La amenaza de Cipactli y la caída del jaguar.

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Debido a las constantes peleas y altercados por el dominio, los dioses acabaron tan divididos que cada uno tomo diferentes caminos, quedando incomunicados las mayoría unos de otros y siendo pocos los que continuaron prestando atención a los humanos. Aún así, Quetzalcoalt y un pequeño grupo de dioses seguían apoyando a la humanidad y eran ellos la razón principal por la que algunas de las otras deidades se abstenían de atacar a los hombres.

En el océano Atlántico, una deidad disfrutaba de su trono y la tranquilidad de su pueblo, pues recientemente una guerra de 10 años había llegado a su fin, siendo su bando el ganador. El dios de los mares se hallaba tranquilo, descansando de sus labores, tanto como dios como rey. Pero lo que el no sabía, era que un grupo rebelde, conformado por los hijos e hijas del antiguo monarca del reino, por fin habían logrado dar con el arma perfecta para vengar la muerte de su padre. Los rebeldes lograron encontrar el lugar donde su progenitor encarcelo a una gran bestia marina, un monstruo tan grande y poderoso que el mismo temía su poder. Realizando un hechizo, lograron romper la magia que mantenía preso y dormido al monstruo, despertando este junto a un gran rugido que estremeció todo el reino y puso en alerta a su soberano. 

Los libertadores de la bestia pensaron que podrían controlarla pero esta los tomo como sus primeras victimas tras su liberación, acabando con todo el grupo en menos de dos minutos, para después dirigirse a la ciudad submarina para sembrar el caos. Estando ya a unos metros de llegar a la ciudad, el enorme monstruo se detuvo al ver como el soberano estaba justo frente a el, sosteniendo fuertemente su arma de triple filo. La bestia rugió en modo de desafió, pero el soberano solo levanto su empuñadura y emitió una señal que fue entendida por su contrincante, quien se alejo del lugar para nunca volver.

El monstruo nado durante días, devorando a cuanta criatura encontrara en su camino, hasta llegar a las costas del nuevo mundo, donde encontró un remplazo de aquellos habitantes de las profundidades, los habitantes de la superficie. Salio del agua, usando sus fuertes aletas, para atacar a las personas, destrozando un pequeño poblado costero en una hora. Pero eso no le fue suficiente, sus ansias de muerte y su hambre insaciable le levaron a atacar cualquier navío que encontrara además de presitiparse a tierra firme con tal de masacrar a los humanos. La cosa claramente no pasaría inadvertida para los dioses, de los cuales Tlaloc fue el primero en llegar a la zona para acabar con el reinado de terror del monstruo, apodado por los mortales como Cipactli. 

Al llegar a la zona, Tlaloc elevo su primitiva hacha, cargándola de energía, para después arrojarla sobre la cabeza del monstruo, el cual rugió debido al dolor provocado. El dios de la lluvia descendió para asestar un derechazo en la mandíbula de Cipactli. El monstruo retrocedió unos pasos, antes de levantar su pata delantera derecha y golpear a la deidad con esta, enviándolo a estrellarse contra el suelo. Tlaloc se levanto mientras lanzaba un rugido de furia, dando un enrome salto, destrozando el suelo bajo sus pies, y golpeando en el mentón a la bestia, cayendo esta de espaldas. El dios de la lluvia aterrizo en el pecho de Cipactli, comenzado a golpear este repetidas veces mientras sus puños estaban cargados. En su frenesí, Tlaloc no vio como su enemigo levantaba la pata, sujetándolo mientras se daba la vuelta para azotarlo contra el suelo, aplicando todo su peso en su contra y dejándolo aturdido, momento que aprovecho para tomarlo con el hocico y arrojarlo hacía arroba, abriendo las mandíbulas para devorarlo. Debido al movimiento, el hacha del dios también salio volando, cayendo junto a este en la mandíbula del monstruo. Cuando estaba a punto de ser tragado, Tlaloc recobro la consciencia y sujeto su hacha, abriendo un agujero en el cachete de Cipactli, por donde fue capaz de escapar. Pero el dolor no distrajo al monstruo marino, pues este se dio rápidamente la vuelta para golpear al dios con su cola, dejándolo inconsciente y enviándolo a kilómetros de distancia.

Con su enemigo fuera de combate, Cipactli volvió a causar destrucción. Viendo una oportunidad de recobrar el apoyo de los mortales, Tezcatlipoca se dirigió al lugar para dar fin a la vida de la bestia, mientras Quetzalcoalt hacía lo mismo, pero con fines más altruistas. 

La serpiente y el jaguar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora