Capítulo IV: Silencio desconocido

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Dante Ferrari.

Mientras caminaba desorientado por el campus del instituto llegué sin darme cuenta a los edificios de los estudiantes de cursos especiales. Pensé que estaba solo, pero no era así.

Entre unos árboles del campus había una chica sentada de rodillas en el césped del lugar. Tenía la cabeza gacha y parecía triste, estaba sola.

Me acerque a ella pensando que se había lastimado o algo malo le había sucedido. Sentía que como hombre no debía solo dejarla ahí sufriendo a sabiendas que podría ayudarla, no era correcto. Camine hasta estar ahora alado de ella, por nuestra cercanía escuché como sacudía su nariz y se trataba de limpiar las lágrimas que caían por sus mejillas, al parecer no se había percatado aún de mi presencia. Frente a ella estaba acostado un pequeño gato que no pasaba de tener dos meses de nacido, parecía estar enfermo por su acelerada respiración y la manera en que estaba tirado en el suelo me indicaba aún más su mal estado de salud. Me percate en ese momento que la chica lloraba por el animalito enfermo.

No sabía ni como preguntarle o consolarla sin herirla, temía que se pusiera aún más triste. No soy bueno consolando…o con las chicas.

—Oye…¿Qué sucede?—Pregunté señalando algo nervioso al pequeño animal. Ella se percato de mi presencia al ver mi brazo extendido y volteó mirándome sorprendida, trato de secarse un poco mejor las lágrimas, seguro no quería que la vieran triste y por eso estaba aquí a solas.

No me respondió en realidad, solo se quedó nerviosa mirando al suelo con aquellos ojos decaídos, seguro no quería hablar sobre lo que ocurría, tal vez si hablaba rompería en llanto, a veces pasa eso.

—Imagino que es tu gato ¿No?—No respondió ni se inmutó—¿Cómo le ocurrió esto?—Silencio nuevamente, no respondía ni se movía—Bueno…parece que no quieres hablar…¿Segura estás bien?

Ella se tocaba los dedos entre sí como un acto ansioso, como si dudará en algo. Aunque se había limpiado las lágrimas de sus mejillas aún tenía algunas en el rabillo de sus ojos cafés. Me daba tristeza solo verla así. Saque de mi bolsillo un pañuelo azul celeste, me agache y tome de su mentón para alzar su rostro al mío, y con el pañuelo comencé a limpiar suavemente de las lágrimas que arruinaban su tierno rostro. Ella me miraba triste y algo confundida, debía de admitirlo, es bastante linda, su rostros era delicado y tenía una nariz pequeña como de ratón. Era bastante tierna.

Estaba seguro que era de ella o que cuidaba del gato al menos, no podía lo más probable hacer nada por él aquí ya que el instituto quedé un poco lejos del pueblo, como a unos treinta minutos o más caminando. Era claro que no estaba quieta aquí por nada, sino porque no sabía o no tenía como salvar del mínimo enfermo.

—No es bueno solo dejar al gato aquí sufriendo—Espere a que me respondiera pero fue igual que antes, solo que aún tenía mis dedos alzando su mentón haciendo que me mire de frente y de cerca—¿Puedes contestarme algo? No solo te quedes callada.

Ella se sorprendió por mi último comentario que parecía un poco más a un reclamo. Fue como si al fin hubiera reaccionado y tomado valor para contestarme. Esperaba escuchar su voz al fin pero no fue así, al contrario solo movía las manos como haciendo señas extrañas que me confundían aún más.

Entonces me di cuenta, que ella no podía hablar.

Al darse cuenta que no comprendía lo que intentaba decir con sus manos se desánimo y bajo de estás parando de «hablar». Parecía que la ponía aún más triste el hecho de que no pudiera entenderla, pero yo no sabía decir ni una vocal en lenguaje de señas como para tratar de comunicarme, así que era un lío el entendernos. Ella no quiso mover más sus manos, quedándose quieta frente a mí sin siquiera mirarme a los ojos.

No sabía ya que hacer, parecía que todo lo que hiciera o dijera la ponía aún más triste…Espera.

Me di cuenta de que ella si me entendia a mi, así que hice una seña para llamar la atención de su mirada hasta que me miro de frente de nuevo.

—¿Puedes leer los labios?—Pregunté señalando con mi dedo índice mis labios—Ella asintió con la cabeza en afirmación y así aclarando mi duda. Eso me alegro un poco, ya que ella podía entenderme al menos con solo mirarme los labios…pero yo a ella no. Mire al animalito que aún seguía sufriendo mientras hablábamos, sabía que ella estaba dolida por su estado y era simplemente cruel dejarlo así—Mi convertible está en el estacionamiento del instituto, son apenas las seis de la tarde, si vamos rápido podremos llevar al gato con un veterinario cercano para que atienda de él.

Apenas dije aquellas palabras su rostro paso de estar triste a estar rebosando de una inmensa alegría. Asintió con fuerza la cabeza y era tanta su emoción que se abalanzó sobre mi de repente formando un abrazo sorpresa, posando sus brazos alrededor de mi cuello y de forma tan brusca que me hizo retroceder apoyando un poco mis manos sobre el césped. Sentía su cuerpo tan cerca del mío que sus pechos me rozaban, incluso ella tenía un aroma muy cautivador, era como las tartas de fresa. Sin pensarlo mucho pose mi mano en su cabeza lentamente y entrelace mis dedos en su corto cabello color chocolate, podía sentir las hondas de su pelo, era muy sedoso y suave.

Sentía las incontrolables ganas de abrazarla con fuerza de lo bien que era el solo tenerla así de cerca, algo que no había sentido en mucho tiempo. Había sentido una ligera corriente eléctrica la mano que posaba sobre su cabeza, era como la corriente instantánea que se siente al tocar una pantalla de televisor con estática, pero solo lo ignore.

Era como abrazar un ángel. No quería soltarla.

(…)

Íbamos camino al estacionamiento por mi convertible. Estaba despejado con solo unos cuantos carros estacionados, era lógico viniendo que era fin de semana y muchos se habían marchado a visitar a sus familiares.

Llegamos a mi convertible que era un Ferrari 410 superamerica de 1956. Me gustaba este modelo que había sacado la industria de mi padre aunque no fuese el último modelo que sacaron como el del año pasado.

Habíamos pasado antes por mi dormitorio  a buscar las llaves del convertible y una pequeña caja con una sábana para acomodar mejor al gato dentro de esta. Entre en el asiento del conductor mientras la chica muda se sentó alado mío en el asiento del copiloto colocando encima de sus piernas la caja con el animalito.

Mientras encendía el coche me di cuenta que no sabía su nombre, y simplemente etiquetarla como «la chica muda» era bastante descortés, aunque sea solo en mis pensamientos ¿Pero como sabría su nombre? Si le pregunto ella me hablara en lenguaje de señas y no podré entenderle en lo absoluto, lo cual la pondrá triste de nuevo. No quería que se sintiera mal por no poder entenderla, así que lo mejor era solo no hablar durante todo el camino.

El viaje hasta el veterinario fue bastante silencio, o bueno, de mi parte lo era. Trataba de concentrarme solo en manejar con la mirada fija al frente, pero era casi imposible. Mis ojos daban pequeños escapes rebeldes en dirección hacia el asiento del copiloto dónde estaba ella, observando su serenidad por solo unos segundos. No sabía que me pasaba, solamente no podía dejar de observarla tan detalladamente.

En un momento por estar con aquellas distracciones una motocicleta apareció de repente a un lado haciendo que frene el coche un poco brusco, esto provoco que nuestros cuerpos por el ligero impacto se echarán hacia adelante pero no fue nada del otro mundo. Pude haber chocado pero por suerte no fue así. Estaba algo alterado y nervioso, me sentía muy idiota.

—Perdona, yo…trataré de concentrarme más, disculpa.

Ella solo me miro tranquila y me dio una sonrisa delicada y amable, era como si su gesto me dijera «no te preocupes». Era sorprendente como una chica que no habla, puede comunicarme más de lo que se cree con un gesto.

Two in LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora