🔥 Capítulo 5 🔥

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Esus

El viaje se me hacía cada vez más largo, sólo tenía deseos de llegar y saber quién había sido el causante de la muerte de mi hermano y mi cuñada. Nunca le pegaría a una mujer, por eso ya había definido que tortura utilizaría, reí sádicamente al pensarla ... Cerré los ojos recordando un cuento que mi padre nos había hecho a mi hermano y a mí, cuando éramos pequeños.

Si algún día tienen que sonsacarle información a un prisionero y el daño físico fue en vano, deben de utilizar la tortura psicológica. Recuerden mis palabras ¨La locura está a la vuelta de la esquina, sólo necesita un pequeño estimulante¨, el daño en la psique es más doloroso que uno en el cuerpo.

—Ohhhh— exclamamos los dos al mismo tiempo.

Muchos generales en la antigüedad conocían distintos métodos de tortura psicológica y lo utilizaban a su favor, paralizando a su rival, haciéndolos rendirse sin ni siquiera poner defensa. Hubo uno que hacía volverse loco a los hombres, lo llamaban ¨El silbato de los Aztecas o El silbato de la muerte¨

¿Un silbato? —pregunté dudando.

Te sorprenderías de lo que puede lograr ese silbato en especial. Hace muchos años un grupo de arqueólogos desenterraron dos silbatos con forma de cráneo. Los encontraron en manos de un hombre que fue sacrificado en el templo de Ehecatl, dios del viento. Al principio se creía que no era más que objetos decorativos, juguetes o que eran usados para ayudar a los muertos a descender al Mictlán, pero tras una investigación se entendió que eran instrumentos bélicos de gran potencia—se acercó a la estantería del fondo, sacando una pequeña caja de caoba, tallada con calaveras—. Este será uno de mis legados para ustedes—Abrió la caja, mostrándonos un par de silbatos.

¿Son los del cuento? — preguntó mi hermano con entusiasmo.

Sí, son estos, los mandé a robar al saber de su existencia— cerró la caja, guardándola en el mismo sitio—. Nadie debe saber que los poseemos nosotros y ustedes nunca deben tocarlo, sólo lo utilizarán cuando sean mayores y por razones excepcionales.

¿Tan peligroso es? — pregunté.

Cuentan las leyendas prehispánicas que los silbatos de la muerte suenan como el grito de mil cadáveres. Los guerreros aztecas lo usaban para aturdir al enemigo y dejarlos en un estado de trance. El sonido era tan intenso debido a que se instalaba dentro del cerebro provocando en el receptor estados alterados de conciencia, excitando las neuronas de la corteza cerebral haciendo que los adversarios renunciaran a la batalla y se entregaran prisioneros con tal de parar la tortura auditiva.
Recuerden bien mis palabras ¨Sólo lo usarán cuando no quede más remedio, porque una tortura de este tipo es condenar al infierno a un alma viviente¨...

Al morir nuestro padre mi hermano y yo, decidimos traspasar el sonido de este a un disco de vinilo, así cualquiera que quisiera buscarlos no los encontraría ahí, pensando que estos no eran más que trastos viejos. Los verdaderos los habíamos escondido en un lugar inimaginable...

—Señor— me despertó Nikólai—. Hemos llegado.

—Perfecto, traslada a Anatasa a las celdas y junto a ella un tocadiscos— observé como abría la boca sorprendido.

—¿Es lo que me imagino? —asentí a modo de afirmación—, entonces no hagamos esperar a la señorita. —sonrió alejándose para dar las ordenes.

Me dispuse a bañarme, para quitar todo resto de las peleas de la noche. Metí mi cabeza debajo del chorro de agua caliente, notando como todos mis músculos se relajaban. Pero este no era momento de demorarme, mi mente pedía a gritos un responsable, así que mientras más rápido empezara, más rápido acabaría. Cerré la pila, envolviéndome una toalla a la cintura, buscando un traje italiano en mi cuarto-ropero. Cuando me sentí a gusto me dirigí a las celdas, los guardias estaban cumpliendo mis indicaciones, todos tenían tapones auditivos.

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