Epílogo

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Mi tía nunca me contó su historia. Me la relataron a trozos cuando pregunté o la terminé de comprender sola cuando se fue. Sin embargo, su figura envuelve muchos de mis recuerdos de infancia, adolescencia y juventud y en cada una de esas fases de mi existencia veo a una María diferente.Se quedó viuda por segunda vez cuando yo contaba sólo cuatro años de edad, por lo que no pude convivir con la María enamorada y entregada a su marido Pedro, la persona más venerada de toda mi familia paterna por su carácter, inteligencia, trayectoria y sentido del humor. Sin embargo, a pesar de que mi memoria la viste de negro durante mucho tiempo, me sorprende el optimismo infinito que proyectaba a su alrededor, sus eternas ganas de reír y su necesidad innata de disfrutar cada segundo como si fuera lo último que tuviera que hacer en su vida. Lo mejor de aquellos años, sin duda, eran las visitas a su casa los fines de semana. A veces coincidíamos con otros sobrinos, hijos de sus hermanos, y aquellas veladas se convertían en extrañas fiestas de cumpleaños donde las aventuras y los juegos improvisados transformaban el espacio en un paraíso infantil. ¡Había hasta regalos! Mientras mi niñez se transformaba en adolescencia, su figura se me presenta regentando aquel pequeño negocio de bolsas de plástico en el centro Jerez, con el constante sonido de la radio bajo las conversaciones adultas, todo a media voz, o el goteo de clientes que podían pasarse horas apoyados en el mostrador como si de un bar de tapas se tratara.Con el tiempo, mi vida me trasladó lejos de la ciudad y mis visitas se resumieron en una o dos al año, pero imprescindibles para ambas. Fue una época en la que me reencontraba con su sonrisa serena y sus preguntas curiosas sobre mi trabajo, mi paisaje o mis amigos y amoríos. Mientras tomábamos café y galletas sentadas en el tresillo de su apartamento, íbamos desmenuzando una conversación en la que me encantaba intercalar alguna broma traviesa para escuchar de nuevo su risa escandalosa y la frase: «¡Cómo te pareces a Pedro, siempre me haces reír!». Luego se volvía ágilmente hacia el mueble que tenía a sus espaldas y estampaba un beso en aquella foto de mi tío, sonriente y raída por los años y el manoseo de su cariño.En una ocasión, cuando ya se había convertido en una anciana de pelo plateado casi inexistente, me pidió un cigarrillo y, ante mi sorpresa, respondió con naturalidad: «Siempre lo he querido probar y ahora ya tengo la edad apropiada», descubriéndome así que nunca le había gustado ser convencional y que en su interior habría querido rebelarse a las normas del tiempo que le tocó vivir.Cuando descubrí que ella se mencionaba a sí misma como una mujer «dos veces casada y siempre virgen», comenzó mi verdadero interés por su historia y, al tomar forma, me hizo sentir tan orgullosa de ella que quise escribirla. Así es la María que ronda aún por mi vida: sencilla, alegre, increíblemente valiente, llena de anécdotas íntimas que nunca contaría, cargada de entusiasmo por todo lo que la rodeaba y con una generosidad tan desbordante que su simple presencia se convertía en una cómoda estancia.Así es la María que me regaló, sin saberlo, las flores azules que ahora conforman mi propio vestido.

Las flores azules de mi vestidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora