Luna.

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Hola Gabri,

Creo que esta es la primera carta en la que no sé qué decir. Es como que no me sale qué decirte; bueno, escribirte. Tengo tanto que decirte, tan poco espacio en el que expresarme y ninguna gana de hacerlo.

Ayer fui a verte, como te dije. Me dio un vuelco al corazón. No porque me gustes, que ese es ya otro tema. Sino porque verte en una camilla, en una habitación solitaria, sin nadie a tu lado me parte en dos.

Me senté en la silla que está junto a la cama. Y sonreí. No porque me guste que estés conectado a un gotero y respirando con la ayuda de unos tubos transparentes y de plástico, no. Sonreí porque estaba contigo. A tu lado. Quedaba poco para que las estrellas comenzasen a pasar rápidamente por el cielo oscuro. Demasiado rápido. Por eso son fugaces. Como todo en esta vida. Lo deseas, y cuando lo tienes, si no lo cuidas y lo valoras, se fuga. Como un prisionero de una cárcel. Como el gas de una tubería. Sin que te des cuenta.

Me he encontrado a Ana, sí la enfermera en el pasillo antes de entrar. Me ha dicho que estás mejorando. Eso me ha alegrado. Mucho, de verdad. Sólo quiero que estés bien. De verdad, me importas demasiado. Más de lo que te crees. Y de repente se empezaron a escuchar expresiones de asombro a las afueras del hospital. La lluvia de estrellas había comenzado.

No quería asomarme sólo a la ventana y verlo. Cogí el gotero con la mano izquierda y con la mano derecha moví tu camilla hasta la ventana, cruzando por todas las que estaban vacías. El aparato que medía tus pulsaciones iba con nosotros, detrás, como un cachorrito.

Fue algo mágico. Nunca he visto una lluvia de estrellas junto a alguien. Y que tú fueses la primera persona que me acompañase en eso fue algo que no podría olvidar. De verdad que ver una lluvia de estrellas junto a la persona que más aprecias en este mundo es mucho más especial que, no sé, perder la virginidad.

Te agarré de la mano. Pensé que ibas a hacerlo tú también, como en las películas, o al menos mover tus dedos. No fue así. Tengo demasiada imaginación. Las estrellas conducían el firmamento como con prisa. Sin paciencia. Sin rumbo.

En la habitación sólo se escuchaba el pitido del monitor de frecuencia cardíaca. Y la única luz que entraba era la de la Luna. Se me vino a la vez la vez que me contaste que de pequeño siempre quisiste ser astronauta y que tu mayor sueño era viajar a la Luna. Siempre te han encantado los planetas. Admirabas el calor que podría desprender Venus, las lunas de Júpiter y los anillos de Saturno.

Pero no podíamos estar frente al ventanal toda la noche. Ese era el problema. Porque sin duda lo hubiera hecho.

Te volví a llevar a donde la camilla pertenecía. El puesto siete. Casi al lado de la puerta, frente a la cama ocho y al lado de la cinco. Te arropé con la manta. Hacía mucho frío ahí dentro. Como en todos los hospitales, supongo. Son descritos como lugares horribles donde va la gente a ser curada o a morir. Tú vas a ser la primera opción. Saldrás de allí con una sonrisa. Bien grande. Lo celebraremos. Y por fin te diré lo que siento. O no. No sé.

Lo que sí sé es que no pude evitar dejar caer una lágrima. No quería llorar ahí dentro. Porque sé que las personas en coma saben lo que pasa a su alrededor. Y no quiero que sepas que lloré. Porque nunca te ha gustado llorar.

Aún recuerdo el que creo que fue el único día que te he visto llorar. En el funeral de tu abuela. Me dijiste que fuese porque me necesitabas ahí. Y ahí estuve. A tu lado en todo momento. Dándote un abrazo si lo necesitabas. Tampoco eres mucho de abrazos.

Tocaba despedirme. Hasta el jueves, supongo. Cogí las llaves de mi casa que había dejado en la mesilla, me despedí de Ana y salí del hospital. Caminé por todo Gran Vía con lágrimas en los ojos. Me dolía estar así. Porque ahora necesito un abrazo. Un abrazo tuyo, más que nada.

Hace nada y menos que he llegado a casa. Son las dos de la mañana. No he querido despertar a mi madre. En cuanto he llegado, me he sentado en la silla frente al escritorio y me he puesto a escribir esto.

Siento que estés así. Podría haber sido yo el que estaría ahora en camilla. Jodido destino. ¿Por qué eres tan cabrón?

Tengo que despedirme ya. Mañana tengo rehabilitación.

Te quiero y quiero que te recuperes ya,

David.

Coma y punto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora