Capítulo 3: Temores

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Capítulo 3: Temores

La primera semana de Kagome en el trabajo ya era todo un éxito. Los pacientes la adoraban, todas las enfermeras se llevaban muy bien con ella, y se había ganado el respeto de todos los doctores que había conocido. Todos la querían porque era encantadora con todo el mundo.

Cada mañana, se despedía de su hijo en la guardería como si no fuera a volver a verlo. El primer día de trabajo, le costó una infinidad no decirle que se fuera a casa con el niño. Sabía lo mucho que debía costarle separarse de una criatura tan pequeña, pero lo cuidarían bien en la guardería. Muchas doctoras habían dejado a sus hijos allí sin problemas. La cuestión era que Kagome tenía mucho miedo. En esa última semana solos en la casa, se habían vuelto más íntimos. Ella le había confesado que temía que su ex novio volviera a encontrarla y se llevara a su hijo. Él, como el caballero que era, dejó bien claro que jamás lo permitiría.

Íntimos. Le gustaba utilizar esa palabra para referirse a ellos dos. Eso denotaba que había algo más que amistad aunque no tanto como él hubiera deseado. Su relación iba despacio, y así lo prefería porque el haber empezado viviendo juntos ya era saltarse muchos pasos. Él ya tenía muy claro que estaba loco de amor por ella aunque todavía tenía sus serias dudas sobre si era un sentimiento recíproco. Kagome se sentía tan agradecida que tal vez no fuera amor lo que albergaba su corazón. Tenía que darle tiempo para que ella misma se aclarara antes de dar el siguiente paso y pedirle una cita de verdad.

Tomó nota de lo que le decía su paciente y le echó un vistazo de reojo a Kagome, quien estaba buscando la información que le había pedido en el expediente de ese paciente. ¡Qué bien le sentaba el uniforme! En ese hospital, las enfermeras llevaban un vestido rosa hasta las rodillas con manga de bombacho y cuello de camisa, un delantal blanco, zapatos cómodos blancos y la cofia. A ella le quedaba mejor que a ninguna.

― Quítese la camisa, los zapatos y los calcetines, y siéntese en la camilla.

El anciano mostró problemas motrices para desvestirse. Kagome se ofreció a ayudarlo inmediatamente con una sonrisa. Después, lo tuvieron que ayudar entre los dos a sentarse y Kagome le tomó la tensión mientras que él examinaba sus pies.

― Mira esto.

Kagome apuntó los resultados y se volvió para ver lo que Inuyasha quería mostrarle. El anciano tenía los pies bastante hinchados con uñas amarillentas que crecían en algunos casos clavándose en la piel. Inuyasha le mostró la parte de detrás de las uñas.

― Esto es de la diabetes. ― suspiró ― Señor Tendo, a mí no puede engañarme. Ha estado comiendo dulces, ¿verdad?

El anciano se sonrojó al ser descubierto.

― Va a tener que moderar el consumo. ― le aconsejó.

Después, los auscultó. En vista de que no detectaba más problemas a parte de la diabetes en esa revisión periódica, le recetó sus medicamentos habituales y le pidió que continuara con el tratamiento como hasta entonces. Kagome acompañó al anciano hasta el pasillo y llamó al siguiente paciente a la vez que recogía los volantes de otros que esperaban. El siguiente era un joven de poco más de veinte años que tenía una arritmia. Otra revisión. El cardiólogo, después de atenderlo desde niño, consideraba que no necesitaba la atención de un especialista.

Desde que entró por la puerta, no apartó su mirada embobada de Kagome. Frunció el ceño y fue excesivamente brusco en el trato, pues le disgustaba de sobremanera que contemplara a Kagome de esa forma. De hecho, todos los hombres en ese hospital parecían hacerlo. Había surgido una fuerte enemistad entre él y el ginecólogo que insistía en que Kagome se hiciera una maldita revisión con la excusa del parto. ¡Cerdo! Por suerte, Kagome ya tenía su propio ginecólogo en otro hospital. Resultaba incómodo ser atendido por los compañeros de trabajo. Por eso, él también se había registrado en otro hospital.

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