VII. Realidad y ficción

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Cuando abro los ojos, me veo rodeada de personas que no conozco. Me incorporo en el suelo frío de hormigón y los demás se inclinan hacia atrás para dejarme espacio. Hay otras nueve personas en la sala, cinco hombres y cuatro mujeres.

—Bien, ahora ya estamos todos despiertos —dice un chico castaño a mi derecha.

—¿Acaso eso importa? —bufa una mujer con el pelo canoso desde una esquina de la habitación—. Seguimos aquí atrapados.

Es en ese momento cuando me doy cuenta de que la sala está completamente sellada; libre de puertas y ventanas, con una única bombilla colgando del techo por un triste cable, y... televisiones de tubo enganchadas a las cuatro paredes. Los aparatos se agrupan en todos los rincones de la habitación, dejando pequeños huecos entre ellas por los que asoman cables. Los muros parecen más pequeños por el espacio que ocupan los televisores.

—¿Qué es este sitio? —alcanzo a preguntar.

—Ninguno lo sabemos —habla una chica rubia en un tono frustrado—. Todos hemos despertado aquí sin saber por qué.

—Lo único que tenemos son las etiquetas bordadas en nuestras camisetas —informa un hombre negro.

—¿Etiquetas? —Me levanto del suelo e inspecciono a los presentes, leyendo las letras bordadas. El castaño tiene escrito «mejor amigo», la mujer «directora», la rubia «popular», y el moreno «profesor». Las otras personas que no han hablado todavía, una chica de gafas y otra de pelo corto, tienen bordado «sabelotodo» y «mejor amiga» respectivamente; un chico de ojos verdes muy brillantes viste la palabra «novio», otro musculoso, «interés romántico», y un hombre de unos cincuenta años, «conserje». Entonces leo mi propia etiqueta: «protagonista».

—Parecen personajes de una novela de instituto —murmura la de gafas, «sabelotodo».

—Pero nosotros no somos personajes, y esto no es ninguna historia —dice el musculoso, aunque con cierto aire de duda.

—Claro que no, genio —se burla la rubia—. Si lo fuéramos...

En ese momento, la bombilla explota y nos quedamos en absoluta oscuridad. La sala estalla en gritos de confusión, hasta que notamos un cambio las televisiones. Éstas se encienden simultáneamente, mostrando el mismo menaje en letras negras sobre un fondo blanco.

Bienvenidos a esta novela—lee en voz alta la chica del pelo corto.

La imagen permanece congelada unos segundos, tras los cuales se desvanece y el mensaje cambia.

Soy el Narrador —sigue leyendo la «mejor amiga»—, el encargado de contar vuestra historia. Aunque, para ser exactos, la mayoría aquí sois personajes secundarios.

Inmediatamente, todos los ojos caen sobre mí y mi etiqueta de «protagonista». Yo me encojo de hombros, compartiendo la incertidumbre de los demás.

Comencemos —leo.

—¿Comenzar? ¿El qué? —cuestiona el «novio».

Era un lunes tranquilo en el instituto. —Muestra una de las pantallas, mientras el resto proyectan la imagen de un gran colegio—. El sol brillaba como de costumbre, y el cielo estaba despejado.

Todos observamos cómo las pantallas cambian ante las palabras del Narrador como si estuviéramos bajo un hechizo.

Al igual que todas las mañanas, la directora se encontraba en su despacho, revisando el papeleo.

Una de las televisiones pasa a emitir la imagen de un despacho, y en el... la «directora», la mujer de pelo canoso, está sentada en un escritorio, revisando varios papeles. Busco con la mirada a la mujer en la sala en la que estamos, pero ella ya no está aquí. El señor mayor parece notarlo también.

CUENTOS EN LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora