— Eres patética — habló una voz desgraciadamente conocida a mis espaldas sacándome de mi ensimismamiento.
— ¿Perdón? — me gire para encararlo tratando de no sonar ofendida por su comentario
— No, no te perdono... — me respondió sin dudar acercándose poco a poco hasta estar frente a mí bajando un poco la cabeza para poder mirarme a la cara — eres patética — acercó su boca a mi oreja izquierda como si estuviese a punto de decirme un gran secreto — De echo, los tres lo somos.
— ¿De que hablas? — le pregunté tratando de recuperar algo de distancia alejándome de él.
— Él sufre por que ella se va, tú sufres por él la quiere a ella. Y yo sufro por tí, por que a pesar de que yo estoy enamorado tí. Tú sigues loca por él.
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Para que me entiendan mejor comenzaré recordando esa fría tarde de diciembre cuando el cielo estaba gris como si el también comenzará a sentir su ausencia, era como si estuviera anunciandome lo triste que sería seguir viviendo en esta ciudad sin él. Las nubes comenzaban a alejarse, a dispersarse justo como él lo haría en unos minutos más.
Dicen que la mayoría de la gente tarda media vida en encontrar a su alma gemela, pero en mi caso fue diferente. Yo tuve la suerte de conocerlo a los 4 años y supe que él era mi otra mitad al ver esos hermosos ojos mieles.
Aquellos hermosos ojos que me recordaban el atardecer al verlos.
Y lo supe. Siempre lo supe, tarde un poco en darme cuenta que él era el indicado. Tal vez demasiado.
— Angel está bien, estarás bien. Ambos estaremos bien, sé que nos volveremos a ver. — me sonrió mientras colocaba un mechón de cabello detrás de mi oreja.
— Kei Kei yo. Yo... quiero decirte que... — balbucie sin poder evitarlo poniéndome más nerviosa segundo a segundo pensando en lo que quería decirle como siempre lo hacía, más al sentirlo tan cerca de mí.
— Lo sé.
— ¿Lo sabés? — pregunté con los nervios de punta. Sintiendo como la sangre se acomulaba en mis mejillas — No espera... bueno yo no, es que. No...
— ¿No? — interrumpió mi balbuceó sin sentido mirándome con una chispa de ternura y una sonrisa socarrona en los labios.
— Bueno si, pero no... — baje la cabeza al instante tratando de evitar esa mirada que me dejaba sin aliento y esa sonrisa que siempre lograba que me temblaran las rodillas sin siquiera intentarlo. Titubie temiendo que mis palabras hicieran mas incómodo el momento.
— Piccola está bien — tomó mi cara entre sus manos obligándome a verlo — Yo también siento lo mismo — confesó en un susurró con un tono ligeramente juguetón mientras se acercaba a mi.
— ¿En serio tú... tú me- me quieres? — pregunté tratando de esconder la emoción que sentí en ese momento al escucharlo fallando inevitablemente.
— Claro que si ¿como no podría hacerlo? Eres mi mejor amiga, siempre lo has sido.
¡Auch!
Y ahi estaba de nuevo la incomoda presión en el pecho, ese maldito nudo de palabras atoradas en mi garganta que crecía más y más. Ese maldito nudo que me impedía gritarle y decirle «yo no quiero ser tu amiga»
¡Vamos! ¡vamos! ¡tú puedes solo házlo! ¡díselo ahora! solo son seis palabras.
— Espera yo... yo... n-no quiero...
— Está bien, entiendo. Tú siempre serás cómo mi hermana pequeña.
¡Dios! eres tan patética, ambos son patéticos. Tú por cobarde y él por idiota ¡Vamos es tu última oportunidad dile maldita cobarde dile dile!
— Kei yo...
— EL VUELO 987 CON DESTINO A TORONTO CANADÁ POR FAVOR ABORDAR EN LA SALA OCHO — me interrumpió la voz femenina que resonaba por el altavoz en la sala de espera del aeropuerto.
De pronto sentí unos enormes brazos rodearme inesperadamente — Te quiero pequeña y siempre lo haré. Nunca te olvidaré y no estés triste se que volveré a verte muy pronto, lo prometo — Su boca se acercó a mi cabeza y pude sentir como presionaba sus labios contra mi frente tratando de demostrarme algo de su cariño logrando que por unos segundos me olvidará hasta de como respirar.
— Ti amerò per sempre mia piccola stella scintillante. — me susurro al oido como si de una plegaria se tratase llamándome como solía hacerlo desde hace años apretándome más contra él.
— Y.. io - yo te...
— ¡Kyler es hora! — lo apuró su madre quién se despedía animadamente de mi madre con un abrazo
— ¡Te quiero, te quiero, te quiero, piensa mucho en mí y extrañame mucho! prometo hacer lo mismo — habló mientras nos movía de un lado a otro en ese tierno y agradable abrazo.
— ¡Jaaaa! estaré muy ocupada teniendo una vida y pateando traseros en la pista de Hockey como para recordarte — contesté confiada sin pensar en mis palabras. Como siempre arruinando el momento.
Y es justo por esto sigues soltera.
— Esa es mi chica... — respondió negando con la cabeza regalandome una ligera sonrisa separándose de mí dejando un vacío en mi ser del que solo yo sería conciente mientras tomaba mi mano una vez mas — te quiero piccola.
— Yo... — bajé la mirada apretando más su mano tratando de buscar algo de valor para decírselo — yo estoy... — alze la cabeza encontrándome con esas hermosas perlas mieles mirándome fijamente con una ligera curiosidad — yo te... — te-te a... adiós — solté su mano.
— Adiós.
¿Recuerdas esa sensación de vacío al terminar de leer tu libro favorito por primera vez?
Ése sentimiento de perder algo preciado, como cuando pierdes tu primer juguete favorito, ese osito de peluche que te daba valor de pequeña para poder dormir sola las primeras veces en tu habitación con las luces apagadas sin sentir tanto miedo.
Bueno eso fue justamente lo que sentí en ese momento, solo que yo no terminé de leer mi novela favorita, no perdí mi juguete más preciado.
Solo estaba dejando ir a mi primer amor, sin decirle que era mi primer amor.
Por que no pude encontrar una vez más esas malditas palabras. Ese maldito valor que siempre huía y nunca encontraba en el momento justo para decirle lo tenia que decirle, lo que quería decirle desde hace tantos años.
Con cada paso que él daba a través de ese pasillo mi corazón se alejaba. Me abandonaba, y se iba con él. Ese puente móvil que se extendía desde la puerta de embarque hasta la puerta del avión era mi peor enemigo en esos momentos.
Me encantaría decir que en el último momento lo logré, que corrí hacía él sin importarme nada ni nadie, y le grité que estaba locamente enamorada de él y lo besé.
Pero no, solo me quede ahí. Quieta tratando de retener las lágrimas.
Poniendo todo de mí para no romperme al verlo darse la vuelta y mirarme a lo lejos con los ojos llenos de lágrimas. Alzando su mano como despedida por última vez.