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Inmediatamente solté mi linterna y salí corriendo en la dirección de la cual había venido, cuando sentí que brincó sobre mí, dejándome movilizada en el suelo y clavándome un par de objetos filosos y fríos sobre mi cuello. Grité lo más fuerte que me dio mi garganta, y no por el dolor, no sentía dolor. Tenía miedo. Eso sí lo sentía.

Empecé a creer en más de una religión cuando abrí de nuevo los ojos, y lo primero que veo es el rostro de mamá, con su mascarilla verde y demostrando preocupación.

Le abracé tan fuerte como mis brazos, me lo permitieron. Y al recordar los orificios que seguramente tendría en mi cuello, le solté y me dirigí a mi tocador. No tenía marcas, ni cicatriz, ni alguna otra seña que demostrara lo que había sucedido en el bosque. Me alivió un poco, pero ya era de día y mamá siguía con el rostro lleno de angustia.

          – He tenido una pesadilla -expliqué-.

          – Eso ya lo sé -responde de mala manera mamá-.

          – Mejor baja a desayunar, que ya has levantado a toda la casa -repite mamá-.

Mamá salió de mi habitación dando un portazo. Mamá no era la más comprensible del mundo, como te podrás dar cuenta. Pero hace lo que puede.

Me puse de nuevo mis pantuflitas y bajé al comedor. Olía delicioso a café recién colado.

Todos ya estaban postrados en la mesa del comedor, degustando los huevos revueltos y las tiras de tocino, que seguramente había preparado papá. Me senté frente a Erika, y empezó a quejarse de mi grito de hace unos momentos. Papá la silenció y me preguntó cómo había dormido. Mamá hizo su discurso de cómo me afectaron los cambios de casa. Dejé de prestar atención cuando empezó hablar mamá. Papá volvió integrarse a la conversación cuando nos dirige la palabra a Erika y a mí sobre si ya habíamos investigado sobre la escuela a la que asistiríamos al acabar el verano. Erika estaba por abrir la boca (para quejarse, seguramente) pero le interrumpió que alguien había tocado el timbre. Todos nos quedamos en silencio, y volteando a ver los rostros de todos. A mí me dio un escalofrío. Mamá se apresuró a abrir la puerta. Para su, y nuestra sorpresa, era una señora algo mayor, y algo pasada de peso, algo canucia¹ y derrochaba amabilidad. Nos hizo una tarta de bienvenida. Mamá hizo que todos nos paramos de la mesa, y nos dirigiéramos a la puerta a darle las gracias a la señora vecina. Se presentó como Concepción pero todos le decían Conchita. Noté que Conchita tenía detrás suyo a un chico, cuando se percató que mi vista estaba fija en él, Conchita lo presentó como su hijo, y le pellizcó un poco el brazo para que nos diera la mano. Observé unos momentos más rostro, le conocía de algún lugar.

           – Mi Madison estaba totalmente preocupada que no hubiera nadie más de su edad en este vecindario -dice de imprudente mamá, mientras me toma del hombro y me pone frente a la arrugada señora-.

          – A mi Octavio también se la han hecho muy aburridas esas vacaciones -contesta Conchita-.

Al ver las intenciones desesperadas que la mujer tenía de hablar con alguien, mamá tomó la decisión de invitarle a pasar.

Conchita nos contó, que, aparte del pequeño Octavio, tiene otros cuatro varones, pero que desafortunadamente, a todos les ha tocado unirse al ejército, por lo que sólo los ve durante las fiestas decembrinas. Este inicio de año, reclutaron al último hijo antes de Octavio, por lo que este verano había sido el más aburrido para su pequeño, así que le había dejado explorar un poco el bosque, ya que en su casa no contaba con televisor u otro medio con el cual el pequeño podía entretenerse.

Al mencionar el bosque, recuerdo de mi sueño, y volví a colocar mi mirada sobre Octavio. ¡Octavio había sido el chico que me había perforado el cuello!

Supongo que no pude disimular mi pálida, por lo que mamá mepreguntó si me encontraba bien. Octavio parecía tan tímido y tan cohibido. Me preguntaba cómo mi mente me había llevado a tener una imagen así de él. Le miré las manos y estaban algo sucias, pero no tenían las uñas largas y aperladas que mi sueño me había mostrado. Los trapos remendados también tenía, y por igual el cuello sucio y alborotado. Mi cabeza no daba para tanto, estaba nada de que me diera algo cuando me salvó Ericka. Ericka haciendo Erika.

          – ¿Y cuál es la edad de los demás hijos? -pregunta sin más- Yo también quisiera alguien de mi edad por aquí.

Mamá le disparó esas miradas mexicanas de estate quieto y musitó:

          – Disculpe la importuna de mi hija -con una sonrisa que no fue más que una mueca-.

Al parecer la señora Conchita no le vio nada de malo a la inquietud de mi hermana, por lo que le respondió:

          – Mi muchacho que acaba de partir ir este año, apenas cumplió los 21 y los demás sólo se llevan un año de diferencia -dice Conchita- pensé que se me había descompuesto la máquina, hasta que llegó el pequeño Octavio.

Octavio hundió más la cabeza sobre su pecho. Mamá me dijo que me pusiera ropa decente y que saliera con Octavio a que me mostrara el vecindario. Conchita sólo segundó la idea de mamá, así que a regañadientes subí, recordando que toda mi ropa aún siguía en cajas. Busqué algo rápido para no hacer esperar a mamá. Una camiseta amarilla y unos shorts cortos fue lo que logré sacar, y me lo coloqué con una habilidad que sólo me brotaba cuando mamá me mandaba a hacer algo frente invitados.

Cuando llegué de nuevo a la sala, Erika y papá ya no estaban ahí, y mamá y Conchita estaban en la cocina preparando un té para degustar la tarta.

Octavio está impaciente por salir de ahí, él ya estaba esperando en la puerta, así que me despidí con un grito de mamá y salí por la puerta.

          – Te vi ayer por la noche -le dije sin más. Tal vez sólo había sido un sueño, o tal vez sea la realidad, y yo lo iba a averiguar-.

Octavio se puso nervioso.

¹: que tiene canas.

CompañeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora