Capitulo Siete

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Kara

Me desperté con uno de esos dolores de cabeza que te hacían desear no estar viva. No solo quería morirme, sino que además quería viajar en el tiempo y evitar que mis padres me concibieran.

Mis idas remitieron cuando conseguí beberme una taza de café y me comí unos huevos revueltos. Estuve de pie, junto a la encimera, medio zombi mientras cocinaba y Farley me ladraba sin parar.

—Hoy no jugamos, cariño —le dije—. Lo siento, mamá tiene resaca.

Y, después, los recuerdos acudieron en tropel, un recuerdo desagradable tras otro. «Vamos, guapetón.» Lo había dicho, ¿verdad?

Luego casi me dio un ataque de pánico al intentar recordar cómo había llegado a casa. Recordé que Lena me sacó del restaurante y que... ¡Ay, Dios mío! Recordé cómo me aferré a ella, cual borracha desesperada. Incluso era posible que le hubiera dado un pellizco en el culo. Me ardió la cara solo de pensarlo.

Me di cuenta de que Farley no se había hecho caca por ninguna parte, un tremendo alivio. No pude volver a casa para sacarlo, de modo que pensaba darle algo si ya fue incapaz de contener su pequeña vejiga, y desde luego que no lo saqué a pasear cuando regresé.

—Lo siento, colega —le dije, arrodillándome para acariciarle la carita—Deja que lo guarde todo y te sacaré a dar un paseo. Seguro que estás a punto de reventar.

Con el rabillo del ojo, vi algo y me volví para examinar su cama, donde me topé con una zanahoria entera en toda su gloria. Y parecía de verdad. ¿De dónde narices había salido una zanahoria?

Cogí el cartón de huevos y abrí el frigorífico. Dejé los huevos junto al pollo y las verduras, y luego tuve que mirar de nuevo. ¿Pollo y verduras? Miré el frigorífico por primera vez desde que me levanté y me di cuenta de que lo tenía hasta arriba, con comida suficiente para una semana. El congelador también estaba lleno de carne y de pan. Me quedé plantada, mirando sin comprender lo que debían de ser doscientos dólares en comida.

Después, caí en que todo estaba muy organizado, incluidos los botecitos de los condimentos que llevarían años allí, porque nunca se sabía cuándo ibas a necesitar salsa picante para unas alitas de pollo. Todos los botes estaban organizados por colores y de mayor a menor altura. Un vistazo por mi apartamento me confirmó que alguien lo había toqueteado todo para organizarlo. Incluido el montón de ropa limpia que tenía en el suelo y que, en ese momento, estaba pulcramente doblada delante de mi armario. Mi ropa interior estaba en su propio montón, también pulcramente doblada según pude ver.

Lena.

Seguro que había sido Lena. Seguro que me llevó a casa la noche anterior y, después, el estado de mi apartamento hizo que su trastorno obsesivocompulsivo se volviera loco. Pero ¿por qué me había comprado comida? Y, a juzgar por el maravilloso olor de la ropa que había doblado, la había lavado de nuevo con un detergente de los buenos.

Estuve a punto de sacar el móvil que me había dado con su número directo para llamarla, pero antes de poder marcar, vi la hora que era.

Ya llegaba una hora tarde y ni siquiera había salido de casa.

Cogí en brazos a Farley, bajé corriendo las escaleras y lo dejé que hiciera sus cosas en el jardín que había delante antes de correr escaleras arriba con él bajo el brazo, como si fuera una pelota de fútbol americano y yo, la estrella del equipo. Me sorprendió que mi casera no aprovechara la oportunidad para salir de su apartamento y echarme la bronca por el alquiler, pero tampoco iba a protestar.

Me di la ducha más rápida del mundo y me vestí, ropa interior incluida, intentando no ponerme colorada por la idea de que Lena ya tenía una oportunidad de entre diez de adivinar el color de mis bragas. Le di un besito a Farley y salí corriendo a la calle. Lena había encontrado un aparcamiento fabuloso justo delante, una suerte, porque me preocupaba tener que dar vueltas por la manzana en busca del coche.

To Get To You (Adaptación Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora