-𝙏𝙬𝙤; Откажитесь от рутины.

3.4K 626 387
                                    

Juraría que esa mañana era de las más frías de todo el invierno. Se subió el cuello de la gabardina, para cubrirse del viento helado que viajaba en su dirección, y metió sus manos en los bolsillos del abrigo.
Podría haber utilizado su coche, pero esa mañana le apetecía ir caminando hacia el trabajo más que nunca.

Llegó a comisaría. Abrió la puerta y miró la hora en el reloj de la entrada. Eran las seis en punto, los agentes del turno de noche deberían estar recogiendo sus pertenencias y cambiándose de ropa para irse a casa a descansar. Pero no había nadie, seguramente se habrían ido más temprano. Ya era algo común, así que ni siquiera se extrañó.

Subió a su despacho, de forma lenta, como si el propio cuerpo le pesara. Y es que ese día tenía que hacer algo muy importante, de lo cual no tenía ganas, pero era esencial según él.
Al entrar, colgó su abrigo en la percha de detrás de la puerta, dejando ver su limpia y bien planchada camisa blanca, además de la corbata perfectamente puesta. Nunca fue lo suyo llevar corbata, pero sentía que si volvía a llevar la ropa de hace un año significaría que no estaba progresando.

Se sentó en el sillón que pertenecía al escritorio. Seguía sin acostumbrarse a aquel asiento. Sacó de los cajones de la mesa unos papeles, eran simples informes de simples cíviles, o eso creía su malla. A él le gustaba revisarlo todo, por si las moscas, quizás encontraba algo importante.

Mientras leía, encendió la cafetera, y colocó su taza bajo la válvula de esta. Una vez que estuvo llena, dejó los documentos sobre la mesa y tomó la vasija por su asa.
Empezó a beber en silencio, mientras miraba la puerta de la habitación fijamente. Se llevó su tiempo, porque sabría que al terminar, tendría que hacer lo que se habría prometido tantas veces que haría. Y esta vez tenía que cumplirlo.

Se levantó de su asiento, dejó la taza vacía sobre la mesa y abrió el último cajón del archivador que se encontraba al lado del escritorio. Solo había un objeto dentro. Una taza, que al contrario que la que había utilizado, estaba completamente limpia. La tomó con cuidado y cerró el cajón.

Se preparó para salir, colocándose nuevamente su abrigo, y tomando la taza con ambas manos, asegurándose de que no se le cayera. Para asegurarse de que nadie lo viera, decidió marcharse por la parte de atrás de la jefatura.
El sitio al que se dirigía estaba algo lejos, y cualquiera pensaría que lo más inteligente era llamar a un taxi. Pero necesitaba estar solo, únicamente él y sus pensamientos.

A la par que caminaba, se imaginaba ciertos escenarios que podrían ocurrir si perdía el control en ese momento. Le daba miedo entrar en pánico, tirar la taza al suelo y salir corriendo mientras lloraba. Le daba miedo pararse en seco en mitad del trayecto y no ser capaz ni de avanzar ni de retroceder. Le daba miedo empezar a llorar y gritar, y que tuvieran que llamar a un EMS para tranquilizarlo. En resumen, le daba miedo no ser lo suficientemente fuerte esta vez.

Sin embargo y contra todo pronóstico, tras media hora de una caminata extremadamente lenta, acompañado de sus tenebrosos pensamientos, llegó a su destino. El cementerio.

Con un nudo a la garganta y lágrimas a punto de brotar de sus ojos, se dirigió a la tumba que quería visitar desde hacía ya un tiempo. Se paró en frente de ella, y por primera vez desde que la colocaron, leyó lo que ponía en la lápida.

"En memoria de Jack Conway. Súperintendente del Cuerpo Nacional de Policía de Los Santos. Siempre vivirás en el recuerdo de toda tu malla."

No ponía el año en que nació, tampoco en el que murió. Ni siquiera ponía su edad. Así lo decidió Volkov. Porque ni siquiera el mismo Conway sabía los años que tenía.
La tumba estaba decorada con varios objetos a su alrededor. Desde flores hasta fotos con todos sus agentes.

Al ver todas esas imágenes, con el rostro de su superior en ellas, no pudo evitar recordar todos los buenos momentos que pasó con él, lo que hizo que un remolino de sentimientos y una fuerte presión en su pecho se hicieran notables.

No podía entretenerse mucho, así que comenzó a hacer lo que tenía que hacer.

Dejó la taza que alguna vez había pertenecido a Jack al lado de una foto donde aparecían ellos dos juntos. Se incorporó, notando como el viento golpeaba su cara, casi congelandole. Ya era hora de irse, pero antes de eso, quería aprovechar para decirle a su superior lo que no pudo decirle cuando aún estaba a su lado.

Odiaba el café, Conway. Y lo peor de todo, es que lo sigo odiando.

К о ф е  「 Volkway 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora