Cap único

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Phoenix Marco era un atareado secretario de una de las mayores empresas como lo era Moby Dick, dirigida por el hombre al que consideraba un padre, Edward Newgate. Siempre pasaba largas horas en su trabajo, apenas durmiendo y comiendo lo justo, era muy devoto a su trabajo. De esto se dio cuenta su buen amigo Thatch, que casi lo echó a patadas al ver que eran pasadas las once de la noche y seguía en su despacho cuando, prácticamente, todo el mundo se había ido. Thatch, como jefe de cocina de la empresa, tenía por obligación propia quedarse a hacer inventario de la comida y asegurarse que nadie se quedara pasada la hora de cierre, pero, como casi siempre, Marco rompió esa regla.

--Venga, Thatch, aún tengo trabajo --se quejó el rubio a su amigo al ver como recogía sus cosas y casi se las tiraba a la cara.

--Me da igual, apenas comes y creo que es el tercer día que no duermes, vete a casa y no vuelvas hasta que hayas dormido mínimo 8 horas --le espetó en la cara, cogiéndole de la camisa que en ese momento llevaba para casi estreyarlo contra la puerta del ascensor. --¿Ves? No puedes ni ir contra mí, y eres más fuerte que yo --volvió a hablar con mal humor, llamando al ascensor. --Te duchas, comes y a dormir directo --terminó para volver a empujarlo, esta vez al interior de la máquina y pulsando el botón que lo haría bajar.

Marco suspiró pesado, pero en algo tenía razón el castaño. Llevaba mucho sin dormir y una buena ducha no sonaba mal. Estuvo un buen rato pensando que la bajada se le pasó volando, llegando a la planta baja. Salió del lugar y comenzó a caminar hacia su hogar. Su casa no estaba muy lejos, por lo que podía llegar dando un tranquilo paseo, despejando la mente. Miró el cielo, el cual estaba cubierto de estrellas y apenas y se veía la luna por su estado menguante, iluminando la ciudad solo con las farolas. Pasó por el parque cuando una caja y un ligero llanto llamó su atención. No era humano, eso lo tenía claro, pero no sabría decir de que animal era. Se acercó con cierto cuidado por si no era precisamente amigable, y para su suerte, sí lo era. Dentro de la espaciosa caja, se hayaba un gato de pelo negro en su totalidad con un collar de cuentas rojas, donde llevaba dos caritas azules, una feliz y la otra triste. Era este pequeño animal el que estaba emitiendo el lloriqueo, estando enroscado sobre sí mismo. En su opinión, no hacía frío como para ponerse a llorar por estar en ese lugar, por lo que se extrañó. Se agachó hasta quedar de cuclillas, haciendo que sus rodillas crujieran ligeramente, llamando la atención del animal, que giró en su dirección, bufánfole. En los oscuros ojos del felino había un pequeño rastro de lágrimas, dando a conocer su anterior estado, aunque ahora fuera todo lo contrario. Esto puso curioso al Phoenix, que vio como el gato lo analizaba para relajarse un poco. Con cautela, acercó su mano al animal, quien retrocedió lo suficiente para oler la mano del hombre y, tras unos segundos, se dejó acariciar. Marco sonrió al ver como el pequeño se dejaba mimar. Lo cogió con cuidado, seguido del maletín que había quedado olvidado a un lado para volver a ponerse en pie con el minino ligeramente apretado contra su pecho, retomando su caminata, ahora con alguien quien le hiciera compañía.

--Puede que contigo mi horario vuelva a ser normal --le dijo al animal, que lo miró sin comprender, luego ignorándolo y acurrucándose en el cuerpo del humano.

El rubio llegó a su hogar, abriendo y entrando. Dejó al felino en el suelo antes de cerrar a su espalda, caminando a su despacho personal para dejar el maletín, luego dirigiéndose a su cuarto. Se retiró las gafas y las dejó encima de su cama. Iba a retirar su camisa cuando en la cama también apareció su nuevo compañero, viendo los lentes con curiosidad para luego mirar al dueño de estos.

--Si vas a vivir aquí debería ponerte un nombre --habló con nadie en realidad, luego fijándose en algo que había en la pata delantera del animal.

Lo cogió en brazos y se fijó en ese lugar, viendo que eran unas letras apenas entendibles por el pelaje.

--ASCE, pero la S parece tachada --leyó en voz alta. --Entonces es ACE, no es un mal nombre --sonrió al minino, que se miró la pata para luego maullar al que ahora sería su dueño. --Bien, ese será tu nombre, Ace --sentenció, volviendo a dejar al animal sobre su cama.

¿Gato? Creo que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora