Capítulo 5, María, 2001

7 0 0
                                    

Lunes 19 de marzo de 2001

    -Ya mi niño, no llores más; tu padre llegará ya mismo y no he podido limpiar, shhh, shhh, calla por favor—. Dice María mientras mece a su bebé para que se duerma. Su cara es de miedo y se mueve muy nerviosa.

  ‘‘Ya debe estar llegando, lo más seguro borracho, con esa barba molestosa, esa peste a sudor y cerveza… ¿qué hago yo aquí?... María, deja de preguntarte estas cosas, si te vas de aquí no tendrás donde vivir, sabes que prácticamente no tienes familia y los pocos que quedan no quieren saber de ti.

Solo de saber que ya debe llegar, que va a buscar cualquier excusa para golpearme, me va a agarrar por el pelo, me va a romper la boca y no sé por qué. Cuánto quisiera poder arrancarle el corazón, matarlo; ¿cómo pude haberme enamorado de alguien así? un hombre machista, abusador, alcohólico, drogadicto y esquizofrénico. Y ¿cómo voy a quitarme la vida si tengo un angelito por quien luchar? Tal vez pueda escaparme y buscar ayuda inmediatamente; con una mujer  gobernadora deben haber más ayudas para la mujer, pero él está seguro de que me encontrará y me matará, me va a matar, yo lo sé. Ya sé que el cierre de Star Kist, lo ha hecho enojar y que no puede encontrar trabajo fijo, pero eso no es excusa para caerme a golpes cada rato que llega borracho’’—.

Pensaba mientras se movía de lado a lado con la mirada perdida y algunos impulsos de rabia.

De momento llegó Adolfo, tocando fuertemente la puerta como si estuviera cerrada, eso despertó nuevamente al bebé y comenzó a llorar. María le pidió que hiciera silencio para que el nene no llorara más y fue un insulto para Adolfo. Le dijo que ella no era quién de mandarlo a callar, que hiciera que el niñato se callara la puta boca, que estaba molesto, que no encontró trabajo y que había peleado en el negocio de más abajo.

Ella le dijo que no se preocupara, que le tenía unas sopitas de salchichón con arroz blanco, calientitas para él, que se bañara y luego comiera para que se le fuera el enojo.

Adolfo comenzó a oler su camiseta desabotonada y sucia. ¡Yo no apesto pendeja!—. Dijo levantándose de la silla.

- Y no tengo hambre, yo comí pinchos,  lo que tengo es bellaquera; pon el cabrón nene en la cama, avanza y vienes acá.

María, con el niño en brazos, comenzó a acercarse a él mientras le iba diciendo frases para que se relajara. Logró hacer que se sentara nuevamente, le decía que solo estaba agotado, que no era culpa de él, que por favor se calmara porque cada vez que bebía se volvía agresivo y la golpeaba; que ella no quería sufrir y no quería que él sufriera tampoco.

Poco a poco le agarró sus dos manos con la suya y lo fue llevando a un estado sereno; él comenzó a comprender y su semblante era de arrepentimiento, como un niño que no tiene culpa.

Hay mucha tensión ahí.

Los mandamientos de las 5 hijas de p*taDonde viven las historias. Descúbrelo ahora