VII

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-¿Me estas escuchando?- le pregunto exasperada, mientras pintaba sus uñas sin voltear a mirarla, quería darle un instante para que buscara alguna excusa, ya que sabía que si la miraba, Romina se sentiría nerviosa y no podría hablar.

- Lo siento, sólo estoy algo distraída- y sí que lo estaba, su mente no dejaba de reproducir el evento del día anterior, aun así había escuchado claramente lo que Annabelle había dicho. Se encogió en el sofá acurrucándose en su cobija; tomo unos segundos para pensar en qué decirle, debía improvisar alguna excusa para cancelar aquel viaje a la playa que tenía con algunos conocidos.

Annabelle paro su tarea de pintar sus uñas y levanto la mirada, ya le había dado el tiempo suficiente.

-El viaje a la playa, ¿Lo recuerdas?- volvió a decir ya molesta; se le notaba por la manera en que la miraba; esos ojos color miel que siempre se veían dulces, en ese momento eran fríos como el hielo y qué decir del tono de su voz antes agudo que se había endurecido casi volviéndose ronco, en definitivo, estaba sumamente enojada y la imagen de Romina: el cabello castaño casi enmarañado en una cola alta, los ojos oscuros con unas profundas ojeras y la piel demacrada, no le darían ningún tipo de lastima.

-¡Oh Dios! Cuanto lo siento Ana, lo olvide por completo- trato de parecer abatida -este fin de semana creo te comenté viene mi madre de visita y ya sabes cómo es ella cuando se le cancela.

Espero que le creyera, no era secreto que Annabelle detestaba a la madre de Romina y aquel sentimiento era mutuo, por lo que este podía ser usado a su favor.

-No recuerdo me lo mencionaras- respondió sin cambiar el tono de su voz y desviando la mirada a su nueva manicura; no era la primera vez que ella le plantaba, siempre tenía una excusa. Tal vez exageraba un poco, pero lo cierto es que desde hace unos meses Romina siempre evadía las salidas.

-¡Enserio disculpa!

Soltó un suspiro excesivamente largo mientras la observo dudosa, aunque no conociera a Romina de mucho (menos de tres años), algo le aseguraba que no era cierto lo que ella decía; aunque podría darle el beneficio de la duda, después de toda la madre de Romina era una reverenda "Perra" (no acostumbraba a insultar a las personas, pero esa mujer se lo merecía). Siempre mirando por encima del hombro de manera despectiva y preguntando hasta la cifra de tu cuenta bancaria. Gracias a todos los santos que Romina a pesar de su estatus social, difería mucho de la personalidad de la perra de su madre (pensándolo bien, se sentía bien nombrarla de esa manera).

-Te lo compensare, lo prometo- levantó su mano para reafirmar aquel comentario, sin embargo Annabelle tampoco le creyó, ya había escuchado muchas veces esa promesa, "Cual político antes de elecciones" fue lo que pensó.

-Como digas cariño- se levantó del suelo, alisó los pliegues de su falda roja, calzó sus zapatos de tacón y caminó hacia la puerta mientras peinaba con sus manos los rizos color negro; dio un último vistazo a su imagen frente al espejo que estaba en el recibidor.

- Iré a cenar con Robert, quiere que conozca a sus amigos- le dijo sin mirarla y pintando sus labios de un profundo color rojo -te diría que me acompañaras, pero capaz y ya tienes planes- hizo una pausa innecesaria mientras la miraba de manera despectiva a través del espejo- como siempre- metió su labial en su bolso, tomo las llaves y abrió la puerta.

-Ana...-pero no pudo continuar, Annabelle ya había salido del apartamento cerrando con un fuerte portazo, era obvio que estaba enojada con ella y con justa razón.

Sintió aquella incómoda sensación de la garganta cerrada, el estómago vacío y los escalofríos por todo el cuerpo, lo sabía, iba a llorar y quería pensar que no sabía el por qué.

Su vida de un momento a otro había cambiado en el momento que decidió jugar aquel papel de sumisa entregada, no había mejor manera de describirlo; muy poco veía a su familia, su hermana ya ni le dirigía la palabra de lo indignada que estaba por tanto desplantes, sobre todo por haberse ausentado al bautizo de su pequeña sobrina, a la que no había visto desde que nació y ya casi iba para un año.

Sus antiguos amigos ni se inmutaban en tomarla en cuenta para reuniones y sus compañeros de clase no la determinaban a la hora de realizar algún trabajo en grupo. La única que no le había dado la espalda y más que nada podía ser por el hecho de compartir apartamento era Annabelle, que aunque sabía que la iba a salir con alguna excusa, no dejaba de invitarla cuando se presentaba alguna reunión o salida.

-No llores- se dijo así misma- no llores- pero era casi inevitable, se sentía tan sola, tan vacía, siempre esperando por la única persona que la hacía sentir completa.

A punto de estallar en lágrimas estaba cuando el sonido personalizado de su celular se empezó a escuchar.

"Ponte bonita. Paso en media hora por ti".

Aquel mensaje con un corazón al final la hizo sentir dichosa, las lágrimas no salieron y la tristeza no se hizo presente. Patéticamente suspiro enamorada, la sensación que le causaba Alexander con tan solo un mensaje la hacía vibrar de alegría...

...a quién quería engañar, sentía muchas cosas por Alexander que jamás diría, sentimientos que discrepaban mucho del amor y lo que ella decía llamar felicidad.

-No pienses en eso- se dijo antes que sus pensamientos se dirigieran a lugares que no debía, debía concentrarse en los bonitos sentimientos que él le hacía sentir.

-Él te ama y tú lo amas, es lo único que importa- se dijo a si misma sin saber por qué.

Prefirió ignorar aquello y dirigir su atención a la invitación que él le estaba haciendo, la pregunta era ¿Que tan bonita debía ir?

Si usaba faldas, se vería demasiada piel.

Si usaba pantalones, estos se amoldarían a las preciosas curvas de sus caderas y piernas.

Si usaba ropa holgada, Alexander se sentiría avergonzado de llevarla a algún sitio viéndose tan poco agraciada.

¡Qué difícil era complacer a su novio! Y solo tenía media hora para estar lista.

A él le encantaba presumir ante sus amigos el tener una novia tan bonita, pero no le gustaba que la observaran demasiado, que le hicieran alguno que otro cumplido, ni que ella les hablara tanto o sonriera por alguno de sus comentarios.

¡Romina era solo de él y de nadie más! y nadie más que él tenía el derecho a observarle, hacerle cumplidos y hasta sacarle las sonrisas. De ninguna manera dejaría que algún otro fulano se acercara a ella con intenciones para nada amistosas. Era hombre y sabía cómo pensaban los de su especie y para nada los antiguos amigos de Romina, la miraban solo como una amiga, de eso estaba completamente seguro.

¿Era eso normal?

Claro que lo era, como cualquier otro hombre que amara de la manera en la que él lo hacía Alexander simplemente cuidaba de lo suyo. 

Demasiado TardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora