4 | Jude

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Joder. La había cagado.

No sé en qué estaba pensando cuando dije todas esas estupideces. ¿Por qué? Mierda, no sé por qué me causaba tanta gracia jugar con el temperamento de la chica, supongo que desde que sé que se trata de aquella Lili de hace tres años me hizo querer sacar a relucir un poco de esa energía. Ahora diferente, lo sé, pero algo dentro de mí me decía que esa niña de la habitación todavía existía.

Una pregunta rondó mi mente. ¿Qué le pasó para que se convirtiera en esta chica gruñona sin ninguna chispa?

No dejaba de pensar en ella. Por más que quisiera negarlo, ella me estaba consumiendo más de lo que quería. Porque todos los días que pasaron antes de volverla a ver con ese uniforme —que no seré un mentiroso diciendo que no le quedaba bien— estaba pensando demasiado en ella. Sus ojos verdes, sus pecas en el rostro que hoy no pude ver, su cabello a la altura de los hombros estaba recogido en ese elegante moño que solo me dejó ver que tenía un cuello muy... estilizado. Por un momento se me hizo agua la boca, con turbios pensamientos sobre como mi boca podría disfrutar mucho besar esa zona. Maldita sea, un puto mes sin nada de sexo me estaba quemando el cerebro.

—¿En qué tanto piensas? —Lancé el cigarro que estaba consumiéndose y me giré hacia Hunter—. Joder, Jude, sigues oliendo a aderezo de mil islas.

Entorné los ojos hacia él y me recargué en la barda que protegía la azotea de mi edificio. Hunter levantó las manos mostrándome que se rendía. Sus expresivos ojos me dieron entendimiento de que de verdad se divertía mientras lanzaba el comentario.

—Ninguna chica se había molestado tanto como esa loca ¿no? —Hunter encendió un cigarro y le dio una larga calada antes de responderme.

—Esa chica ni siquiera sabía quiénes somos. De haber sabido, ella misma nos hubiera enseñado las piernas ¿no lo crees? —Claro que estaba de acuerdo con él, porque lo sabía, ella no me reconoció para nada el día de la playa, porque ni siquiera sabía de mi existencia—. Pero debo reconocer que la chica tiene agallas, ya que tiró su trabajo a la basura por haberte lanzado la ensalada sobre la cabeza.

Sonreí, admito que su fuerza interna me agrada.

—Creo que tengo un trozo de lechuga en la espalda. —Hunter y yo nos reímos a carcajadas y volvió a fumar.

—¿Te gustó la chica? —Mi risa cesó y lo miré como si fuera el idiota más grande sobre la tierra.

—No digas tonterías. Es una chica muy común, no tiene nada que pueda llamarme la atención en ella.

—¿Entonces por qué antes de todo la veías demasiado? Y no lo niegues, te observé viéndola. Estabas demasiado atento a sus movimientos.

Una de las desventajas de tener un mejor amigo desde los nueve años es que ese imbécil puede llegar a conocerte más que tú mismo. Hunter y yo crecimos juntos y desde entonces no hay cosa que no haya hecho que no sea a su lado. Después de todo ese niño rubio que me defendió de mis agresores de la escuela se convirtió en mi mejor amigo, más que eso. Era mi familia.

Así que me encogí de hombros.

—Me pareció interesante es todo.

—Una mesera jamás te había parecido tan interesante. Te creeré solo porque no quiero ser un cabrón contigo por hoy. —Le dio una última calada al cigarro y lo lanzó—. Por cierto, Joe nos dio una cagada en tu nombre, dijo que no teníamos que seguir siendo unos cabrones porque la chica perdió su trabajo en el primer día.

Captó mi atención con eso último y me enderecé.

—¿Qué? ¿Era su primer día?

—Sí. Es una lástima que no volvamos a verla por ahí. Se metió en problemas o algo así.

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