Faraón Atem.

28 0 0
                                    

—Así que te llamabas Atem... —comenté a Yami para ayudarlo a intentar recordar. Aún seguíamos asombrados con aquél descubrimiento, creyendo que Kisara podía tener más respuestas. De todas formas no insistiríamos, habíamos visto a Kaiba exigirle que invocara a sus dragones y no queríamos llegar al mismo punto.
«Sí, ese era mi nombre, ahora soy Yami».
—Es un poco confuso, ¿no? Ojalá podamos averiguar algo más hoy.
«¿Por eso decidiste faltar a clases hoy?».
—Sí e invité a Kisara. —respondí con voz inocente.
«¡¿Que hiciste qué?!». Se lo notaba nervioso y sólo me eché a reír, rara vez lo encontraba así.
—Pasearán juntos hoy. —Le informé y antes que pudiera contestar, intercambié nuestros cuerpos en el momento justo en que ella se acercaba a saludar.
—¡YUGI! ¡NO! ¡¿QUÉ HAS HE...?! —Me quejé levantando el puño en el aire hasta que me percaté de la extraña mirada de Kisara— ¡Ho... hola!

Me devolvió el saludo sonriendo con amplitud, contagiándome de forma instantánea su entusiasmo. Agradecía que se haya tomado la molestia en faltar a clases para pasear conmigo... aunque la idea fuera de Yugi.
—¿Quieres recordar tu pasado, no?
—Sí, aunque dudo que pueda encontrar algo.
—Veamos, capaz te pueda ayudar. —Me animó un tanto dubitativa.
Entonces ingresamos al museo en un horario con poca concurrencia, facilitando nuestra estancia en cada estación. Anduvimos más de 10 minutos leyendo las descripciones y contemplando las muestras y esculturas traídas de Egipto, sin descifrar nada nuevo.
—Siento que nos enseñan lo más vano... —lamentó observando superficialmente una de las exposiciones.
Coincidí con ella haciendo una mueca.
—Buenos días, mi Faraón.
Ambos nos giramos hacia donde provenía aquella voz; la mujer vestía una túnica blanca y un collar con el mismo símbolo de mi rompecabezas. Se percató de mi reacción y sonrió agachando levemente la mirada.
—¿Quién eres? —Pregunté poniéndome un tanto a la defensiva tras darme cuenta de la incómoda postura que Kisara había adoptado.
—Una sierva.
¿Cómo se supone que debía reaccionar? Nunca imaginé aquella respuesta.

—Síganme, por favor. —Murmuró y comenzó a caminar hacia un sector reservado para el personal.
«¿Debemos ir?». Yugi parecía preocupado, luego observé la curiosidad en el rostro de Kisara y accedí a averiguar lo que esa extraña mujer tenía para enseñarnos.
—Quizás te ayude. —Murmuró mi cita, colgándose de mi brazo al avanzar a mi lado. Había sido un simple contacto entre los dos pero fue suficiente para acelerarme el pulso y ponerme ansioso. Incluso tuvo un efecto mayor en mí que el misterio que nos aguardaba en los salones contiguos a las exposiciones.

—Observen nuestro último descubrimiento. —Extendió su mano, invitándonos a acercarnos.
Encontramos una enorme roca con detalles algo deteriorados por el paso del tiempo, me detuve en seco al reconocerme tallado en la misma, incluido mi Mago Oscuro. Kisara se acercó más para concentrarse en mi adversario.
—El Dragón Blanco Ojiazul de Seto... —murmuró y reconocí en el acto su descubrimiento.
Nuestra guía suspiró, llamando nuevamente nuestra atención.
—Sí, es usted, faraón, en el duelo final contra el sacerdote Set.
Fruncí el ceño al analizar sus palabras, volviendo a observar la piedra.

Fruncí el ceño al analizar sus palabras, volviendo a observar la piedra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Y cómo termina? —Preguntó Kisara.
—No lo sé pero volverá a suceder. —Volvió a hablar la mujer tras unos largos segundos de silencio.
Me giré hacia su dirección con mis ojos abiertos como platos, la historia se iba a repetir y no sabía nada más que mi nombre. ¿Después de 5000 años, volvería a enfrentarme a Seto Kaiba? Y cuando creí englobar el dilema en una pregunta, la nueva información volvió a desconcertarme.
—Necesitan a las tres bestias sagradas, incluso más poderosas que Exodia: El Dragón Alado de Ra, Slifer El Dragón del Cielo y Obelisc el Atormentador.
Y como si leyera mi mente, agregó:
—Obelisc el Atormentador le pertenece a Seto Kaiba y los demás están en el mercado negro, con duelistas peligrosos que vendrán en el torneo. 

Guardamos silencio.
—Kisara, debes acompañarlo. —su voz se volvió impaciente— Pase lo que pase, la voluntad de los dioses es que estés a su lado. 
Su dedo apuntó otra roca y reconocí al instante la figura de mi compañera debido a su desordenado cabello, mientras que otras dos eran apenas visibles. Kisara se ruborizó y miró al suelo, enterneciéndome con aquél simple gesto avergonzado.
«¿Acompañarte en los duelos? ¿Para qué?». Yugi no pudo reconocer la unión ceremonial que había sido tallada pero yo sí, y una extraña emoción comenzó a invadirme, mezclada con cierta alegría por haberla reencontrado. 

Amor OjiazulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora