Negaciones.

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Conduje hasta donde horas antes había sido el duelo de Yugi y Kisara, sin saber qué era lo que me animaba a regresar. Algo dentro de mí me aseguraba que la iba a encontrar allí pese al tiempo transcurrido y sin embargo lo único que me interesaba era hallarla sola. Así evitaría tener que cargar con los pesados de sus amigos; estaba dispuesto a dialogar pacíficamente con tal de saber la razón de la invocación de mi Dragón ojiazul sin sacrificios... sin mi propia voz ordenándolo.
Y como si fuera por capricho del "destino" que tanto menciona Ishizu, Kisara continuaba sentada en una de las mesas del patio de comida y sola. Antes de acercarme me aseguré que ninguno del grupo estuviera por allí para interrumpirnos.
Ni siquiera levantó la vista cuando corrí la silla que estaba frente a ella.
—¿Cómo lo invocas? —Pregunté sin más rodeos, necesitaba saber la verdad de una vez por todas.
Sus ojos azules brillaron con cierta sorpresa en medio de su cabello blanco y desordenado que no hacía más que cubrir prácticamente la mitad de su rostro. Parecía debatirse en contestarme o no y en caso que su decisión fuera negativa, la miré desafiante.
—¿Cómo? —Repetí entre dientes.
—Dímelo tú que la cartas son tuyas. —Arrugó el entrecejo, visiblemente molesta, cambiando el sentido de la demanda: ahora buscaba la respuesta en mí, cuando yo lo hacía en ella.
—Salen cuando... peleas... —comenté razonando las palabras que acababa de pronunciar y descubriendo que surgían cuando sus puntos de vida iban a anularse. La nueva cuestión era el por qué la defendieron del ataque de Yugi y por qué la fulminaron con el mío.
Ladeó levemente el rostro, intentando adivinar lo que estaba pensando.
—Te reto a un duelo ya mismo. —Exigí golpeando la mesa con mi dedo índice.
—No, Kaiba.
—No puedes negarte, juguemos uno ya. —Repetí dándole uno de los discos que había usado durante el almuerzo— No fallan, están intactos.
—¡No! —Se inclinó sobre la mesa intentando que su voz sonara más firme.
—¡Tráelos! —Ordené esparciendo mis tres cartas de Dragón blanco de ojos azules sobre la superficie que nos separaba. Si fuera posible, nuestros ojos sacarían chispas por la intensidad del contacto visual que manteníamos. Era tan terca como yo pero no pensaba ceder por nada en el mundo, ella invocaría a mis dragones a como de lugar.

No conseguí intimidarla, se puso de pie para ganar altura y no tardé en hacer lo mismo para demostrarle que no permitiría que me rechazara un duelo.
—¡Kaiba!

Yugi exclamó mi apellido tan furioso como lo estábamos nosotros

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Yugi exclamó mi apellido tan furioso como lo estábamos nosotros. Sostenía una bandeja de comida entre las manos y asumí que la había comprado para Kisara; en aquél mismo instante lamenté haberme pasado por alto ese detalle que yo podría haber tenido con ella.
Y una vez más, la historia que Ishizu me contó produjo un efecto tan hondo en mí que golpeé la mesa con mi puño, llamando la atención de los demás en el centro comercial.

Kisara, más pálida que lo normal, se dejó caer en su asiento y no pude ignorar el temblor de sus finos labios. Adiviné su temor y no era sólo por mi enfado sino también por el de su nuevo amigo.
—No te metas. —Le advertí sacando chispas.
Dejó la comida en la mesa y luego apoyó su mano derecha en el hombro de Kisara como si ella necesitara su estúpida contención.
—Déjala en paz, Kaiba.
Su gesto me sacó de quicio.
—¡No la toques!
Vale, mi pedido nos tomó por sorpresa a los tres. ¿Por qué mierda dije eso? ¿Qué me importaba si la sujetaba del hombro? No podía razonar con claridad si ella me afectaba así, lo único digno que me quedaba por hacer era tomar mis cartas y el disco que Kisara había rechazado.
—A mis cartas. —Bajé la mirada y me arrepentí por dar una absurda aclaración cuando había sido obvio que me refería a ella.
Tras recuperar mis cosas, miré por última vez a sus enormes y cautivadores ojos azules para luego darme la vuelta y regresar al aparcamiento. Quería marcharme a toda velocidad en mi auto con el único propósito de desaparecer o que la misma tierra me tragara.
Nunca me había humillado así.

Amor OjiazulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora