2, adaptarse.

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 Una de las cosas que se aprende haciendo teatro es a decir que sí y a adaptarse a las circunstancias. Nadie te dice que fuera de escena nada es tan fácil. Me acuerdo de cuando era chiquita y me quedaba en el auto sola porque mi mamá se bajaba a comprar algo; yo cantaba a los gritos con la ilusión de que mágicamente algún productor me escuchara, creo que variaba entre Valeria Lynch y Abel Pintos en ese entonces. Sí, soy una caja de sorpresas.

Hablando de los sí, también hay todo un mundo de no que tiene lugar en mí: Odio el verano y es determinante para lo que haga en esas épocas, lo detesto. Casi que llega a darme tanta ansiedad como la humedad. Igual creo que este asco es una cuestión particular de los que no somos hegemónicos y todavía no estamos lo suficientemente seguros para mostrar nuestro cuerpo sin tapujos. Aunque si tuviera una pileta tamaño camión en el patio seguro que no me molestaría tanto.

 Ya llevaba varios días en mi nueva ciudad. Zoe, mi vecina, me saludaba cada vez que me cruza me dividía entre las ganas de hacer amigos y la ansiedad que me daba ganas de desaparecer de la faz de la tierra.  Un día que el sol ardía como nunca ella se acercó con sus brillantes rulos hasta donde estaba yo, me preguntó si me gustaba la cerveza, le dije que no, que yo era más del vino o del fernet. Me miró por unos segundos en silencio mientras hacía caras, cómo analizando qué decir. ¿Vieron que los colorados suelen ser entusiastas? Ella no era la excepción, no se aguantó y cuando se estaba por ir me soltó palabras atravesadas y rápidas que traduje como "esta noche voy con mis amigos a una cervecería de la costa, supongo que no te gusta pero igual estás invitada".  Sonreí, lo que me gustaba era cómo trataba de ayudarme, le dije que sí, que iba a ir con la condición de volver juntas, enseguida le aclaré que también tomaba cerveza aunque no fuera mi bebida preferida. Me dijo que me pasaba a buscar a las 11.
 Esa noche conocí a sus amigos, un grupo muy particular. Parecía que eran un elenco alternativo de Skins. Se llamaban Nahuel, Iara, Luca, Emiliana y Diego. Iara y Nahuel eran mellizos, los dos de pelo castaño y ojos verdes pardos, me sacaban una cabeza de altura cada uno, tenían una tez trigueña y hermosas sonrisas, no me contuve de preguntar si usaron brackets (no, todo natural). Luca era uno de esos chicos dignos de una peli de netflix, el pelo morocho le caía sobre las cejas, sus pestañas eran alucinantes, bah, todo él lo era. De su cuello colgaba una pua a modo de dije. Si hubieran sido una banda de rock, el sería el líder. Emiliana y Diego eran novios, o eso parecía. Ems tenía el pelo teñido de violeta fantasía, usaba ropa que solo le quedaba bien a ella y se maquillaba colorido. Diego era español, rubio y bastante tímido, pero muy adorable, era del tipo de gente que te daba ganas de abrazar.
Esa noche me hicieron probar todas las cervezas de la carta para ver si encontrábamos alguna que me guste. Plan fallido. Si algo tienen las cervezas artesanales es una graduación alcohólica alta. Nos fuimos del local para ver si el aire fresco lograba ponernos aunque sea un poco sobrios y nos sentamos en una plaza que estaba enfrente. La brisa nocturna parecía de película, me contaron anécdotas suyas durante horas y yo no podía hacer más que reírme a carcajadas. Sonó la alarma de Luca y dijo que se tenía que ir porque al otro día trabajaba. Ya era tarde así que cada uno se fue a su casa. Antes de despedirnos me pidieron mi instagram.
  Entré a casa con cuidado de no hacer ruido, cerré la puerta, puse a cargar mi celular y tomé una ducha. No hay nada mejor que ir a dormir limpia. Antes de acostarme revisé mis notificaciones, los chicos ya me habían seguido. Tenía mensajes de Luca preguntando si Zoe y yo habíamos llegado bien, le respondí que sí, que en el camino habíamos parado a comprar chocolates y que por eso demoramos. Le deseé suerte en su trabajo (ni siquiera sabía a qué se dedicaba) y me fui a dormir.

Minerva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora