Nuevas noches, buenas compañías

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Una vez, conocí a una muchacha que no podría describir, 

eran sus furiosas risas la característica que, de manera menos injusta, se adaptaría a una descripción; 

el porvenir de la existencia, propio de cualquier roca, 

seguía las tonalidades ardientes de aquella sonrisa,

que, como el clarinete endulza la repudiable elegancia,

alzó los telones de éste deprimente pero único acto,

escondido y malversado por alguno que otro cuentero,

tirado y recogido por la oscuridad, 

descubierto por esa risa deiforme,

que

  con su condensado cuerpo, 

lo volvió añicos y,  

ahogándome

 con su humo,  desbordado en colores, 

 me enseñó a actuar sin perecer por tal destrucción (necesaria),

con su aire

me enseñó a respirar aún en contra del agua;

desesperado, ahora me pierdo en ese aire;

ergo no me condenen si, por prejuicios del viejo siglo, 

piensan que estoy exagerando,

no crean ustedes, por el subconsciente de sus sueños,

que moriré ahogado en mi propia gloria. 


Si han de dudar,

sepan bien que, como es de esperarse,  aquella emoción que me produce esta muchacha, 

puede que sea pasajera 

y por la naturaleza reina equilibrada,

me niego a creer que esto sea, únicamente, 

una aberración de la verdad

o peor aún, 

una creación de mi precario ingenio. 


Haciéndola como verdadera,

 desde mi más libre insinuación, 

deseo conocerla así,

con su peculiar olor y

con su color natural,

conocerla así, 

siendo ella una y yo otro, 

siendo ella el ritmo de Baker y yo el testigo de tal magia;  

conocerla así, 

sin obligaciones impuestas ni ilógicos conceptos, 

sin consejos oscuros  ni pretensiones terceras... 

conocerla así, 

exagerando,

inhalando, 

exhalando.










Los Versos De HoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora