Capítulo Dieciocho

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Lena

Era sublime. Cada vez que penetraba a Kara y veía su gesto de placer, era como si estuviera erradicando el recuerdo de cualquiera que hubiera conocido antes. Las noches que pasé intentando encontrar algo que tuviera sentido en los brazos de otra se redujeron a cenizas. El tiempo que había desperdiciado con Andrea me parecía insignificante en ese momento. ¿Cómo había creído que podría ser lo bastante buena? ¿Cómo no me había dado cuenta de que una mujer podía ser mucho más, de que sus caricias podían ser mucho más increíbles?

Me mantuve lamiendo sus pechos, que tenía de un tamaño perfecto. Eran lo bastante grandes como para poder acariciarlos a placer, con unos preciosos pezones que siempre tenía duros para mí. La acaricié de arriba abajo, sin dejar un solo centímetro sin recorrer, mientras me dejaba hechizar por las elegantes curvas de su cuello y de sus caderas. Era un ángel. La perfección. Pero, sobre todo, era mía. No tenía sentido negarlo.

Toda su atención estaba concentrada en mí, y la mía, en ella. No solo era la conexión de mí penetrándola o la forma en la que me frotaba contra ella o la forma en la que no dejaba de jadear, cada vez más rápido. Era la sensación de que estábamos formando una especie de pacto, un vínculo, que no se parecía en nada a lo que había experimentado hasta entonces.

Llevábamos varias semanas sumidas en una frágil danza. Ambas habíamos demostrado cautela y renuencia. Ambas habíamos dado pasitos hacia algo grande, pero ninguna había estado lista para dar el salto definitivo. Ese era el gran salto. Cada vez que la penetraba, la sensación se hacía más fuerte.

Estábamos construyendo algo.

Y quería construir todos los ángulos a la perfección, de modo que deje de moverme y salí de dentro de ella, la agarré por las caderas y la insté a darse la vuelta, dejándola boca abajo, a cuatro patas para mí. A juzgar por el gemido ronco y sorprendido que se le escapó, le gustó el cambio.

Su estrecha cintura formaba un diamante perfecto en combinación con su generoso trasero. La sujeté de la cintura, y me encantó el control que podía ejercer y cómo la podía mover a mi antojo, cómo la podía usar como si fuera mi juguete sexual particular. La embestí de nuevo, esta vez con fuerza y aumenté el ritmo de cada penetración.

Extendió los brazos para aferrarse al cabecero, y me volvió loca que no pudiera contenerse y girase el cuello para mirarme. No se conformaba con cerrar los ojos y dejarlo todo a la imaginación. Quería verme. Y me quedó claro que ver cómo me la follaba la estaba poniendo a mil, porque no dejaba de pasear la vista desde mi cara hasta mi mano que la sujetaba.

Alargué la mano para cogerle los pechos, que se agitaban con cada embestida.

—Quiero verte más —susurró ella. Se volvió para cogerme del hombro y me instó a tumbarme en la cama, boca arriba.

Estaba sorprendida, siempre me había gustado tener yo el control, pero la forma en la que dio pie a esa nueva postura me puso tan cachonda que me dio igual y solté un sonoro gemido. Disfruté de cada segundo que pasó hasta que se subió sobre mí. Guió mi mano hacia su entrada, que estaba empapada con sus fluidos y se colocó a horcajadas sobre mí, ofreciéndome una panorámica magnífica de su cuerpo, desde la cara interna de los muslos, húmedos por el flujo vaginal, hasta sus labios enrojecidos por nuestros besos.

Jadeó, aliviada, cuando la volví a penetrar. Al sorprenderme mirándola cuando empezó a bajar y subir sobre mí, apartó la cara, sonrojada como un tomate. Extendí el brazo y con el pulgar empecé a frotar su clítoris al mismo tiempo que levantaba las caderas para empujar mi mano y que mis dedos entraran más en ella. Estaba a un paso de perder la cabeza. A un paso, joder.

To Get To You (Adaptación Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora