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Lee Ryu no era una persona agradable.

Al menos, eso creían las personas que iban a su misma clase.

Era tan... desabrido.

Siempre con esa cara inexpresiva, aquellas bolsas violáceas debajo de sus ojos... de paso, ¿de qué puto color eran?, ¿azules?, ¿verdes?, ¿Hazel? a parte de que esos parecían estar siempre sin vida, mirando a la nada como si nunca estuviese presente. Su piel siempre parecía estar pálida y, a veces, pintada de colores rojizos y morados, sobretodo en la parte de su cuello.

Era una persona sin sueños, ni aspiraciones. Alguien que parecía solo respirar porque era necesario para vivir.

Como una maldita sombra.

—Eh, rarito, la directora te está buscando, dice que te des prisa porque es realmente urgente.— Una chica pasa por su lado, mirándole con una expresión rara, y golpeando un poco su rostro para que le prestase atención.

—Mmjhm.— Lee emite un sonidito de afirmación y asiente con la cabeza. Recoge sus cosas del lugar en donde estaba sentado y, con desinterés y absoluto pesar por ser interrumpido en aquel día que parecía estarle yendo mínimamente bien, se encamina a la dirección.

—¿Me buscaba, directora?— Preguntó al entrar a la oficina

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—¿Me buscaba, directora?— Preguntó al entrar a la oficina.

—¡Lo siento tanto, señora Lee, pero el ha entrado a pesar de que le dije que debía esperar a que le avisara que estaba aquí, o al menos tocar!— Su secretaria, una chica de al menos unos veintitantos años, entra a paso apresurado al lugar. Su rostro estaba rojo, quizás por el enojo, o la vergüenza de no poder ser competente en su trabajo.

—No te preocupes, Mina, este joven al parecer es un tanto insolente y maleducado.— Dijo la mujer detrás del escritorio. Le hizo unas señas a la chica para que se fuera y está, luego de una corta y rápida reverencia, salió de la oficina a paso rápido.

Ryu le miró con las cejas arqueadas, burlándose internamente.

—Es irónico que me llames maleducado, cuando fuiste tú quien me crio, madre.— Escupió lo último casi con desagrado.

La única mujer presente en la habitación le miró con frialdad, apretando sus delgados labios en una fina línea.

—Te recuerdo que no debes llamarme así aquí, Lee Ryu. Tenemos un trato— Recuerda levantándose del escritorio.

Lee Azami era una mujer... frívola, el aura que la rodeaba era un tanto intimidante. Sus trajes pulcros, siempre de alguna distinguida marca, la hacían ver hermosa e imponente y sus ojos de un color indefinido, tales como los de su hijo, tenían la misma carencia de vida en ellos. Su cabello corto, de un color negro cual carbón, enmarcaba a la perfección su perfilado rostro y el suave maquillaje le daba un aspecto delicado.

—Al grano, directora Lee.— Musitó.— Tengo algunas cosas importantes que hacer.

Su ''trato'', (y vaya mierda de trato, pero a ambos les convenía), consistía en que en el lugar de estudio de Ryu y en el laboral de Azami, no tenían parentesco alguno. El chico no sabía como su madre había hecho todo eso de que nadie supiera que eran familia, pero el simplemente lo aceptaba sin rechistar.

Azami y Ryu simplemente no se soportaban, más de la parte de la mayor que de la del menor. Ella no quería tener un hijo, nunca lo quiso, pero su ''amado'' esposo, Lee Dai, la convenció de tener aunque sea a uno, ya que el quería tener a alguien para mimar.

Lamentablemente, un poco antes de que el pequeño Lee Ryu llegara a nacer, su padre había muerto en un accidente automovilístico, dejando a Azami con un crío que ni siquiera le importaba. Sus padres le habían prohibido dejarlo en algún orfanato y prácticamente la habían obligado a hacerse cargo del pequeño engendro.

—Necesito que firmes estos papeles.— Señaló una carpeta abierta que había en su escritorio y le tendió un lapicero.— Pronto cumplirás dieciocho, y esa es la edad en la que heredarás todo lo que tu padre dejó. Necesito que firmes, para que así todo quede bajo mí poder y tu puedas largarte a donde lo desees.

Ah, la herencia de su padre.

Era un secreto a voces que Azami quería todo para ella. Era una mujer codiciosa, ambiciosa y egoísta, todos sabían que se había casado con Dai solo por la fortuna que este poseía y no por amor.

Era una pena.

Ryu lo pensó por unos momentos.— Necesitas que firme, ¿no?— La mujer asintió de manera apresurada, mostrando su disconformidad al ver que su hijo no firmaba rápidamente.

Dejó el lapicero en la mesa con suavidad. Azami le miró con las cejas arqueadas en un gesto de suma confusión.

—Pues tendrá que esperar a que cumpla los dieciocho, directora Lee,— Sonrió.— Después de todo, esa herencia aún no es mía. ¿O necesita que se lo explique de manera más lenta, para que pueda entender?

La de cabellos cortos miró de mala manera a su hijo, sin poder argumentar nada ya que tenía razón.

—Nos vemos luego, señora Lee, quizás cuando quiera que firme su estúpido papel.

Mensajes de un chico con insomnio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora