Parque de diversiones

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Una pregunta que a veces me tortura

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Una pregunta que a veces me tortura.
¿Estoy loco yo o los locos son los demás?
Albert Einstein


Se estima que el ser humano parpadea entre 15 y 20 veces por minutos, pero yo podría jurar que por el afán de ver todo a mi alrededor no lo hacía. Nunca en mis pocos años de vida tuve la oportunidad de estar en un parque de diversiones, era la primera vez y realmente estaba emocionada.

Por donde mirara se podían ver a niños jugando, riendo y gritando junto a sus madres alertas y desesperadas de que sus hijos no se perdieran en la multitud de personas, eso realmente me causaba mucha risa.

Con que así es un parque, pienso asombrada. Camino lo más rápido que puedas hacia unos de los juegos más cercanos que tengo, realmente quiero subir, pero el hombre obeso con expresión amargada me dice que aún no doy la altura. Hago un puchero tratando de convencerlo, pero no funciona. Solo un ser malvado podría atreverse a negar la felicidad a un niño.

Hago una mueca de desagrado y camino hacia otro juego donde tristemente recibo la misma respuesta.

— Niña, eres muy pequeña para esta juego de diversiones — Me dice el hombre un poco más amable que el otro.

Pero no entiendo ¿Por qué? ¿Que hice para merecer esto? Pienso con expresión trágica. ¿Por que me niegan la entrada a aquellos magníficos juegos?

Frustrada y de mal humor empiezo a caminar hacia otro juego que se ve un poco más infantil que los otros.

— ¡Que niña tan bella! — Me dice la encargada del juego, pero acaso no observa mi expresión de aburrimiento. Deseo diversión, quiero jugar y ser feliz, pero en estos momentos juraría que soy la reencarnación del aburrimiento — ¿Dónde están tus padres pequeña? — Me pregunta y siento que palidesco.

— Fueron... A comprarme dulces — Respondo para luego caminar hacia otro lugar, creo que ha descubierto que he mentido.

Corro con todas mis fuerzas, como si mi vida dependiera de ello y realmente lo hace. No quiero saber qué pasaría si me atrapan, me lo imagino y no, claro que no; sería un enorme error y me niego a eso.

Cuando siento que pierdo la vista de quienes me preguntaron por mis padres bajo la velocidad o también lo hago por la inmensa rueda que tengo frente a mis ojos. ¡Es gigante! Mis ojos saltan de alegría al imaginar la hermosa vista que debe tener estar en la cima de esa cosa y de lo que se debe sentir al estar allá arriba. Me acerco para subir, pero el hombre encargado del ingreso me detiene y señala un letrero que dice: menores de diez años subir con sus padres o algún adulto.

— ¿Dónde están tus padres? — Me pregunta buscando tras de mí. Me lleno de rabia, creí que podría divertirme pero no es así.

— ¿Usted ve a mis padres? No... Cierto — Le pregunto y respondo al mismo tiempo ya cansada.

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