Acht.

798 92 43
                                    

Me encuentro acostado en mi cama.

Con mis ojos cerrados.

Mi cabeza está gritando más y más alto.

Los pensamientos se ralentizan.

¡Sáquenme de aquí! ¡Por favor sacadme de aquí! Ya no quiero estar dentro de mi cabeza.

No quiero ser preso del pánico y de la preocupación nunca más.

No quiero que me pese la respiración en cuanto pienso en ello.

No quiero que continúe ahí ese sentimiento.

¡Dejarme! ¡Dejarme ya! Yo también tengo miedo, yo también hice las cosas mal, y lo siento, joder ¡lo siento!

Quiero que todo esto termine, echarme a dormir para que mis pensamientos se callen, pero luego recuerdo que eso no es posible porque en cuanto creo que se callaron, aparecen de nuevo en formato de pesadillas. 

¡Lo siento! Una y otra vez digo que lo siento, porque de verdad lo hago.

Pido perdón por haberme marchado esa vez para que ahora se convierta en esa voz en el fondo de mi cabeza. 

No tengo derecho a llorarte, no tengo el privilegio de derramar ni una sola lágrima por ti, más que nada por respeto a aquellos que crecieron contigo.

¿Qué soy yo más que un conocido del viejo continente?

Quiero gritar, porque la música ya no aguanta.

La música está al 100% pero aun así los pensamientos no descansan.

Tengo las lágrimas atoradas en la garganta.

No puedo llorarte porque es una falta de respeto para ellos, porque no es justo. 

Pero ahí están, mis sentimientos intentando escapar a modo de gorgojito de animal desamparado.

¡Quiero llorar las heridas! Quiero llorar lo que duele, pero no puedo permitirme el llorar lo que duele.

Me agarro la cabeza, hundiendo los dedos entre mi cabello, no aguanto más, estoy perdiendo la batalla contra el pánico y le estoy dando el poder de volverme a dominar.

Quisiera que los fantasmas se marcharan, pero los recuerdos y los remordimientos son esos centinelas que nunca descansan. 

Mis pensamientos son cómo una marea de gente, una marea en la que estoy metido pero nadie me percibe.

Las voces hablan entre ellas a base de susurros, diciendo “el lo dejó por miedo” cómo si fuera la comidilla de la fiesta.

Los susurros comienzan a crecer y a crecer hasta que se convierten en ese ruido sordo que llena la habitación.

Pido por favor, silencio, con mucha, mucha educación. ¿No sabían que una persona que sobreanaliza y que tiene ansiedad tiene un coro personal dentro de su propia mente?

Pero después recuerdo que ese salón de ruido sordo es mi coro personal. 

No quiero hacer mal, no quiero dañar, no quiero sangrar, no quiero llorar, no quiero que me odien, no quiero que me persigan cómo si se tratara de una bruja en el S.XVIII. 

No quiero hacer mal, no deseo dañar, no quiero sangrar, ¡no quiero llorar!. 

Esas 13 palabras, en mi cabeza quizás por repetición constante en un mantra se convirtieron.

Me siento tóxico, destructivo.

Me siento cómo ese incendio que se fue de las manos. 

Calcino todo a mi paso y parece que no me importa todo aquello lo que daño, cuando en realidad son mis lágrimas las que están causando todo este daño.

Mi cuerpo está siendo dominado por otra persona que no soy yo.

Estoy viendo todo cómo si se tratara de una película y yo no fuera más que un espectador. 

Quiero correr hacia mi mismo, abrazarme y darme un lugar donde descansar.

Quiero cantarme a mí mismo hasta poder dormirme, pero eso no funciona.

Soy destructivo, ¡se acabó! Quiero marcharme, marcharme muy lejos de aquí.

Quiero irme allá donde no me puedan localizar, y aislarme, porque así no haré más daño que a mí mismo.

Dejaré que me consuma, que este daño me consuma, con tal de que esta cerilla no haga arder al resto.

Una tarde más busco refugio entre las letras, porque las canciones ya no calman.

¿Qué hago si las canciones ya no apagan el fuego de esta desazón que mi cuerpo ocupa?

Quiero que todo termine, que venga alguien que toque mi puerta, y me diga:

Tranquilo cariño, respira, respira. Ya ha terminado todo, ya no necesitas ser fuerte.

Ya no necesitas tragar tus lágrimas porque no tienes ese hombro donde llorar.

Ahora ya puedes gritar, llorar desconsolado si te place.

Ya puedes tomarte un respiro, ya puedes dejar que te sanen cómo tú has sanado.

Deja que te paguen por todo lo que has hecho, permítete sanar niño, permítete brillar por alegría y tranquilidad. ¡Nunca más por la ausencia de el!

Pero esa persona nunca llega.

Ese personaje nunca llega, porque yo no le permito llegar.

Pongo una y mil trampas en el camino hacia mis miedos e ilusiones.

Creo muros, fosos, cepos y centinelas con los dardos más venenosos que puedan existir para intentar que nadie sea capaz de llegar.

¿Por qué?

¿Qué pasa si alguien llega por haber minado mis barreras y esquivado todas mis trampas a propósito puestas?

No quiero que llegue, porque luego ven el desastre de persona que soy, y se marchan para no volver.

E incluso, si no se marchan, yo de alguna manera les acabo demostrando que la decisión correcta es esa.

De ahí la necesidad de mis barreras, no quiero hacer daño, porque sin haberlo notado ya solté una llamarada y ya hice daño. 

Tengo miedo a las partidas, por eso puedo parecer dulce y simpático pero eso no significa que no me esté destruyendo por dentro.

Me rompo, y nadie lo ve. Eso es normal, y está bien.

Ojos que no ven, corazón que no siente, ¿no es así?

El problema es que no quiero molestar, no quiero que se preocupen por mí, después de todo, la gente tiene cosas más importantes que yo.

A veces quiero que se me escuche, pero soy incapaz de gritar, no sé gritar.

A veces quiero que se me escuche, pero luego me doy cuenta de que puedo vivir con las heridas de balas a quemarropa sangrando de manera constante.

¿Uno puede morir moralmente debido a un desangramiento?

Aún no me he muerto, así que no importa.

Primero ellos, y luego yo.

¿No soy después de todo el ave sin voz?

Me siento triste, asustado y solo, terriblemente solo.

Mi vida se ha convertido en un encefalograma plano y ya estoy cansado de eso, de ser incomprendido, de estar triste y solo, muy solo.

Quizás.

Y quizás solo quizás necesito un abrazo que por un momento me haga olvidar todo el caos por el que pasa mi mente a diario, quizás solo necesite alguien que se atreva a derrotar esos mil demonios que se encuentran en las laderas de mi alma y quizás solo quizás necesito que alguien encienda esa llama que me hacía vivir.

.
.
.
Gustabo símplemente suspiró harto de todo, ya no sabía que mierda hacer.

No sabía que hacer con su miserable vida.

Necesitaba comenzar a cambiar.

Pero no podía.

  ➮Cambios❲Intenabo❳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora