Capítulo V: Decisiones.

61 3 1
                                    

Aline se dirigió hacia el jardín del instituto después de la discusión con aquella chica. Le hacía gracia. Aquella niña no sabía con quién se estaba metiendo. Pero no podía culparla, quién se imaginaría que alguien como ella, que siempre había permanecido en las sombras, podría perjudicarla de tal modo. No, nadie podría pensar algo como eso. Pero Aline no tenía pensado hacer nada para demostrarlo, al menos, no de momento. Se rió por lo bajo, extrañamente había algo familiar en ella. No sabría decir qué pero, tenía la sensación de conocerla de algo. Aunque bueno, quizás en algún momento de su vida hubiesen compartido clase. En realidad, no le importaba. Mientras caminaba al lugar habitual donde pasaba los recreos y algunas clases, como esa, sonaron algunos truenos. Olía a lluvia. Ese aroma tan familiar de tierra mojada y humedad. Aline suspiró, cambió el rumbo y se encaminó hacia el cobertizo en el que se guardaban las herramientas de jardinería. Estaría todo el tiempo que pudiese en el cobertizo leyendo algunos libros que había encontrado sobre las brujas medievales, quería estar informada si era eso en lo que se había convertido.

Al entrar en el cobertizo un fuerte olor a sangre le golpeó la cara. Arrugó la nariz y buscó la fuente del olor. Siguió el rastro con la nariz, como un perro que busca algo a través de su sentido más agudo. Detrás de un montón de cajas había una chica rubia tirada en el suelo y con las muñecas, los brazos y las piernas llenas de sangre. Su pelo se le pegaba a la cara, que estaba blanca como el papel. Tenía los ojos cerrados y llevaba puesta una expresión de dolor. Las venas destacaban notablemente en su pálido rostro, como surcos azul verdoso que subían desde el cuello, bordeando su cara hasta aquellos frágiles ojos cerrados. Su cuerpo delgado estaba encogido, quizás por el cuerpo, por el dolor, o por el sufrimiento interno que la llevaba a recogerse y querer desaparecer. Aline la miraba estudiando aquel cuerpo moribundo, tenía el ceño fruncido. Se preguntaba por qué aquella chica no podía suicidarse en su casa, y tenía que coger el único sitio en el recinto en el que apenas se entraba. Pero sus pensamientos drásticamente en el momento en el que la chica relajó el rostro considerable, hasta tener una expresión de paz. Pero eso no fue lo que más le sorprendió, sino lo que tenía lugar en sus muñecas. Unas pequeñas ramitas empezaron a salir de los cortes, lentamente, extendiéndose por los brazos y las piernas. Los tallos se derramaron por el suelo y de ellos comenzaron a brotar unas hojas que aumentaban de tamaño a cada segundo. De las heridas florecieron unas diminutas flores amarillas que crecieron hasta convertirse en unos delicados girasoles. Estas plantas repitieron el proceso que habían hecho los tallos. Hasta que quedó rodeada de un pequeños charco de girasoles. A una velocidad vertiginosa las flores nacían de sus heridas, crecían y se depositaban el hermoso lecho que había a su alrededor.

 El asombro del rostro de Aline era algo que no podría compararse a nada terrenal. Su corazón palpitaba a mil por hora, un nudo se hizo en su garganta, y una emoción inexplicable le rasgaba las entrañas. Las lágrimas se resbalaron por sus mejillas una tras otra, sin poder contenerlas, y unos lamentos luchaban por salir de lo más profundo de su corazón. Se acercó a la chica sin nombre con unos vacilantes pasos. Se agachó con mucho cuidado para no destrozar ninguna de las delicadezas que rodeaban a la chica. Esta había recuperado el color en la piel y una sonrisa casi imperceptible decoraba su rostro, que en aquel momento tenía una mágica belleza. Aline extendió la mano y le rozó el pelo. Este débil gesto hizo que la chica abriera los ojos de sopetón. Aline se asustó y apartó rápidamente la mano. La chica miró a todos lados, con una mirada de extrañeza y miedo. Después se miró las muñecas, abrió los ojos desmesuradamente y buscó algo en el suelo. La cuchilla estaba allí, aún ensangrentada. En aquel lugar donde se suponía que debía de haber cortes derramando sangre no había nada. Ni cicatrices, ni arañazos, ni nada. Solo una pulsera en cada mano, hecha de pequeños girasoles. Con la mano derecha se rozó la muñeca izquierda. Sin ser consciente de que había una persona a su lado, empezó a soltar carcajadas entre muchas lágrimas. Aline la miraba sin saber qué hacer exactamente. Esperaba que la chica se percatara pero al ver que eso iba a ser difícil le puso una mano en el hombro. La chica la miró de sopetón. En sus ojos castaños había una profundidad en la que podría perderse cualquiera, y lo que antes había sido una debilidad absoluta, sus ojos lo habían convertido en una fuerza y una majestuosidad propia de un ave fénix que volvía de entre sus cenizas.

AlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora