No habían pasado 14 segundos y Cecilia rompió, sorpresivamente un plato en su cabeza. Era una escena de terror ver a los tres en el suelo, tanta sangre y Cecilia de pie llorando de miedo. El señor se levantó sin coordinación y equilibrio y agarró a Cecilia por su pelo, comenzó a arrastrarla por el piso mientras ella gritaba. Alba no podía moverse, pero Bárbara le dio fin al demonio blanco con un pedazo del plato en su cuello.
Cuando lo vio caer desmoronado como si fuera una gallina muerta, entró en un estado de shock que no le permitía parar de temblar ni soltar el pedazo de vidrio ensangrentado. Y a los 2 minutos ya se escuchaban los vecinos de camino a averiguar el bochinche y la gritería. La mayoría eran hombres y dos o tres mujeres machistas.
Mientras Bárbara seguía en shock y Cecilia inmutada con n semblante de serenidad, Alba logró levantarse, caminó unos pasos hacia donde Bárbara, le agrarró la mano y le quitó el vidrio. Comenzó a darle besos y a abrazarla; luego le apretó los cachetes, la miró fijamente y cuando Bárbara al fin iba a decir algo la interrumpió.
— Shhh... calla mi niña hermosa; tú has hecho lo que había que hacer.
— Perdóname mamá –dijo Bárbara en llanto-.
—¡Perdóname tú a mí, niña mía, perdóname! por ser tan cobarde y no haber hecho esto desde hace tiempo. Yo siento un dolor en mi alma más fuerte que todos estos golpes mi niña, este demonio debía morir; ahora tranquilícense y no digan nada –dijo mientras se agachaba y arrancaba el cuchillo de la espalda del muerto-.
—Mami, ¿qué haces? –preguntó Cecilia-.
Alba las acarició y les contestó:
—Ya sabía que pasaría porque las escuché mientras hablaban. Escuché cuando le contabas a Bárbara que habías soñado que este demonio llegaría pateando la lata, que se enojaría con el llanto de la beba, que trataría de violarla y que terminaría matándola. Escuché cuando te dijo ella que no dejaría que pasara, que escondería el cuchillo bajo el fregadero para defenderse y matarlo. Ahí comprendí que son más valientes que yo y que al menos tenía que hacer algo, mis niñas. Yo no podía dejar que esto pasara, que me mataran a mi hija y me golpearan a las otras; yo sé que tienes el don de predecir mi niña y por eso escondí el cuchillo y decidí esperar callada hasta que él llegara.
¿Recuerdan cuando les dije que se acostaran conmigo? Quiero que se queden con esa imagen, que se graben en la cabeza ese momento en el que estamos las seis unidas; yo dejaré de vivir aquí y Bárbara... Bárbara, mi nena hermosa, mi protectora, mi ángel; quiero que cuides de ellas, que se cuiden las cinco entre ustedes y que me prometan que no dejarán que otro demonio les pise el cuerpo, ¡promételo Bárbara! –gritó Alba, entre llantos y una atmósfera de despedida.
—Mami, te lo prometo, ¿qué vas a hacer?
—No dirán nada, yo diré que fui yo quien lo mató; que lo vi tratando de abusar de ti y que no me arrepiento de haberlo hecho. Ya vienen los vecinos, sean fuertes y hagan silencio –contestó Alba, mientras las abrazaba y besaba-.
Las niñas comenzaron a llorar mientras la abrazaban; ya era momento de que entraran los vecinos.
Todo ocurrió muy rápido, entraron los vecinos y encontraron al muerto entre mucha sangre y al lado de las piernas de Alba, que tenía en sus manos el cuchillo con el que dijo, ‘‘yo lo maté’’.Y se formaron los llantos, los quejidos, los lamentos, las plegarias, las oraciones y las maldiciones de quienes presenciaron el atroz acontecimiento, pidiendo que se sacara el demonio que llevaba esta asesina por dentro. Fue irónico que no se dieran cuenta de que no había ningún otro demonio que no fuera el que yacía muerto en el suelo. Y así, en pleno 31 de diciembre en despedida de año Alba esperaba a que llegara la policía mientras los vecinos le gritaban y le miraban con miedo como si vieran al diablo.
Cuando la policía llegó, Bárbara corrió a abrazarla pidiendo que no se fuera, que no la dejara y luego salió Cecilia a sus brazos también.
—Escúchame mi niña —. Le dijo Alba a su hija mayor.
Yo necesito que me prometas algo… ¡pero deja de llorar! Quiero que me prometas, que me jures que jamás, jamás dejarás que un hombre te trate como basura, que nadie toque tu cuerpo si no es para complacerte o acariciarte; que nadie dañe tu piel como caballo de carga. Promete que te defenderás como fiera, como diabla si tienes que serlo. No permitas que tú ni las niñas sean maltratadas por un hombre. Ustedes serán fuertes, tú mi niña querida tienes la fuerza de mil mujeres. Quiero que las cuides, a las cuatro; no hay padres que valgan, no las entregues a ninguno de ellos. Quiero que sigas esto como si fueran mandamientos mi Bárbara…¡Prométemelo! —. Exclamaba en llantos mientras la tiraban de las manos esposadas.
—¡Madre!—. Gritó Bárbara, mientras sostenía a Cecilia abrazada a su pecho.
Te juro por mi vida que serán como mis hijas. No te preocupes mi prieta, yo les daré de comer, de vestir, las haré fuertes y seré sus padres mamita mía; te amo, te amo ¡te amo!
Realmente no sé lo que sucedió exactamente desde ahí; si se quedaron con la casa del demonio, si se movieron de lugar, si vivieron en la calle o si fueron protegidas por alguien. Sí sé que sobrevivieron y que poco a poco crecieron bajo la tutela de Bárbara. Desde entonces, ese día nacieron las cinco hijas de puta.¡Bienvenidos a esta historia que comienza ahora!
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Los mandamientos de las 5 hijas de p*ta
RandomCinco hermanas muy peculiares: la que mandona, la religiosa, la bruja, "la promiscua" y la "marimacha". Mujeres que te guiarán para que aprendas a valorarte y a darte a respetar. No cabe duda, son unas hijas de p*ta.