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Enero de 2026

Sentí el olor agudo y repugnante. Aún durmiendo, el olor se coló en el sueño. Escuchaba mi nombre; una voz apagada y femenina, pero lo que me despertó fue el dulce aroma de la jauría, claro está, un dulzor podrido, un dulzor violento y prepotente.  

 —¡Diana! ¡Despierta mujer! —ya estaba despierta. La adrenalina hacía su trabajo y mi ritmo cardíaco estaba dispuesto para correr. Mis muslos se contrajeron y pum, otra vez el viento y mi pelo bailando sobre mi rostro.  

—¿Cuántos son? ¿Y las demás? — Le grité a Dafne ¿Realmente importaba? El miedo me estaba acosando. Solo debo correr.

—Toma —me pasó un largo cuchillo. Afilado; 20 centímetros. Anduvimos varios minutos esquivando arboles sin perder el ritmo. Dafne, delante abriéndose camino contra el gélido viento, y yo adaptándome a la nueva mañana sin sol.  Dejamos atrás nuestro camping. Solo alcancé a tomar la mochila.

—¿Dónde están? —dijo Dafne por el walkie talkie

Llegando al pueblo. Sigan las cintas rojas amarradas a los arboles y llegarán. No estamos lejos —esa era la inconfundible voz de mi madre—. Las esperaremos en el auto azul... cuida a Diana.

—¿Cuánto dormí? —le pregunté a Dafne. 

—Espera —se detuvo y me puso la mano en el estomago. Asumí que mi madre y las demás se acercaron al pueblo en busca de comida mientras yo dormía. No recuerdo lo que soñé, pero era algo con...

 Dafne me lanza al suelo y me suprime de mis pensamientos. Estábamos detrás de un árbol caído y nuestras piernas se fundían entre las hojas muertas del bosque. Frente a nosotras, a no mas de treinta metros, habían por lo menos quince... de esos. Si no son personas ya no se qué son. El olor que desprendían era espeso, vinagre. Lo envolvía todo. Me tapé la boca y aún así las arcadas se asomaban. No se si por asco o por miedo, quizá un poco de ambas. 

—¿Diana? Diana, no podemos salir. Son muchos. —Esta vez, Dafne le hablaba a mi madre, quien también se llama Diana.

Voy para allá —logré oír. 

—¡No! Vamos a esperar. No vengas... no vas a poder —le susurraba mi compañera por el walkie talkie—. No seas tonta... oye.

Los animales, porque eso son, andaban sucios, con la ropa (los que la llevaban) rasgada y ensangrentada. Vi a cuatro desnudos. Todos tenían el pelo aceitoso y llevaban años sin afeitar. Sigo pensando que, dentro de la locura, hay cierta inteligencia. No son muertos caminantes, al contrario, andan muy rápido y con destreza, pero la cordura ya la perdieron hace tiempo. A veces ríen como hienas y se golpean entre sí. Parecen una manada hambrienta en busca de piel, en busca de cuerpos, de sudor, de cuellos que asfixiar, de sangre que beber. Desean ver a la muerte y excitarse en ella. Esta vez son hombres —créanme, he visto mujeres más agresivas y perseverantes a la hora de cazar—, están furiosos, incluso lloran del enojo. No se quieren mover de nuestro camino. Creo que nos huelen. Huelen mi miedo, mi transpiración.  

Cuando escuchen el disparo corran y no se desvíen por ningún motivo. Cambio —¿Qué está pensando hacer mi madre?

—Confirmado. Cambio —dijo Dafne al radiotransmisor que se estaba quedando sin baterías. El disparo no tardó ni diez segundos en reventar, produciendo un eco y espantando a los pájaros. Los animales alzaron la vista hacia el origen del sonido. Deslumbré un pequeño cuerpo danzar entre los infinitos arboles. Su cabello, rojo como el mio, se perdía a la vez que se alejaba. La guerrera expulsó un grito femenino acompañado de otro disparo. Era mi madre. Los animales escupieron sus guturales sonidos y se abalanzaron hacia la diminuta mujer de fuego. Hienas contra ovejita, dirán, pero en verdad eran hienas contra loba —. Diana, vete. Sigue las cintas. Yo voy por tu mamá... ¡Hey! ¡Corre! —  Me pasa el radiotransmisor y se va.

El corazón, poseído por la fuerza de un herrero, me martilló el pecho, como si quisiera romperme las costillas y escapar de mi cuerpo el cual hervía. Los latidos se fugaban por mis oídos y mis sentidos se agudizaron. Mi mente estaba con mamá, pero mis piernas iban contra mis pensamientos, todo mi ser se alejaba de los animales. Me levanté, a tropezones por toda la ropa que llevaba puesta,  y corrí. Ya no era dueña de mi templo. El instinto es dominante, eso no cambia. Pero frené, no puedo huir siempre. No puedo hacer lo que se me diga toda la vida. Es mi madre. Es sangre de mi sangre... ¿Qué hago? ¿Por qué debo hacer algo? ¿Por qué tuvo que pasar? Tengo un cuchillo. Tengo el camino marcado hacia la zona segura. Tengo a mi madre escabulléndose de la jauría.  ¿Oh Dios, qué hago? ¿Hay un Dios? No temas, Diana. Ve, ve y protege a tu madre.  Haz algo memorable alguna vez en tu vida. Eres una loba. Eres hija de la noche, de la oscuridad, no le temes a nadie,  a nada... ¿No le temes a nada?

 —¿Dónde vienen? ¿Dafne? —preguntaban por la radio —. Por favor, contesta... Aló... ¿Diana? ¿Dian... —Apagué la radio. Empuñé el cuchillo, dominé mi cuerpo y fui tras mamá.

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⏰ Última actualización: Jul 10, 2022 ⏰

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