De normal, mi trabajo me obliga a quedarme en mi oficina hasta tarde, por lo que no puedo llegar a casa y ver a mi mujer, Alice, hasta altas horas de la madrugada. La mayoría de veces que llego ya está durmiendo, otras veces se queda despierta esperándome en el salón. Ojalá no tuviera que trabajar tanto.
Una noche que llegué a casa, me fui a dormir silenciosamente para no despertar a Alice. Recuerdo que esa noche noté una brisa fría y extraña, a pesar de que todas las ventanas estaban cerradas. Pero mi mujer no notó nada.
La noche siguiente, volví a sentir esa brisa, pero acompañada de unos espeluznantes e incomprensibles susurros. De nuevo, mi mujer no notó ni escuchó nada. Sería mi imaginación, o el cansancio.
A la tercera noche seguía notando esa brisa, ahora junto con unos ojos brillantes mirándonos fijamente. Podía verlos cada vez que cerraba mis ojos. Esos escalofriantes ojos penetrantes... Tenía que estar volviéndome loco. Y seguro que Alice también pensaba eso.
La cuarta noche me dejó los pelos de punta. La brisa no se detenía, y esa vez no escuché susurros, ni vi esos ojos mirándonos. Noté unos dedos recorriendo mi brazo. Podría haber sido mi mujer, pero estaba convencido de que no fue ella. Esos dedos eran delgados, casi esqueléticos, y muy fríos, como si fueran de hielo. Era imposible que eso fuese mi mujer. Esto me confirmó que no me estaba volviendo loco, al menos, no del todo. Había algo o alguien acechándonos durante la noche.
La quinta noche. Llegué de trabajar alrededor de las dos de la mañana. Cuando entré por la puerta, mi mujer estaba sentada en el sofá, viendo la tele. Le saludé y ella me devolvió el saludo. Le dije que me iría ya a dormir, y que ella también debería descansar. Pero insistió en quedarse despierta un rato más. Subí a nuestra habitación, pero cuando encendí la luz se me revolvió el estómago. Sobre la cama estaba el cuerpo sin vida de... mi mujer... le habían arrancado los ojos y sacado sus tripas. Todo estaba lleno de sangre. Me paralicé. No entendía nada. Se suponía que acababa de saludar a mi mujer, pero su cadáver estaba allí tendido sobre la cama. De pronto, la misma brisa que había estado sintiendo las anteriores noches me sacó de mis dudas y pensamientos. Unas manos huesudas y frías como el hielo me agarraron por los hombros. De pronto todo tuvo sentido. A quien había visto hacía a penas unos minutos no era Alice. Era lo que me había estado molestando las otras noches. Mi mujer, mi verdadera mujer estaba muerta. Y el ser que había copiado su identidad estaba detrás de mi, planeando que hacer conmigo.
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CUENTOS EN LA NOCHE
HorreurEste es un libro para aquellos quienes no pueden saciar su sed de terror, misterio y suspense con las típicas leyendas. Aquí os traigo una serie de historias un tanto inquietantes...