En la muerte del tiempo, soy

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Se lo cuestionaron, casi se lo prohibieron, pero ninguna regla le impedía hacerlo, ella era libre. Evaeva tuvo un hijo.

En lo que el consejo catalogó como un acto de egoísmo, Evaeva inseminó el sistema reproductor de su cuerpo biónico con material genético diseñado por ella misma y su microcomputadora. La semilla perfecta desde su imperfecto ideal. Evaeva realizó todo el trabajo sola, por deseo propio e ignorando cualquier queja y conflicto que surgía ante semejante decisión.

Su cuerpo comenzó el proceso, y al cabo de dos días, el embrión ya estaba listo para nacer. Nadie del Sector le había dirigido la palabra durante ese período, pero cuando ella preparó la sala de maquinaria para dar a luz, todos los humanos despiertos se conectaron para observar el primer parto en milenios y, posiblemente, el último parto de la humanidad.

Evaeva dio a luz a Gilgamesh. El niño nació sano, completamente humano, sin rasgos de maquinaria ni elementos artificiales, más allá de su proceso de gestación; reemplazado hacía eones por el método más eficiente que el cerebro humano-cybernético y las computadoras pudieron idear sin comprometer las características naturales de un homo-sapiens.

Evaeva observó a su hijo con fascinación. Tras la primera desafectación y escaneo que las máquinas realizaron en el instante, ella tomó a su recién nacido, impecable, con el cordón ya cortado. El niño lloraba. Evaeva lo acercó a su cara. Observó cada detalle con sus ojos mecánicos, sintiendo la piel real de un ser humano puro. Su hijo era real, no como las miles de simulaciones que vivió durante milenios, y sus millones de años virtuales experimentados conectada en las cápsulas.

Evaeva aceptó la responsabilidad de cuidarlo por veinte años, no más, no menos. Gilgamesh seguía llorando, Evaeva se lo acercó al pecho y le permitió escuchar y sentir el calor y las pulsaciones de su corazón artificial. En un momento, el niño se calmó. Evaeva fue madre, una madre de verdad.

Gilgamesh miraba por la ventana de la esfera de Dyson. Los destellos momentáneos, a veces simultáneos, del rayo de luz rebotando entre los espejos era cada vez mas débil. Evaeva estaba conectada a su cápsula de suspensión, seguía soñando en su mundo virtual. Jarlán caminó hacia la ventana junto a Gilgamesh, ambos miraron el agujero negro en silencio por un rato. El disco de materia había desaparecido hacía siglos, apenas veían el punto negro, rodeado por la penumbra deformada del otro lado de la esfera, y los destellos del rayo.

-Entendería que alguien decidiera pasar los últimos minutos en el tiempo real, pero vos, habiendo vivido solo veinte años, casi todo en este plano temporal ¿Por qué?

Gilgamesh lo miró de reojo, pero no contestó. No era necesario, Jarlán había vivido cinco milenios, y era el segundo hombre más joven de la galaxia. Eso era mas que suficiente como para aprender a identificar las expresiones faciales de un humano biológico, entre otra infinidad de datos probablemente inútiles, incluso en el tiempo que pudo vivir.

Jarlán, con su microcomputadora, era capaz de calcular todos los posibles pensamientos y sensaciones que Gilgamesh podría experimentar, pero aun sabiendo lo que pensaba, él sintió una fascinación, un calor interno y curiosidad que no había sentido en siglos; justamente para eso mantuvo algunos elementos de su cuerpo original.

En un momento, Gilgamesh se apoyó en la ventana sorprendido. Jarlán no tuvo que hacerlo, el agujero negro había muerto, la luz había perdido el impulso y el ingreso de energía se había acabó. Ahora venía lo divertido ¿Qué sucedería primero: la explosión del agujero o la muerte térmica? No calculó el resultado, quería sorprenderse, deseaba que fuera la primera opción, la segunda era muy aburrida.

Gilgamesh bajó la cabeza y miró a su amigo.

-Quedan algunos minutos, todavía podés conectarte.

-No, voy a morir así.

-Si es por muerte térmica la vas a pasar mal.

Gilgamesh asintió sonriendo. Jarlán era uno de los pocos hombres que habían decidido mantener su individualidad en lugar de conectarse al cerebro galáctico, y que mantuvo rasgos humanos y sociales, en lugar de solo enchufarse en una cápsula.

Gilgamesh de repente se acercó y abrazó a Jarlán. Éste, sorprendido, le devolvió el abrazo.

-Nombre antiguo, prácticas primitivas.

-Pero al fin y al cabo eso es lo que nos hace humanos.

-Humanos sí, homo-sapiens no.

Gilgamesh miró la cápsula de su madre, enojado.

-Un acto egoísta. Te trajo al mundo para saber lo que era ser madre, pero lo decidió muy tarde, te condenó a una vida sin futuro.

-Ya sé. La odio.

-...Pero la entendés.

Se miraron, sonrieron. Jarlán sabía todo sobre Gilgamesh, pero éste tenía que hablar, tenía que expresarse. Le dio la palabra.

-El egoísmo es humano.

-El humano es poco práctico.

-Por eso mismo estamos despiertos Jarlán, podríamos vivir mil años más conectados en esas cápsulas.

-...Y sin embargo presenciamos la oscuridad absoluta, viviendo el tiempo real...

-...Intercambiando esos milenios para ser humanos.

Jarlán comenzó a reírse. Gilgamesh lo acompañó, nunca lo había visto reír, no en el mundo real.

Destellos de luz comenzaron a llegar a la ventana, se acercaba el momento, parecía que la explosión sería la que los liquidara.

Jarlán se apoyó en la ventana. Gilgamesh se giró. Corrió hacia la cápsula de su madre y desconectó el cable de energía. Vapor, y el cuerpo de Evaeva iniciándose. Madre e hijo se miraron.

Gilgamesh la miró con odio; Evaeva con sus ojos de diamante y hierro, sin expresión. No hablaron, estaba todo bien claro. Gilgamesh giró y le dio la espalda a su madre, se reunió con Jarlán, auténticamente sorprendido. Le echó una mirada y una pequeña sonrisa.

La ventana se iluminó. Una luz cegadora ingresó e inundó los tragaluces de la esfera. Ambos miraron fascinados.

- ¡Si! -Gritó Jarlán- ¡Nos vamos con un kabúm!

Gilgamesh comenzó a saltar, Jarlán lo tomó de los brazos y lo acompañó.

En el pacillo que se extendía haciael horizonte, los dos humanos disfrutaron sus últimos momentos. La honda dechoque impactó con la megaestructura, y la esfera de dyson no fue más

En la muerte del tiempo, soyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora