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         — ¿De qué hablas? – me contesta aún nervioso.

         — Ya sabes, en el bosque.

         — Yo... No estaba... Ahí.

         — ¿Y cómo fue que te vi?

         — ¿Sabes guardar un secreto?

Quería saber lo que Octavio traía entre manos, pero tampoco quería confirmar mis sospechas. De ninguna manera.

          — Sí –dije.

Sólo por jugármela de la espía, espero no ser su cena.

          — En la luna llena de hace un par de meses, estaba curioseando por el bosque, como habrás escuchado a mi madre.

         — Ajá.

         — Encontré un hombre que se miraba cansado, con varios días perdido por el bosque. Me dijo que tenía sed, le ofrecí agua que llevaba en mi cantimplora. Aceptó, pero me tomó del brazo y me pinchó el cuello con dos afilados colmillos fríos me desmayé justo al momento en que perforó mi piel. Cuando desperté, estaba de pie ante mí, el mismo hombre. Me dijo que me había compartido su don.

          — ¿Su don?

          — Exactamente.

          — ¿Y cuál es su don?

          — ¡Ninguno! Todo ésto es una jodida maldición. No puedo dormir por las noches; en ocasiones despierto y aún tengo esas horrorosas uñas y los ojos como pasas.

          — ¿Cómo sabes que te vi con ese aspecto?

          — Hice a que lo hubieras.

          — Espera, ¿tú me causaste esa pesadilla?

          — Tenía que hablarlo con alguien.

          — ¡Diablos! ¿Y no se te ocurrió la policía?

          — Además, él me dijo que iba a necesitar de alguien.

          — ¿Por qué crees que te dejaré pinchar mi cuello?
         — Eso no. Hemos creado un vínculo. Ya no podría hacerte daño aunque quisiera.

         — ¿Un vínculo? ¿Cómo?

         — La invitación que hiciste al entrar a tu casa.

         — Ya veo. ¿Y si no acepto?

         — ¿Por qué no aceptarías?

         — No te conozco.

El silencio reinó y él se veía aún nervioso.

        — ¿Qué tendría que hacer? -aún no terminaba de sacarle la información.

        — Primero, guardar el secreto. Segundo, acompañarme en las noches en las que convierta.

        — ¿Por qué necesitarías mi compañía?

        — ¿Has visto algún vampiro solitario?

       — En realidad nunca he visto a ninguno.

       — Pues los de mi clase no somos solitarios.

       — ¿Hay más?

       — Él dijo que sí. De estar solo tendría que buscar sangre humana.

       — ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

       — ¿Y yo qué jod*do voy a saber?

CompañeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora