Era pequeña, pequeña y menuda, y rubia como un sol de primavera. Resultaba difícil creer que aquella muchachita de ojos perdidos tuviera veinticuatro años. Con razón Katherine seguía hablando de ella como si fuera una niña, y en otro tiempo debió haberlo sido: una niña alegre y vivaracha, con todas las ganas de comerse un mundo que hubiera caído ante su belleza... pero los ojos marchitos la delataban.
Sentada en la mecedora, Lía cantaba una canción de cuna para la cuna vacía que tenía enfrente. Era la criatura más indefensa que Ian había visto en su vida, pero había algo... aquella mujer tenía algo que convirtió el escalofrío que le subía por la espalda en un latigazo de deseo.
Una sensualidad latente emergía en cada movimiento de sus labios, en la curva deliciosa del cuello, provocativamente ladeado, en aquella semi desnudez que se transparentaba en el fino camisón de dormir. El cabello suelto y lacio le llegaba casi a la cintura, y tendido sobre su pecho, invitaba a acariciar aquella nuca descubierta, aquella piel blanquísima.
Lía era un regalo para los ojos y un golpe devastador para el corazón. El italiano no podía imaginar otra reacción que no fuera la de querer estrecharla, la de abrazarla tan fuerte que...
La puerta hizo un sonido al abrirse completamente, sin embargo Lía ni siquiera se inmutó. Ian acercó despacio, temiendo asustarla, pero era como si el resto del mundo no existiera, y aquella canción era su pequeño lamento.
_ Señora Carson. _ la llamó sin obtener respuesta _ ¡Lía!
Pero Lía estaba perdida en algún mundo desconocido desde hacía casi tres meses. Era lo que a Katherine le había faltado decirle, la razón por la que buscaba su ayuda tan desesperadamente: su hermana tenía más que depresión, tenía más que tristeza. Lía sencillamente estaba ausente, y nada ni nadie lograban hacerla regresar.
El leve camisón de color azul se le pegaba al cuerpo, que se podía adivinar completamente exquisito. Las piernas largas, suavemente torneadas, la cintura estrecha, las caderas delineadas, los pechos firmes y ligeros. No llevaba sujetador, y la tela moldeaba con delicadeza las pequeñas terminaciones rosadas.
"¡Diablos! ¿Y yo qué hago fijándome en eso?"
Sus manos eran pequeñas y muy blancas. Todo en Lía era blanco y pequeño, como de muñeca, pero estaba tan delgada que, como porcelana, parecía a punto de romperse de un momento a otro.
Ian se sentó a su lado y la escuchó cantar. Tenía los labios carnosos y de un rosa tan fuerte como no había visto otros, y allí en su interior descubrió las marcas de las mordidas nerviosas que debían llegar con el silencio.
Por un segundo el italiano se perdió en el abismo negro que eran sus ojos, y los imaginó llenos de brillo, como debían ser, y no vacíos y apagados como estaban ahora.
Su mandíbula se tensó, intentando contener el cúmulo de reacciones físicas que le provocaba, y se confirmó que sería imposible tener en su casa a una mujer así sin querer meterla en su cama. Lía era una belleza frágil, efímera como una mariposa, tan distinta a Katherine... y por desgracia era justo el tipo de belleza que Ian solía evitar a toda costa, porque tenía una destructiva tendencia a amar las cosas efímeras.
Alargó la mano para rozarle los dedos, que descansaban sobre un brazo de la mecedora, y el contacto con su piel fue otro castigo para su autocontrol. Movió la cabeza con brusquedad, intentando alejar sus pensamientos, y entonces la muchacha volvió el rostro, clavó en él aquellos ojos de océano en tormenta y lo dejó paralizado.
"Hermoso..." Lía sintió el contacto de su mano y supo que estaba menos sola.
No conocía a aquel hombre, pero era hermoso. Pupilas azules, cabello cobrizo, y una insipiente barba tan...
La línea de sus labios era perfecta, acentuada por la mandíbula cuadrada y poderosa. Era un desconocido, un desconocido de férreos músculos que se presentían bajo la ajustada playera negra y los jeans desteñidos. No supo por qué lo miró, algo la impulsaba a examinarlo, o al menos a dedicarle unos segundos más de atención que el que le había dedicado a cualquier otro ser en los últimos meses.
Y ese desconocido de repente empezó a tararear la canción y seguirla a su compás. A Lía le temblaron los labios cuando escuchó su voz, cargada de una sensualidad electrizante. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y miró hacia otro lado, no podía recordar la última vez que había sentido algo así. Su tono era grave y profundo, y la muchacha se permitió alargar los dedos con cautela, con mucha cautela... y enredarlos entre la enorme mano del italiano.
"Hermoso... y desconocido..." Fue lo último que su mente le ronroneó antes de cerrar los ojos y seguir cantando muy bajito.
Ian hizo un esfuerzo sobrehumano para no estrecharla cuando vio el estremecimiento ligero de su boca. Sabía que había tenido su atención por un momento, un breve momento de curiosidad, pero luego había regresado a su natural ausencia.
¡Dios, era tan bella! ¡Y tan frágil!
No podía entender cómo la habían dejado llegar a ese estado. Katherine tenía razón: necesitaba un cambio drástico, un choque, un latigazo de emoción que la devolviera a la realidad de alguna manera. Acercó la boca al dorso de su mano y la rozó con una húmeda caricia antes de ponerse a cantar con más convicción. Una nana.
Era lo que necesitaba, entonces era lo que le daría.
Y justo en ese instante notó la leve inclinación en las comisuras de sus labios. Lía sonreía quedamente, aferrada a sus dedos.
Detrás de él la puerta anunció con un chillido la llegada de visitantes. En el umbral Kathy permaneció muda, y Johan pegó un puñetazo en el marco de la puerta con exasperación, haciendo en realidad más daño a su puño que a la madera.
_ ¡Esto ya ha ido demasiado lejos! _ gruñó _ ¡Lo siento, Kika, pero mañana voy a internar a Lía!
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Lía durmiendo con Lobos
RomanceIan Blake era especialista en muchas cosas: en tomar fotografías, en entrenar lobos, y en ocultar su verdadera identidad como uno de los magnates del Imperio Di Sávallo. Dominante, solitario, oscuro... tenía una regla inviolable acerca de cuánto tie...