Capítulo 4.

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Ya había pasado una semana desde que el accidente ocurrió y desde el día del funeral, Aleksa no había salido de su casa ni siquiera para ir a la escuela. Sus padres se lo permitieron al principio, con la condición de que se pusiera al corriente con todo lo que perdería. Ella aceptó, después de todo solamente necesitaba un tiempo para asimilar que las cosas ya no serían lo mismo. Era lunes por la mañana de un enero  helado. Se levantó de la cama a regañadientes, se había prometido a sí misma que ese día volvería su vida normal. Media hora después, ya estaba lista para asistir al colegio.

Bajó las escaleras lentamente, como si así pudiese evitar lo inevitable, pero ya estaba hecho. No podía regresar a la cama, necesitaba salir y eso lo sabía. No deseaba volver a caer en una profunda depresión puesto que ya no estaba segura de sí lograría escapar de ella sin alguien a su lado. En el desayuno evitó hablar o mirar a algún miembro de su familia y ellos lo comprendieron, no le hicieron ninguna pregunta y tampoco le exigieron cuando no quiso comer algo; Leksa estaba agradecida de que no le insistieran tanto.

 No se dio cuenta de cuando subió a la camioneta, sus pies la conducían por el camino sin que ella lo pensara. Su mente no era consciente de nada hasta que llegaron a la escuela y su madre, por primera vez desde el día anterior, le dirigió la palabra. Se giró en el asiento para ver a su hija que permanecía en la parte trasera de la camioneta y, con un pequeño suspiro, habló.

 — Que tengas un lindo día, princesa.

— Gracias, mamá.

 La chica de diecinueve años bajó de la camioneta sin decir otra palabra, colocándose la mochila en el hombro derecho para luego apartarse el cabello que le estaba cubriendo la cara. Se sentía extraña, una intrusa en aquel mundo al cual había dejado de pertenecer y no sabía cómo sentirse de nuevo parte de él. Respiró profundo para empezar a caminar hacia el interior de la institución. Todos los alumnos presentes voltearon a verla, era como si de pronto la conocieran. Claro, su novio había muerto hace tan solo una semana, por supuesto sabrían quién era. Ignoró aquel pensamiento y mordió su labio inferior, apresurando el paso para llegar más rápido a su salón de clases.

 Cuando cruzó la puerta de éste, buscó rápidamente con la mirada un asiento disponible, pero se arrepintió de alzar la vista pues todos los rostros estaban girados hacia ella, como si pensaran que no debía estar ahí. Y quizá tenían razón, quizá nunca debió de regresar. Dio unos cuantos pasos hasta que se dejó caer en un asiento justo cuando la chica rubia que tiempo atrás fue su mejor amiga se acercó a ella, mirándola con una triste sonrisa.

 — Hola — saludó.

— Hola, Darcy.

— Bienvenida a la escuela, Leks.

 Fue todo lo que dijo antes de sentarse a su lado. Ella supuso que era una forma de darle apoyo, y seguramente luego se lo agradecería porque en ese momento no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta que le hacía sentirse miserable y rota, sobretodo lo último; porque ella estaba rota. Se habían llevado un pedazo importante de su vida y nunca lo recuperaría. El profesor entró en el aula y saludó a todos hasta que su vista dio con la chica, haciendo que sus ojos se abrieran como si no pudiera creer que ella hubiese vuelto a la escuela.

 — Aleksandra, eh... Es un placer volverte a tener aquí con nosotros. Y... En serio lamento lo de Isack, era un gran chico — escuchar que el maestro dijera eso le hizo sentirse peor, definitivamente no estaba lista para enfrentar a un mundo donde el amor de su vida ya no estaba. — Así que, chicos, guardemos un minuto de silencio por él — le dijo a la clase y todos se quedaron callados.

 Ella odiaba el silencio pues le recordaba que estaba sola. No soportó más y salió corriendo del salón de clases no sin antes tomar su mochila del suelo. Nadie la detuvo, era de suponerse. Corrió y corrió hasta que sus pies no pudieron más, hasta que sus pulmones le pidieron a gritos que se detuviera por un poco de aire. Se dobló ligeramente y colocó las manos en sus rodillas para recuperarse, ni siquiera sabía en dónde estaba.

 Dejándose caer en el piso, sintió que su corazón volvía a partirse. No sabía ya en cuántas partes estaba dividido. Respiró profundo, no deseaba llorar, no lo haría, pero no dejaba de pensar en algo: Un suicida no debe enamorarse, se apega mucho… Depende mucho. Y, lamentablemente, se dio cuenta de ello cuando ya era demasiado tarde para evitarlo. 

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Hola, hermosas personitas. De nuevo aquí, agradeciéndoles por leer esta historia que apenas comienza. Me encantaría que dejaran sus comentarios para ver qué les está pareciendo, pueden opinar abiertamente. También los amaría si la recomiendan, estamos a poquito de llegar a mil leídas y eso me hace más que feliz. En fin, eso es todo. Hasta la próxima semana ;). 

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