EL ARTEFACTO PERDIDO (PARTE I)

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ESCENARIO I: PERSECUCIÓN
Ciprés estaba en caos, los mercaderes corrían horrorizados, verduras y frutas se estrellaban contra el suelo, aves volaban despavoridas y no faltó el desventurado campesino, presa del pisoteo de los corceles.

- ¡¡¡DETÉNGANLO!!! ¡¡¡RECUPEREN EL ARTEFACTO!!!

Adrian solo contenía  la respiración, concentrándose en la malla arquitectónica de la ciudad, los callejones no lo defraudarían, eran la perfecta vía de escape.

- ¡Entró por los callejones!

Gritó un nervioso anciano.
Los guardias seguieron el rastro a través del rústico lugar, no hallaron nada, solo una extraña sensación claustrofóbica que los inmovilizó al instante. Adrián los había petrificado permitiéndole subir a los tejados.
Sabía muy bien que su magia no duraría. Sus pensamientos estaban enmarañados, el mismo no podía creer que había traicionado a la república y a su noble juramento, todo por hacer lo que creía correcto, todo por culpa de ese maldito artefacto.

Un agudo dolor lo había vuelto en sí, tonto, la descomunal ansiedad le había hecho perder la concentración, ¡un poco más y la flecha le atravesaba el corazón!

- ¡¡¡Entrégame el Sigma o la siguiente flecha perforará tu cabeza!!!

Enrik, el comandante de la Sacre Orden Celestial, había encabezado personalmente la persecución, ultrajar las arcas del republica era un crimen que se pagaba con la muerte.

- El Sigma saldrá de la ciudad Enrik. Lo quieras o no

Adrian no perdió el tiempo intentado convencer al comandante, con un rápido movimiento provocó una fuerte explosión que reventó el techo de las desvencijadas casuchas de la ciudad. Enrik intentó mantener la compostura resistiendo el dolor en sus tímpanos, apenas pudo divisar como el fugitivo se dirigía a la atalaya en la frontera de la ciudad.

- ¡Entrará al recinto del Arcano!

Los caballeros trataron de rodearlo, sagazmente salieron de los callejones de Ciprés, intentando atraparlo.

- Ríndete arcano, ya no puedes escapar.

Los jinetes lo rodearon, cerrándole el paso. No le dejaron opción, Adrian tuvo que petrificarlos con un hechizo que poco a poco los inmovilizó. Los caballeros trataron de escapar pero uno a uno eran absorbidos por el fenómeno mientras el mago retomaba su escape.

La meta estaba cerca, el sabor de la libertad se sentía en su boca, solo faltaba unos cuantos metros para abrir el recinto del arcano y escapar de la Orden.

Enrik lo vigilaba desde los tejados.

Pacientemente divisaba a su presa, tensó el arco, exhaló, sabía que una flecha era lo que le separaba del éxito o el fracaso.

El arcano llegó a la atalaya, tocó la pared volviéndola en arena, lo había logrado, el Sigma ya no dañaría a nadie pero un agudo dolor lo detuvo, ¡necio! una vez más dejó que su nerviosismo nublara su concentración, la mortífera flecha había penetrado su pecho, todo había acabado.

Los caballeros lo arrastraron hacia el comandante, jalaron su cabeza hacia atrás para que lo viera cara a cara.

- El Sigma no puede volver al castillo

Aun en medio de la agonía el mago no perdía la esperanza de convencer al que una vez fue su mejor amigo, pero ya nada podía hacer, el comandante no cambiaría sus convicciones por un asqueroso desertor que había dado la espalda a la orden y a la república.

Dirigiéndose a sus soldados resolvió poner fin al sufrimiento del desgraciado.

- Córtenle la cabeza y luego extraigan el Sigma del cuerpo

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