Prologo.

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No había llorado, ni hablado, ni siquiera había gritado desde que la noticia le fue dada. Se la pasó acostada en la cama, tapada hasta el cuello con la cobija mientras miraba algún punto fijo de su habitación pensando en esa frase, aquella que se le grabó a fuego en la mente.

— Llamaron del hospital, Leks — dijo su madre.

— ¿Sucedió algo?

— Isack... Tuvo un accidente... Él murió, hija.

Después de la  pequeña platica con su madre, subió a su habitación y se encerró por horas. De vez en cuando sus ojos se cerraban y se dejaba arrastrar por la oscuridad de sus sueños en donde él aún estaba ahí con ella. Cuando abría los ojos, sentía que su cuerpo estaba a su lado pues todavía percibía su aroma en las almohadas. La noche anterior se quedaron hasta tarde juntos platicando sobre, exactamente, nada.

— Ya debo irme, mi amor — le dijo Isack, acariciando su cabello y depositando un pequeño beso en su frente. Aleksa amaba esos besos.

— ¿No te quieres quedar? — Preguntó, alzando la mirada. — Puedes hacerlo, de verdad. Es muy tarde como para que te vayas.

— No, cielo, no quiero que tus papás te regañen. De por sí, ya pasamos demasiado tiempo encerrados.

Se levantó de la cama y se acomodó la ropa, ella hizo lo mismo solamente que pasó los dedos por su cabellera castaña para alisarlo ya que se enredó un poco mientras estaban acostados. Caminaron en silencio hasta fuera de su habitación, bajando las escaleras con las manos entrelazadas para luego llegar a la puerta principal. Isack se giró para verle y la besó, con todo el amor que sentía por ella. Aleksandra le rodeó el cuello con los brazos y respondió a su beso, enamorada completamente de ese chico. Cuando se separó, ambos susurraron un "te amo" para que luego él se girará rumbo a su coche. Lo último que la chica de 19 años vio de su novio fue el auto alejándose en la oscuridad de la noche.

Ahora se arrepentía de no haberle insistido que se quedará con ella. Quizá si hubiese sido más terca, él hubiera dormido esa noche en su casa. Tal vez, de ser así, seguiría con vida. Aleksa apretó las sábanas y cerró los ojos con fuerza. No quería llorar, sabía que si soltaba la primera lágrima, las demás brotarían de sus ojos sin detenerse.

 Así que, en vez de llorar, se quedó dormida. De nuevo, no quería saber nada del mundo real y la única forma de escapar era durmiendo.

Ahora que no estás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora