Reto#6 (La pregunta más difícil)

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RETO:

Relatar una historia desde los pensamientos del protagonista, un chico o chica, de 10 a 15 años. 


No sé como decirle. Debería ser fácil; no es que sea una tarea titánica ni mucho menos. Es solo abrir mi boca y articular las palabras correctas, ¿Por qué me cuesta tanto?

Debe ser porque los ojos de Maria brillan de la misma manera que las luces de navidad en casa de la abuela. Aquellas lucecitas multicolores podían tenerme largos minutos completamente absorto, parecían ovnis de diferentes galaxias unidos de la mano uno con otro.

Es por eso que me cuesta decirle, porque su mirada me trae la misma clase de pensamientos mágicos.

Aunque, creo que su risa también tiene su parte en mi problema. Y es que Maria ríe con un sonido tan peculiar. Su risa hace nacer las mías aunque este en la otra esquina del aula. Suena como trocitos de hielo cayendo en un piso de cerámica, como el chisporroteo de las estrellitas al prenderlas en la noche de fin de año. Es bonita de una forma algo cómica y disparatada.

Esa es una buena razón para que calle, su risa me hace sentir mientras estoy pensando.

Lo había olvidado, ¿como pude? Maria huele como la tarta de fresas de mi tía Ana. De la cual, y lo digo con modestia, soy el sobrino favorito. Así huele ella, como a frutillas recién cortadas; dulce, picante y algo fresco. Emocionante. ¿Y con ese aroma cerquita de la nariz quien puede concentrarse? Yo no. Pues siento que dejé la escuela en algún momento de la clase de matemáticas para irme de paseo a un bosque soleado y pacífico, donde las flores tienen perfumes que compiten con el de Maria y los árboles comentan entre ellos que esa fragancia es la mejor de todas.

Así es imposible.

Ahora bien, no tengo alternativa. Lo que debo decirle es como menos urgente y sin ninguna duda, significativo. No es algo que deba guardarse es algo que se dice, en todos los casos y de la forma que se crea mas acertada, pero siempre se expresa con palabras. Aunque creo que a esta altura a mí se me nota en la cara. Y es que algo que lleva guardándose cierto tiempo sin revelarse comienza a manifestarse por sí solo aunque uno quiera evitarlo.

En mi caso, y no digo que sea el de todos, lo que debo decir se me nota en mis dientes mordiéndome los labios. Quizás un poco en lo inquieto de mis piernas que parecen estar bailando una danza de la que yo no estaba enterado. Y tal vez, y solo tal vez, se ve en mis intentos frustados; abro la boca, no sale nada, me siento tonto y observado, y luego la cierro de nuevo. Sin lugar a dudas todo eso debe delatarme.

Pero yo no soy un hombre cobarde. A decir verdad ni siquiera soy un hombre con todas las letras, más bien un chico, cumpliré los once en dos sábados. Lo que resulta irrelevante porque no por mi edad dejaré de ser intrépido y osado. 

Con todo esto en mente levanto mis ojos hacia Maria Velasquez. Qué hermosa es. Ángel de la guarda que mi decisión no flaquée y que las palabras no me falten. Una oración nunca está de más en estos casos.

Ella me mira con sus ojos cafés y ladea la cabeza en un gesto delicado. Parece preguntarme qué, y yo me adelanto a responder antes de que al oír su voz recuerde que su sonido es similar al del arpa que tocó la señorita Ruiz el viernes. Igual de suave y vibrante.

La ocasión es perfecta; yo lo sé y ella lo sabe. El momento ha llegado.

—¿Señorita Maria, puedo ir al baño?

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