Prólogo

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El grito desgarró la noche y con eso la cacería comenzó. Los hombres corrieron sujetando a la mujer embarazada en brazos pues ella estaba demasiado débil para correr y no tenían tiempo que perder pues el parto había comenzado y las criaturas de la noche se habían percatado de su presencia.

Cuatro ayudantes que acompañaban a los hombres corrían detrás de ellos para darles tiempo en caso de que sucediera lo peor.

Siguieron corriendo colina arriba cuando otro grito salió de la garganta de la mujer, algo iba mal, no era un parto normal.

Una de las ayudantes encaró a las sombras y levantó las manos frente a estas, pronunció unas palabra en un lenguaje antiguo y una bola de luz morada salió disparada al bosque reteniendo a las criaturas de la noche que morían por enterrarle los dientes a la madre y a su bebé.

Otro de los acompañantes jalaba del brazo al único niño en ese grupo, era hijo de uno de los hombres que cargaban a la mujer. El pequeño parecía no reaccionar a los jalones que recibía pues simplemente se dejaba arrastrar por todo el bosque después de que esa criatura deforme hubiera saltado sobre el.

Una enorme casa se asomó desde arriba de la colina siendo iluminada por la luz de la luna menguante, finalmente habían llegado y fueron recibidos por algunas sirvientas que prepararon todo de inmediato para recibir al cuarto hijo de la familia Arser.

La mujer fue llevada a la habitación principal mientras seguía gritando y era rodeada por los sirvientes y por su marido para asistirla en el parto. El niño y los ayudantes se quedaron en el piso de abajo creando una barrera para impedir que alguna criatura mañosa pudiera colarse a la casa.

Podían oírlos rodear la casa, podían oír sus pasos en el techo de la casa y tras las ventanas sus grandes ojos los veían con deseo.

Todos estaban ocupados asistiendo a la señora de la casa que nadie percató en el chirrido de la vieja puerta de madera abriéndose, tampoco notaron los pequeños pasos que recorrieron el pasillo cuidadosos de no tocar las tablas de madera que hacían ruido, había estudiado que tablas y que lugares de aquel piso hacían ruido. Había practicado con anterioridad el recorrido que debía dar ese día.

Los ojos de la pequeña niña brillaron en la oscuridad cuando se asomó al cuarto donde su madre agonizaba para traer a su hermano al mundo. Ninguno en la habitación se fijó en esos grandes ojos color amarillos que veían atentos la escena, el color era hermoso, poseía un aro dorado dentro de sus ojos dándole un aspecto bastante llamativo y hermoso.

La pequeña camino hasta el cuarto de baño donde se escabulló y en la oscuridad de la noche se acercó hasta el lavamanos donde llenó un vaso con agua, posteriormente jalo de su cuello una pequeña y delicada cadena color plata del cual colgaba una pequeña botella de cristal con un líquido transparente.

Tenía solo una oportunidad.

Coloco ese extraño líquido en el vaso revolviéndolo con el agua. En ese momento todo el ruido en la casa cesó y hubo una calma por unos instantes que parecieron eternos. El corazón de la pequeña niña latía con fuerza.

El llanto de un bebé rompió el silencio.

La pequeña niña se asomó un poco pudiendo ver a una de las sirvientas sosteniendo a un bebé. Empezó a gritar con fervor: "es una niña".

Su madre reposaba en la cama y su padre se inclinó hacia ella para darle un beso en la frente y apretarle más la mano. Los ojos del hombre estaban cristalizados y veía a la mujer con maravilla.

—Cariño—murmuró la mujer exhausta—. Lo he visto... Lo he visto...

No pudo continuar sin que su voz sonara reseca, pidió agua con urgencia y su esposo corrió hacia el baño para traerle lo que pedía. La pequeña niña de hermosos ojos se apresuró para esconderse detrás de la puerta.

Su padre entró y tomó el vaso, ya con agua, del lavadero y salió con prisa para entregarlo a su mujer, consideró que era suerte encontrarlo ya lleno de agua y así no perdió tiempo en llenarlo.

La pequeña nuevamente se asomó para ver. Su padre le entregó el agua a su madre y bebió desesperada, estaba recuperándose y se dispuso a habla, pero de un momento a otro todo fue mal.

La mujer cayó en la cama inconsciente y se puso pálida. Las mujeres asistentes se horrorizaron e intentaron ayudarla. Colocaron al bebé recién nacido en una pequeña cuna que tenía ruedas para moverla y corrieron a ayudar a la mujer.

El hombre también intentó ayudarla sin saber que hacer gritando su nombre mientras sostenía su mano. Las lágrimas aparecieron en sus ojos al ver que su amada no respondía.

La niña pequeña salió del baño y vio la escena, sus ojos desprendían gruesas lágrimas que surcaban su rostro.

—Lo siento...—murmuró a la oscuridad.

Apretó con fuerza la pequeña botella de cristal haciendo que se rompiera en su mano y esta empezara a sangrar por los pedazos de cristal.

Vio la desesperación de todos, intentaban con todo lo que tenían salvar a la mujer. Las sirvientas salieron del cuarto apresuradas para conseguir ayuda de la bruja en el piso inferior. El padre de la recién nacida se quedó en el cuarto llorando a mares por su mujer, se veía impotente.

La pequeña niña de ojos amarillos entró al cuarto siendo bañada por la tenue luz de la habitación, su padre no tuvo reparos en ella y tampoco volteó a verla cuando sacó del cuarto la cuna donde reposaba la recién nacida.

Las sirvientas y la bruja llegaron al cuarto y otra vez los gritos empezaron a llenar la casa. La pequeña niña se asomó a la cuna viendo al bebé, se removía inquieto en busca de calor, pobrecita, debía estar asustada. Pero aún así no lloraba.

No lloraba como si supiera que sus llantos no iban a servir de nada. Que nadie iba a responder a ellos.

Pero se equivocaba.

Tomó a la criatura en brazos tambaleándose, impregnó las sábanas con su sangre pero tampoco era problema pues la recién nacida estaba llena de la misma. Envolvió al bebé en las mantas y lo pegó a su cuerpo para brindarle calor.

El bebé abrió los ojos como si pudiera reconocer a su hermana mayor. La pequeña sonrió al ver la ternura y la pureza de aquella criatura que veía por primera vez el mundo.

No era un buen lugar para nacer, muchos habían intentado huir de aquel lugar, pero se aseguraría de que su nueva hermana menor estuviera feliz en aquel lugar.

—Bienvenida al mundo, Elin—murmuró la pequeña—. Bienvenida a Sugetsu. Yo soy Alhelí, tu hermana mayor, y me encargaré de cuidar de ti. Esa humana no podía hacerlo así que lo haré en su lugar.

Presionándola contra su pecho y sujetándola firmemente, pronunció aquellas palabras con seguridad y sin ningún arrepentimiento.

Mientras ella veía la nueva vida que había llegado, su padre veía la vida de su amada esposa irse.

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Muchas gracias por darle una oportunidad a mi historia.
Gracias por leer.

La maldicion del Fénix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora