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Yo llevaba una linterna, pero no estaba muy segura de querer meterme entre ellos. Hasta que escuché un aullido de dolor.

Tomé mi linterna y la coloqué como collar sobre mi cabeza; también una rama lo más pesado que pude cargar y fui en camino a la dirección a la que habían salido rodando aquellas criaturas. Los encontré al par de minutos, posteriormente, al más grotesco le dejé caer la inmensa rama. Me volteó a ver y después vio a lo que era mi vecino. Pareciera como si estuvieran hablando telepáticamente. Al volver a tomar la rama, y con notorias intensiones de volvérsela a lanzar, la grotesca criatura huye perdiéndose entre los árboles y arbustos. La más flacucha no tardó en incorporarse, para luego sentarse en el suelo. Se le miraba algo agotado, pero aún no cazaba algún almuerzo. Supuse que debía recuperar algo de fuerza antes de entrar otra vez en acción. Volví a la roca donde empezamos, sentándome sobre ella, cruzándome las piernas y sacando el paquete de galletas saladas que me había guardando en el bolsillo antes de salir de casa. La criatura me siguió y se postró delante mío.

          — Las criaturas feas no comen galletas saladas.

La criatura me hizo una mueca, y salió con dirección a meterse entre los árboles. Al par de unos minutos, regresa con una liebre entre los afilados colmillos.

          — Con que las ardillas ya pasaron de moda, eh.

La criatura se sentó, dándome la espalda y momentos después, se paró en busca de su próximo bocadillo, dejando ahí a la liebre exprimida.

Cuando los rayos cálidos del amanecer ya asomaban las narices, sabíamos que era momento de que yo volviera a casa. Pero Octavio no volvía, pues seguía siendo esa pálida criatura. No sabía si irme así, o si eso pasaba con regularidad. Al ver mi expresión, la criatura empezó a tomar camino a lo que era nuestro vecindario, y mientras iba caminando a su lado, noté que poco a poco, el Octavio iba recuperando la forma con la que nos habíamos adentrado al bosque la noche anterior. Fui muy discreta al estarle viendo en cada pequeño cambio que se iba realizando, me llenaba de curiosidad. Cuando llegamos a las orillas del bosque, y al empezar a ver nuestro vecindario, nos quedamos plantados mutuamente viendo nuestros rostros.

          — Tengo algunas preguntas -dije-.

Octavio abrió la boca para responder, pero ese silenció a sí mismo cuando dentro del vecindario se escuchó un grito ahogado y un disparo. Ambos corrimos hacia el lugar en donde se había detonado el arma, y en mi mente empezó a hacer una historia con la que tal vez lo que atacó a Octavio se vea involucrado con el alboroto.

          — ¿Qué sabes sobre lo que te atacó? - le pregunté agitada a Octavio mientras corríamos por la avenida que conectaba todas las casas-.

          — Hablamos de eso luego -me tajó-.

Al llegar a la casa del incidente, notamos el cuerpo d runa señora mayor en el suelo, con orificios rojos y punzantes en el cuello, a penas visibles para nuestros ojos -que sabíamos de la existencia de esas criaturas- y a su esposo sosteniendo una escopeta, llorando al lado del cuerpo que lo que aparentemente era su esposa fallecida. Cuando llegaron los demás vecinos pidiendo alguna explicación, el pobre señor no podía pronunciar palabra alguna entre el mar de lágrimas en el que se encontraba. Mis padres llegaron minutos después. Papá fue quien llamó a la policía. Cuando éstos llegaron, todos los vecinos desaparecieron, introduciéndose en sus propias casas -aunque digilando por sus respectivas ventanas-. La carroza se llevó el cuerpo de la dama de blancos cabellos, y a su esposo de igual manera se lo llevaron a testificar. Octavio y yo nos mirábamos mutuamente nerviosos. Mamá me tomó del brazo y me llevó a jadeos dentro de casa.

Esa noche mamá no me dejó salir, creo que a partir de ahí no salí más de casa, hasta que se averiguara lo que le había pasado a la que era nuestra vecina.

Como imaginarás, empezaron a correr cientos de rumores. Cada casa se había inventado lo que había pasado según ellos.

La señora Lucrecia, decía que ella llevaba semanas escuchando las peleas que tenían y que seguramente Don César le apuñaló y después se hizo el afectado.

La señora Carmela dice que es un castigo divino porque el otro día la fallecida dejó que hiciera sus heces sobre su jardín.

Y así, cada historia tan original y tan alocada como a cualquiera que le preguntaras su opinión. Yo sólo estaba preocupada por Octavio. La noche anterior esa fiera luchó contra él y se llevó a una vecina entre las patas. Espero se encuentre bien.

Esa noche no dormí. Estuve moviéndome de un lado a otro en cuanta suposiciones se me venían a la cabeza. Ninguna hizo efecto. Hasta que ya hubo oscurecido y escucho que han tocado mi ventana. Al correr las cortinas, y abrir mi ventana, lo que era Octavio entró por ahí. Supuse que estaba recién alimentado por cómo le pulsaba el cuello. Al ingresar totalmente a mi habitación, se colocó en la misma posición de cuando quería que lo acariciase, pero esta vez, era para hacerme notar las profundas y graves heridas que tenía.

Salí al baño principal y tomé el kit de emergencias. De curaciones no sabía nada, pero lo que le huntara, seguro que iba a ser mejor que no ponerle nada. Saqué de ahí lo que creía que era agua oxigenada y se la dejé caer de lleno en el vientre. Hizo un gesto de dolor, pero me dejó continuar. Le sequé con gasas y le hunté cosas que desconocía. En la herida más grande, saqué mi costurera interior y le hice cinco puntadas a lo largo de la herida; muy bonitas estéticamente, pero muy horrible la superficie en donde las había hecho. Coloqué una toalla debajo de él y dejé que descansará. Y me iba a ir a mí cama, cuando me toma de las ropas y me coloca en una posición para que me quede junto a él. No presenté oposición y me tiendo a su lado, notando que poco a poco, ese monstruo se convertía en Octavio. Coloqué su cabeza sobre mis piernas y le acariciaba el cabello, y no supe en qué momento, me quedé dormida también.

Desperté cuando sonoramente escucho el timbre de mi casa.

CompañeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora