Capítulo 4: Final feliz

140 14 1
                                    


Capítulo 4: Final feliz

El ambiente estaba muy tenso en la consulta del doctor Taisho. Esa última semana desde el incidente con Houjo en la casa de Inuyasha había sido terrible para los dos. Intentaban aparentar como que nada había sucedido, que todo estaba bien, pero no era en absoluto verdad. Kagome intentaba parecer deseosa de querer marcharse mientras que Inuyasha parecía intentar decirle algo que era incapaz de pronunciar. Esa situación había provocado ya demasiados momentos incómodos entre ellos.

¿Debería dimitir? Necesitaba mucho ese trabajo y ese sueldo para pagar un alquiler y darle una vida digna a su hijo. No obstante, la situación empezaba a ser insostenible. Los pacientes se daban cuenta de que algo sucedía entre su doctor y la enfermera, y les dirigían miradas curiosas. Otros compañeros de trabajo también los miraban y cuchicheaban ya que era más que evidente que no tenían la misma compenetración que días antes. Todo era su culpa. Ella lo había vuelto a estropear todo.

Desde que conoció a Houjo, no hacía más que equivocarse. Primero se equivocó pensando que él era un caballero. Después, se equivocó creyendo que era el hombre de su vida. Luego, él la dejó embarazada y se desentendió. Entonces, salió la bestia. Para no querer saber nada de ella y del crío que iba a tener, estaba particularmente obsesionado con seguirla para darle palizas bestiales. Era una verdadera suerte que Souta sobreviviera al embarazo después de todas las veces que terminó en el hospital lesionada. Denunció una y otra vez, y se escondió inútilmente de un hombre que siempre lograba averiguar dónde vivía. En su encuentro el día que dio a luz a Souta, pensó que iba a matarla.

No quería que Inuyasha se viera involucrado en todo aquello. Bastantes problemas le había causado ya, e iba siendo hora de que le devolviera su vida. La ayudó cuando estaba herida, sujetó su mano cuando dio a luz, le dio un trabajo, un hogar y calidez. Había tomado de él tanto que se avergonzaba de sí misma por haber sido tan sumamente egoísta con un hombre tan generoso. Inuyasha se merecía que hiciera algo por él e iba a empezar devolviéndole la intimidad de su casa. También buscaría otro trabajo y renunciaría a ese para que no se sintiera incómodo a su lado. Sí, eso era lo mejor que podía hacer.

Una madre entró a la consulta con su hijo de unos pocos meses. El niño no dejaba de llorar ruidosamente. La madre tenía toda la pinta de estar hecha polvo. Las ojeras eran enormes y se veía muy pálida. Inuyasha la miró, pidiendo el expediente.

― Melissa Giro.

Inuyasha lo tomó y echó un vistazo.

― ¿Cuál es su afección? ― preguntó al cabo de unos minutos.

― Me gustaría saber si hay algo que pueda tomar para mantenerme en pie.

Los dos intercambiaron miradas de incertidumbre. Más bien, lo que esa mujer necesitaba era dormir.

― No puedo recetarle droga.

Sí, la droga sería lo único que podría darle esa vitalidad, pero cuando le viniera el bajón...

― ¿No puede dormir por su hijo? ― le preguntó Kagome.

La mujer asintió con la cabeza y fue el turno de Inuyasha de hacer las preguntas.

― ¿No ha probado a ir al pediatra? Seguro que hay algo que él pueda...

― ¡No! ― exclamó interrumpiéndolo ― Le recetó unas gotas que no le hacían efecto. Volví a su consulta, y, entonces, me dijo que podía echarle más, pero que podría causarle daños cerebrales al niño. ¿Cómo voy a hacer eso?

Kagome se levantó entonces y pidió permiso a la madre para coger el niño en brazos. Ella se lo dio encantada de poder descansar los brazos. Lo arrulló hasta que el niño dejó de llorar.

LA ENFERMERA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora