Lubricante

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Lubricante

-¿Qué haces ahí todavía? Ven a dormir de una puta vez –le reclamó Levi, acostado de lado sobre la cama y cubierto únicamente con las sábanas hasta la cintura.

-Tengo trabajo que hacer. Además, tú me demoraste. Hazte cargo.

Como bien había dicho Hange, aquella tarde libre que habían tenido la habían aprovechado para disfrutar de la vida de pareja. Durante varias semanas, no habían tenido tiempo para poder pasarlo a solas debido a las exploraciones y los experimentos que habían tenido que realizar con Eren. A decir verdad, la idea de disfrute del capitán se basaba solamente en sexo últimamente, lo cual no era para nada una molestia para la líder de escuadrón pero a la vez le dificultaba un poco su tarea diaria. Incluso hacía unos minutos que habían parado, puesto que la joven sentía que se iba a partir en dos si no lo hacían, lo cual fue un poco frustrante para él, que sentía que tenía energía suficiente para seguir por largo rato aún. Sin embargo, las obligaciones seguían allí y ella, al ser una mujer de ciencia, debía tomarlas si quería conservar su estatus. Por su parte, ella se encontraba cubierta únicamente por su camisa, sentada sobre una silla y con las manos ocupadas en una nueva invención. Su escritorio estaba hecho un caos, muchos tubos de ensayo yacían volcados, había papeles escritos rotos y libros con páginas arrancadas, lo cual al hombre no le hacía ninguna gracia. A decir verdad él, un amante de la limpieza, apenas podía tolerar algo así. Sin embargo, con el tiempo había aprendido a convivir con ese ser humano tan particular, muy a su pesar. Aún no entendía cómo era capaz de encontrar algo en medio de ese lío.

-¿Qué tanto haces? –insistió, mientras estiraba uno de sus brazos y apoyaba su cabeza encima, observándola.

-Estoy trabajando en un lubricante para hacer que la durabilidad de los equipos de maniobras sea mayor. Ya casi... ¡terminé!

Oír eso llamó poderosamente la atención del capitán, quien se levantó para poder mirar más de cerca aquello que tenía tan ocupada a su compañera. A decir verdad una palabra de todo eso que ella soltó fue lo que hizo que se plantara una cierta intriga en su mente. Se detuvo detrás de ella, a lo que la soldado no se inmutó.

-¿Se puede tocar?

-Sí, los ingredientes principales provienen de una planta, lo he probado en mi piel y es totalmente hipoalergénico. Mira –le indicó, tomando la placa de Petri en su mano para, luego, acercársela a Levi. Le sonaba un poco extraño que él se interesara en ese tipo de cosas, pero aun así le agradaba explicarle. Sentía que por fin había logrado despertar la curiosidad en ese hombre tan testarudo.

De esta forma, él lo tocó, notando la textura suave y tersa que tenía el material. Lo desparramó un poco en sus dedos, pensativo ante una intrigada Hange, quien observaba sus movimientos sin hablar. De pronto, él supo exactamente qué hacer.

-Vamos a probarlo de otra manera.

Seguidamente, sin que ella pudiera emitir una queja ante esa afirmación, la tomó entre sus brazos y la arrojó sin cuidado sobre el colchón. Esto hizo que emitiera un fuerte grito, en verdad no entendía lo que estaba sucediendo. Pronto, se vio de cara a la almohada, debajo de un extrañamente excitado Levi, quien estaba siendo aún más rudo que de costumbre. Por ello, volteó a verlo, para encontrarse con que él todavía tenía su invento en la mano.

-¿Qué mierda te pasa, Levi? ¿Qué pretendes? –le preguntó, visiblemente molesta.

Sin obtener una respuesta de su parte, lo vio acercarse hacia ella y depositar un beso sobre su espalda. El roce de sus labios le provocó un leve temblor y, a medida de que él descendía por su espina dorsal, su piel se erizaba completamente. Gimió al sentir como iba acercándose un poco más a su cintura, pasando por ella, un poco más abajo. Seguidamente, las manos de Levi apretaron sin ningún miramiento sus nalgas, lo que hizo que Hange se incorporase un poco. Sin embargo, en el instante en que sintió como la lengua del capitán lo presionaba de manera lenta pero intensa por dentro, en aquella posición, una corriente electrizante viajó por todo su cuerpo. Sin más remedio, volvió a dejar caer su cara sobre la almohada, haciendo que sus anteojos cayeran al suelo. A decir verdad, ni él ni nadie le había hecho algo semejante, por lo que no supo muy bien cómo actuar. De todas maneras, la sensación era increíblemente placentera, por lo que ya no pudo mantener la compostura. Simplemente, lo dejó continuar.

Destinos que llevan a un mismo lugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora