Capítulo 22 (Final)

1.4K 83 32
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Con la misma ropa que llevaba el día anterior desperté en mi habitación, la cual seguía desordenada como la recuerdo y mi cabeza iba a estallar del fuerte dolor, por lo que busqué entre las medicinas para ver si encontraba pastillas para la migraña, y sí, tenía un blíster en mi gaveta; bajé a la cocina para buscar un vaso con agua, pero me decidí por algo más fuerte, así que una botella de vodka era perfecta para esto, sin pensarlo mucho me serví una copa y me tomé la pastilla, calenté pollo y papas que tenía en la nevera para comer un poco.

Luego de alimentarme tomé la botella, coloqué un poco de música y me recosté en el sofá a beber. Así estuve un par de horas sin pensar en nada, porque en ese instante mi mente estaba en blanco, solo bebía, debido a que no quería pensar en lo ocurrido, ni en lo que vendría después. El timbre de casa me hizo enfurecer, pues timbró muchas veces.

—Las personas no entienden que si en una casa no abren la puerta luego de que timbraron tres veces deben irse —grité furiosa, mientras caminaba con la botella en la mano—. ¡Amigas! Son ustedes, entren, vamos a beber, mis amores —dije eufórica, cuando abrí la puerta y vi que eran mis dos amigas quienes timbraban. Las abracé y las halé hacia adentro.

—¡Fabiola, estás ebria! Tú no puedes beber. Michelle, quítale esa botella —gritó.

—¡No! A mí nadie me quita mi bebida, Carla, ¿qué te pasa? —Levanté la botella y corrí cual niña pequeña.

—Amiga, Carla tiene razón, debes dejar de beber, son las tres de la tarde —dijo Michelle en un tono más pacífico.

—¡Por eso, está muy temprano, tenemos que seguir!

Tomé otro poco y sentí como me quitaban la botella, luego fui arrastrada a mi habitación y llevaba a empujones a la ducha, donde el agua fría me hizo estremecer al recorrer mi cuerpo. Michelle estaba luchando para quitarme la ropa, quise ayudarla, pero no podía moverme por mi misma. No sé cuánto tiempo pasó, no tenía ni idea si habían pasado minutos, segundos u horas, de lo que si estaba segura era de que una voz familiar pronunciaba mi nombre una y otra vez.

—Fabi, Fabi —decía sin cesar.

¡Claro! era Carla, me ayudó a sentarme y Michelle me dio una taza caliente, que, por su aroma, reconocí que era café. Tomé un poco y lo dejé.

—Solo fue un poco de vodka, amigas, estoy bien —mentí, porque lo cierto era que me dolía mucho la cabeza.

Maldita AmbiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora