IV. Nunca mires atrás

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Me paré en mitad de la calle. Volvía a sentir que me vigilaban, que copiaban todos mis movimientos. Siempre me pasaba cuando cruzaba por ahí de noche. Siempre.
No se si era por el mito de que una mujer fue destripada en esa calle y su alma vagaba por ahí, y da la casualidad de que me acosa o porque realmente alguien me seguía siempre que cruzaba por allí, pero me incomodaba mucho esa parte de mi ciudad. A demás a esas horas ya no había nadie ahí, lo que hacía todo más inquietante.

Era de noche y tenía cansancio acumulado de hace meses. No estaba como para que me persiguiera vete tú a saber quien. La calle estaba casi en completo silencio. El sonido de mis pasos se detuvo, por lo que solo se escuchaba levemente mi respiración nerviosa y el parpadeo de una farola. Quien me estaba siguiendo era realmente sigiloso. Era prácticamente imposible que parásemos en el mismo momento.
- ¿Quien eres? - rompí el silencio.
No obtuve respuesta. La calle se quedó con el mismo silencio incómodo de antes.
- ¿Quien eres? - repetí mi pregunta.
Pero conseguí la misma respuesta: silencio absoluto. Probé a preguntar que quería de mi, o porque me seguía. Nada. Ni una palabra, ni un ruido, ni un movimiento. Me empecé a cabrear.
- Como no dejes de seguirme, voy a llamar a la policía. - le amenacé, pero ni se inmutó - Y cuando vengan, te detendrán y te llevarán a la cárcel. - continué.
Era insufrible e irritante que me persiguieran así y después simplemente me ignoraran. Me quedé sin moverme unos segundos. Noté una respiración en mi nuca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No pude evitar poner una mueca de terror. Estaba temblando. Era imposible que hubiera avanzado tanto sin hacer ni un solo ruido. Fuera quien fuera le tenía ahí, detrás de mi. Pude haber corrido, huido de allí, llamado a la policía, gritado, pero no hice nada de eso. A pesar de que podría matarme, secuestrarme, o a saber que, quería saber quien era. No se me había ocurrido antes porque no le di importancia, pero ya estaba bien de esperar.
Di un par de pasos y me giré. Entonces lo vi. Vi al fantasma de la mujer asesinada, con un gran agujero ensangrentado en la barriga, y los intestinos colgando por fuera. Me miraba con una sonrisa exagerada y forzada, y los ojos en blanco. Me paralicé. No podía mover ni un solo músculo.
Cuando a penas estaba a unos centímetros de mi, dispuesta a matarme, reuní unas fuerzas que no se ni de donde saqué y corrí, en dirección a mi casa. Corrí como nunca antes lo había hecho. Sin parar, lo más rápido que pude, y sin mirar atrás.

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