Capítulo 20

8 1 0
                                    

Una luz roja de advertencia se encendió en mi mente.
Por instinto, me levanté de la silla y di dos pasos alejándome de Angela. Abrió mucho los ojos cuando miró mi reacción ante sus palabras.

– ¿Que tú qué? – dije un poco brusco de lo que pretendía.

– Lo que escuchaste – cuadró sus hombros.

Más asombro no podía tener lugar en mí, su altanería me hizo actuar con más cautela. Ella nunca me había hablado de tal forma, a excepción de la primera vez que nos conocimos.

– No quise decírtelo pero, yo estaba al tanto de lo que es Gerald, pero no me cabe en la cabeza que tú seas así – fruncí el ceño.

– Pues sí – suspiró levantándose de la cama y caminando hacia la puerta de la habitación.

– Pero... – balbuceé.

– Pero... Lo más emocionante de todo esto – giró su mano en el aire – es lo que tú eres.

Con una risita juguetona y un guiño, salió de la habitación.
Ahí parado como estatua, miré con incredulidad la puerta cerrada.

¿Cómo habíamos pasado de hablar dulcemente a... esto? ¿Qué demonios había sido todo eso? ¿Por qué esta chica actuaba así? ¿Tan tonto había sido como para no darme cuenta de lo que era ella en realidad?

Eran muchas preguntas las que cruzaban por mi mente.
Pero antes que nada, sabía lo que tenía que hacer, así que, por medio de mi mente le dije a Sidahí que la necesitaba aquí inmediatamente junto a Gerald. Ese cabrón me tenía que dar muchas explicaciones.
Impaciente, salí de mi habitación y me decidí ir a la cocina a hacer algo de comer, la comida de los humanos era deliciosa.

Quince minutos después, el olor típico a quemado me llegó, corrí hasta el horno pero me di cuenta de que no eran las galletas las que olían así, sino, Gerald. Exasperado por todo, me reí.

Estúpidamente, me reí.

– ¿Qué te hace tanta gracia? – dijo Sidahí, entrando a la cocina.

– Lo involucrado que estoy con la vida humana – volví a reír.

Me llevé una mano a los ojos para secar las lágrimas que se me derramaron.

– Okay... – dijo suavemente Gerald.

Mi risa se detuvo al instante en que él se puso de pie detrás de Sidahí.

– Tú – lo señalé con mi dedo índice.

– Sé lo que vas a decir, así que, mejor guarda esos dramas celestiales para ti mismo. He tenido demasiada mierda por hoy y estoy exhausto – abrí y cerré mi boca como si fuera un pez – ni lo intentes. Ya hablaremos luego de todo lo que está pasando, y contestaré a todas tus preguntas.

Dicho esto, dio media vuelta para irse.

– Espera – gruñí.

– Escucha, angelito. He dicho que estoy cansado, debo ir a dormir y cuando esté repuesto hablaremos tú y yo, y ella. Si sigues insistiendo, me iré y nunca más me volverán a ver, ni aunque le invoquen.

Desapareció de la cocina, dejando su promesa en el aire. Miré a Sidahí que se encogió de hombros.

– Hemos descubierto muchas cosas, que no tengo el valor de decirlas en voz alta. No, no te las diré a través de la conexión – joder, cómo me conocía – esperaremos a que ese lunático vuelva, él sabe mucho más que yo, y por lo que veo tú tienes algo que decir también.

– ¿Me dejarás así con esta curiosidad? – le espeté.

– No tengo otra opción – dijo – buenas noches, Ared.

Por segunda vez en menos de tres horas me había quedado viendo con incredulidad una puerta. Tantas cosas que tenía por decir quedaron atoradas en mi garganta.

Esa noche no me llegó el sueño, me paseé de un lado a otro por toda la habitación, bajé a la cocina, fui a la sala de estar y cada segundo que pasaba me parecía horas. Harto de tanta incertidumbre, fui a la habitación de Sidahí, al escuchar voces provenientes de adentro puse mi oreja en la puerta. Parecía que esto de escuchar a hurtadillas se me estaba volviendo una costumbre.

– ... Pero ella es humana la mayoría del tiempo – acerqué más la cara a la puerta para poder escuchar.

Se suponía que el demonio se había ido de casa, entonces, ¿qué rayos hacía en la habitación con Sidahí? ¿Y quién era ella?

– No estoy segura de que Ared se lo tome bien. Todo esto que dices no tiene sentido, entre más me dices más confundida me siento – susurró Sidahí.

Gerald se aclaró la garganta.

– También deberíamos decirle de lo que es él en realidad y.. espera un momento... – escuché cómo el demonio respiraba inhalaba profundamente.

La tensión y el silencio se podían cortar con un cuchillo.

– ¿Qué mierda estás haciendo? – un grito para nada de hombre se escapó de mi boca – Supongo que escuchar detrás de un puerta no es algo normal en un ángel, pero tratándose de ti, es algo normal.

Me giré lentamente y miré la sonrisa socarrona que se dibujaba en los labios de Gerald. Maldije para mí mismo, se me olvidó que los demonios podían oler a los ángeles.

Decidí que sería mejor ir al grano.

– ¿Qué es lo que soy, lo que tú sabes y yo no? – entorné los ojos y cuadré mis hombros, desafiante.

– Supongo que ahora que estabas actuando como un humano pervertido, debo contarte. Vamos abajo, hay mucho de qué hablar – suspiró y desapareció dejando un vaho de luz rojo oscuro.

Me tomé mi tiempo al ir por las escaleras, al llegar Sidahí estaba sentada al lado del demonio. Fruncí el ceño, no me gustaba tanta cercanía.

Como si hubiese leído mi pensamiento, Gerald rodó los ojos.

– Comienza – me senté frente a ellos, expectante.

– Qué niño más impaciente – rio por lo bajo – antes que nada, hay un par de cosas de las que no estoy seguro, y no te las diré hasta saber si son ciertas. Aunque para eso, tendría que ir donde papá y, en serio no queremos que le vaya porque si lo hago, ustedes no podrán ir abajo hasta que yo vuelva, y eso sería en un largo tiempo – cruzó una pierna sobre la otra y puso sus manos encima – bien, ya que estás impaciente, lo primero que deberías saber es que si te alteras por lo que te diré, no me quedará de otra que darte un choque, así que, niño bonito, tu amor por la humanidad solo significa una cosa... – esbozó una sonrisa lobuna, un escalofrío me recorrió la espalda – eres hijo de Elizabeth Quiin, una humana.

El Pecado De Ared (Sinner #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora