Se tumbó en la cama y se tapó con todo lo que pudo. Las hojas resecas de los árboles repiqueteaban en su ventana, acunadas por el viento otoñal que traía el frío a las calles de Dublín. Cerró los ojos durante un momento, concentrándose en los sonidos de que le llegaban: El silbido del viento, el cantar de una lechuza, las campanadas que daban las nueve, los pasos de la gente por el asfalto, las insoportables canciones infantiles de su hermana pequeña. Sí, agudas vocecillas infernales la acompañaban en aquella noche de principios de diciembre. Normalmente se habría puesto los auriculares y habría intentado evadirse de aquel mundo que le parecía sumamente aburrido e insuficiente, pero esa noche no podía. Debía de ahorrar el cien por cien de la batería de su reproductor MP3 pasado de moda, si quería acabar cuerda el día siguiente debía de refugiarse en algo, la música era una buena opción. Se levantó pesadamente de la cama, cerró la puerta de su cuarto, sabía que más tarde se su madre se la abriría pero confiaba en que para entonces ya estuviera dormida. También corrió las pesadas cortinas de terciopelo negro que cubrían el amplio ventanal que daba luz a su cuarto, una estancia de tamaño medio, de paredes verdes, decoradas con las siluetas de árboles negros, su cama estaba situada justo al lado del ventanal y frente a su escritorio de roble. Al poner los pies en el suelo se sintió reconfortada, la suave moqueta negra le infundía el calor que tanto apreciaba. Buscó en una de las estanterías un CD que tenía por título “Song of Worlds” que reproducía los sonidos de la naturaleza profunda. Lo colocó en la radio y le dio al Play. Subió el volumen y se metió de nuevo en la cama. En aquella habitación a oscuras, en su pequeño refugio, donde podía escapar de la insulsa realidad que detestaba, solo allí, Aline Buttercup era feliz.
Si tuviera que elegir una palabra con la que definir a Aline sería sin ninguna duda ESQUIVA. Era entre otras muchas cosas solitaria y silenciosa. Prefería la soledad de su habitación a cualquier amena conversación. Sus padres se preocupaban por la timidez de su hija, habían estado yendo a diferentes sitios para averiguar de dónde procedía la aversión que tenía Aline por la compañía, tras largos años de test y pruebas de todo tipo habían llegado a la conclusión de que era introvertida por naturaleza. Ella era aplicada tanto en los estudios como en las tareas de la casa siempre que respetaran su reconfortante soledad. Si preguntabas por Aline podría haber diferentes reacciones: sus compañeras la llamarían arisca, prepotente e incluso amargada, y es que una de las razones por las que no soportaba la compañía era los insulsos comentarios y tontos chismes de los chicos y chicas de su edad. Detestaba con toda su alma a las personas superficiales y en su opinión estaba rodeada de ellas, porque aunque careciera de habilidades sociales gozaba de una gran autoestima, se sentía superior a los demás. Otras personas la calificarían como observadora y fría, en eso tenían razón, se daba cuenta de todo, los más pequeños detalles hacían que atara los cabos más sueltos. También era desconfiada y calculadora. Pensaba que era simplemente una chica tranquila colocada en una sociedad equivocada, rodeada de gente con demasiados estereotipos sociales. Sí, tenía demasiada autoestima.
Aline se removió entre las sábanas bostezando, se preguntaba por qué razón había aceptado ir a aquella excursión, gente que no soportaba por todos lados, profesores con sus aburridas normas y explicaciones que ya se sabía de memoria. Nunca iba a ninguna ¿Por qué había optado por ir? A su madre le encantó su decisión, creía que así su hija estaba pasando su etapa de “aislamiento”, lo que no sabía era el porqué de ese cambio. Iban al bosque de Glendalought, en el que todo era profunda vegetación y tranquilidad. No tenía demasiadas oportunidades para ir, no iba a desaprovechar una cuando le pasaba por delante de las narices. Claro que si se ponía a pensar en los que tendría que aguantar se planteaba seriamente la idea de quedarse en la cama. Sus ojos azules miraban al techo, pensativos. Sí, los soportaría por el camino y luego, al llegar al bosque, se alejaría todo lo posible para pasar un rato en silencio con la naturaleza. Los demás le daban igual. El sonido de la bocina de un coche hizo que se espabilara, maldijo entre dientes al conductor, se tapó hasta arriba con las sábanas. En la oscuridad de su cama el calor y el sueño la invadían. Sonrió. <<Ojala el mundo fuera igual que bajo la mantas, cálido, silencioso y confortable>> pensó.
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Aline
ChickLitDespués de siglos de tanto esperar, se despertaron para regresar. Solo una tiene la llave, la que las hara retornar, la que comenzara una revolucion que pondra fin a esta era. Volver sobre nuestros pasos, el despertar de la conciencia y de la magia...