantándose de pronto y corriendo a abrazarla—. Me alegra poder verte de nuevo, te extrañé un montón. ¿Cómo has estado?
—... ¿Bien? —respondió la confundida chica—. Este..., disculpe, ¿nos conocemos?
Una sonora carcajada retumbó en el estar de esa casa, diluyendo por dos segundos el tenso aire que siempre había en ese lugar.
—Supongo que no me recuerdas, porque solo te vi cuando eras muy pequeñita, creo que tenías tres años —dijo el hombre—, soy Alec, amigo de tus padres. Nosotros estudiábamos juntos, yo les hice algunos favores, y me quedé a cargo de los bienes materiales que poseían, y del testamento.
—¿Testamento? —preguntaron a unísono la chica y sus tíos.
Nadie tenía idea de que algo así existiera.
—Sí, su testamento. Tiene algunas condiciones, así que por eso no lo conocían. Este —explicó el hombre mostrando un sobre entre sus manos—, debíamos leerlo cuando terminaras la universidad, a menos que te independizaras antes, entonces se te haría entrega de todo para que pudieras solventar tus gastos sin preocuparte de nada.
La chica miró a sus tíos, pero ellos tampoco parecían tener idea de nada, así que solo accedió a escuchar a ese hombre radiante y sonriente que les hablaba.
» La fortuna de tus padres se resume en esta casa, una casa de campo en Narita, una cuenta bancaria que ha estado generando intereses desde el momento en que naciste y el seguro de vida de tus dos padres. Todo ello te pertenece ahora.
—¿Qué? —preguntó la esposa del hermano de su padre—. ¿Todo es de ella? Nosotros la hemos cuidado todo este tiempo.
—Oh —hizo el hombre—, eso es debido al tiempo que la cuidaron. Se supone que este testamento se leyera cuando ella se graduara de la universidad, entonces una de las propiedades y parte del dinero sería para ustedes, en agradecimiento por cuidarla y solventar todos sus gastos, pero, ya que ella debe solventar todos esos gastos por sí misma, se incumplen las condiciones y todo es de ella ahora.
—¡Se fue por su propia cuenta! —argumentó la mujer—. Nosotros no la echamos.
—Es bueno, porque la casa es de ella —dijo el abogado—, echarla de su propia casa les habría dado problemas legales, sin duda. Aunque, el que ella haya querido dejar la casa por su cuenta claramente habla de lo incómodo que debió haber sido pasar más tiempo en este lugar. Lo que me dice que sus cuidados fueron deficientes.
La mujer enfureció. Ese hombre de sonrisa molesta les estaba haciendo parecer los malos, cuando hicieron tanto por esa chiquilla huérfana.
Eri agachó la mirada, no podía negar lo que el hombre decía, pero tampoco podía darle problemas a esa pareja que, sea con fuere, le habían cuidado por diez años.
» Esto es lo que dispuso tu padre cuando me pidió hacer su testamento el día que naciste, dijo que te cuidaría desde donde estuviera si es que algo le ocurría, así que espero te sea de ayuda.
Eri lloró. No sabía de tales bienes, pero le caía como anillo al dedo la protección que su padre planeó para ella.
Continúa...