Siempre he sido esa clase de persona que prefiere la soledad, de la que todos huyen, esa chica extraña que vive entre los libros, que solo sabe ser una rata de laboratorio. Junto con esa extraña personalidad que siempre me ha caracterizado, soy una especie de rata de laboratorio rebelde e intimidante.
Cuando tenía siete años, conocí a mi primer y mejor amigo. Mi padre un gran cirujano que nunca estaba en casa, me había prometido un día de diversión y sorpresas.
Como siempre la sorpresa me la lleve, mi padre nunca apareció al salir de clase, nunca llego a nuestra cita, y a pesar de que aquella había y es siempre nuestra constante lucha, ese día tuve esperanza, una esperanza que se rompió en miles de pedazos.
Enojada recorrí las calles, hasta llegar al hospital en donde trabajaba mi padre, aquel día uno de sus pacientes se había puesto gravemente enfermo, tuvo que hacerle una intervención de emergencia o al menos eso fue lo que me contaron los médicos y enfermeras que ya me conocían, no entendía muy bien que decían y por eso simplemente fui más testaruda de lo que era habitualmente, me negué al hecho de que mi padre realmente tenía algo importante que hacer, me negué a que no era el hecho de que su trabajo fuer más importante que yo, si no que su trabajo salvaba vidas. Pero vamos era una niña de siete años, para una niña de esa edad, nada es más importante que tener lo que quiere cuando quiere y yo quería que por una vez mi padre cumpliera.
Recorrí los pasillos de la planta de cirugía con lágrimas en los ojos, pero mi padre no estaba, decepciona y enojada subí a la terraza, ese lugar inmenso y solitario, donde puedes sentir el viento como si fueras un pájaro, donde nadie nunca piensa en buscarte, donde el cielo parece aún más infinito.
Pero cuando llegue ha aquel lugar al que nunca nadie acudía, tenia compañía, un niño con una bata blanca estaba entre las sombras. Cantaba con la voz más hermosa que jamás había escuchado en mi corta vida. Una canción tan triste y tan hermosa a la vez.
No importa lo que pase mañana
Porque hoy estoy aquí.
No importa lo que pase
Mañana hoy puedo ser feliz.
No me importa lo que digan
Porque aun puedo vivir.
Y si el mundo se marchita yo voy a seguir.
Mirare al cielo y gritare….
Que soy eterno.
Mirare al infierno y gritare…….
Que estoy riendo.
Porque aunque mi corazón
Deje de latir.
Yo Voy a vivir.
Viviré hasta su último palpitar,
Porque el día de mi muerte pronto llegara...
Sonreiré hasta que ya no pueda expirar.
Gritare hasta que mi voz ya no pueda más….
Por qué el día de mi muerte pronto llegara.
En ese momento las lágrimas inundaban mi rostro, ya no lloraba por la promesa rota, ya no lloraba por la ilusión marchitada, no. lloraba porque una voz tan hermosa cantaba con un dolor inimaginable, con una aceptación a la muerte que daba miedo. Yo tenía miedo, miedo de morir, miedo de que alguien de mi alrededor muriera, miedo a que a ese chico no le importara morir.
Con rabia seque mis lágrimas, me arme de valor y corrí hasta la sombra donde se ocultaba el niño.
-eso no está bien. No está bien aceptar que vas a morir.
Por qué lo haces.
Grite, las lágrimas volvieron, algo dentro de mi dolía, dolía, dolía como jamás había dolido. Pero dolió mas cuando el niño se giró a mirarme, su pequeño rostro quizás de uno o dos años mayor que yo de aquel entonces estaba empapado en lágrimas, como el mío. Que inocente fui, claro que él no lo había aceptado, solo era un niña, claro que tenía miedo, incluso los adultos le tienen miedo a morir, él lo tenía, él vivía su día a día con miedo, y aun que cantaba aquella canción una y otra vez, seguía teniendo miedo a morir.
-nadie quiere morir, yo tampoco quiero morir.
Respondió con la voz quebrada. Estaba claro, por muy fuerte que fuera la persona, nadie quería morir, él no quería morir.
Inocente como solo puede serlo una niña de siete años, corte el poco espacio que nos separaba y le abrace, envolví mis pequeños brazos en su cintura al igual que él. Caímos de rodillas y juntos, los dos lloramos, lloramos hasta que sin darnos cuenta el tiempo fue pasando.
-no vas a morir.-le había dicho cuando ambos ya estábamos más calmado. El solo sonrió y asintió. Eso fue suficiente para mí, tome su mano y juntos con una sonrisa en nuestros rostros, regresamos al interior del hospital.
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Nuestra corta historia juntos.
Romanceprotegeré tu sonrisa, tu mirada, protegeré Tus lágrimas y tu futuro