Yo estaba al cuidado de una niña de 12 años con anemia aplásica. Una semana antes de morir, todos los días, a las 12:15 p.m. solía sentir un escalofrió que recorría toda mi espalda y me ponía la piel de gallina. Le mencione esto a la enfermera del turno de noche, quien estaba convencida de que la niña moriría a esa hora.
Algunos días después, sus padres decidieron detener todos los tratamientos. Ella entró en coma. A las 12 del mediodía se despertó; me pidió que la sostuviera, dijo adiós a sus padres, abuelos y hermanos y murió en mis brazos. Fue exactamente a las 12:15 p.m.
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